'Glamour' en la costa turca

El buque insignia de la Turqu¨ªa tur¨ªstica es una aldea de pescadores. La ¨¦lite local eligi¨® la bah¨ªa de Bodrum, transparente, arquet¨ªpica, en el buche de una pen¨ªnsula agreste, acuchillada por las chicharras. Un castillo de pel¨ªcula, entre alminares y casas enjalbegadas, garantizaba la cuesti¨®n de prestigio. A los famosos y su nube de paparazzi como gaviotas voraces sigui¨® una marea creciente de curiosos y turistas. Hasta el punto de que el pueblito marinero es ahora una vor¨¢gine, y los ricos y famosos de verdad buscan sucursales en las cercanas y m¨¢s apacibles Turkbuku o M¨¢rmaris.

A muchos les choca este glamour en un pa¨ªs donde a¨²n se rompe la calma de las horas con la llamada electr¨®nica de los almu¨¦danos. Yates de maderas lustrosas (que se construyen aqu¨ª, a la medida), restaurantes sofisticados (y caros; Turqu¨ªa ha dejado de ser un destino barato), cerveza abundante en las terrazas del puerto, macrodiscotecas capaces de engullir a 5.000 noct¨¢mbulos, asentadas en la magia flotante de un catamar¨¢n...

Pero, sobre todo, las compras. Bodrum es esencialmente un zoco inagotable donde se venden art¨ªculos de marca. Las firmas m¨¢s prestigiosas y codiciadas se mercan all¨ª a granel y a precios irrisorios. No en las aceras, sino en bazares que parecen grandes almacenes. Quien no luce una prenda de marca es porque va desnudo.

Un monumento expoliado

Bodrum reserva una sorpresa anunciada. Resulta que esta poblaci¨®n ya era famosa en la antig¨¹edad, cuando se llamaba Halicarnaso. La patria del padre de la Historia, Herodoto. La sede de una de las siete maravillas del mundo, el mausoleo de Halicarnaso. Un monumento funerario de 41 metros de altura, coronado por una pir¨¢mide y una cuadriga, que aport¨® un gen¨¦rico al diccionario, y que mand¨® construirse, en el siglo IV antes de Cristo, para un s¨¢trapa llamado Mausolo. De ¨¦l s¨®lo queda el solar mondo y lirondo. Los ingleses se llevaron las mejores piedras al British Museum de Londres (hay una campa?a callejera para que las devuelvan); las dem¨¢s fueron rapi?adas por los Hospitalarios de San Juan (Orden de Malta) para erigir el castillo de San Pedro.

Los espa?oles tuvieron algo que ver con el desmantelamiento. En la capilla g¨®tica del castillo, en los ¨¢ngulos externos, pueden verse burilados los nombres de algunos compatriotas responsables del acarreo, y las fechas (1519-1520). La inmensa fortaleza, inexpugnable, s¨ªmbolo de Bodrum y una de las estampas m¨¢s publicitadas de Turqu¨ªa, fue convertida en 1964 en Museo de Arqueolog¨ªa Submarina; no tan deslumbrante como prometen la propaganda y el precio de la entrada.

Excursiones

Pero vale la pena gastar all¨ª la ma?ana, o la tarde. Tampoco hay mucho m¨¢s que ver: de la antigua Halicarnaso s¨®lo queda el teatro romano (muy remendado, aprovechado como auditorio para celebridades locales) y alg¨²n que otro pedrusco despistado. Para ver ruinas, muchas y buenas, hay que apuntarse a alguna excursi¨®n de secano, a Milas, a Didima, Pirene y Mileto, o a ?feso y a Hier¨¢polis-Pamukale (estas dos ¨²ltimas quedan ya algo lejos).

Pero es el mar la baza irresistible. Apenas se perfila la ma?ana, una flota de veleros se dispersa, cuajada de turistas, para explorar las bah¨ªas y fondos submarinos. Algunas barcas se alejan m¨¢s, hasta las tumbas rupestres de Dalyan y su playa de tortugas protegidas; otros llegan a tocar islas griegas (Kos, Rodas).

Al declinar el d¨ªa, Bodrum va absorbiendo como una esponja cualquier mol¨¦cula de vida. Un aura de luces y destellos la ir¨¢ envolviendo, y una batahola de m¨²sicas que se disputan con furia los despojos de la noche. Como en los viejos buenos tiempos. En El pescador de Halicarnaso escribe el poeta turco Sakir Kabaagacli: "No creas que vas a partir como llegaste; otros pensaron lo mismo, pero al marchar sus pensamientos se anclaron en Bodrum". No nos iremos como hemos llegado. Regresaremos al menos con el petate repleto de art¨ªculos de marca.