El crimen y el error
"Algo mucho peor que un crimen: un imperdonable error", dijo Talleyrand al recibir la noticia de la ejecuci¨®n del joven duque de Enghien por orden de Napole¨®n. En otras palabras, el crimen le importaba muy poco, pero no perdonaba el error.
En t¨¦rminos similares se pronunciaba recientemente el presidente norteamericano, George Bush, al calificar los hechos de la c¨¢rcel de Abu Ghraib en 2003 como "el m¨¢s grave error" cometido por sus militares en Irak. Al subrayar el car¨¢cter err¨®neo y no el car¨¢cter criminal de los hechos perpetrados, el comandante en jefe de las fuerzas armadas estadounidenses trivializa y difumina uno de los m¨¢s arduos problemas de la moral militar: el del trato correcto o criminal inferido al enemigo capturado.
A todo ello se superpone otro "error", ¨¦ste de larga duraci¨®n: Guant¨¢namo. El suicidio de tres presos (tras numerosos intentos registrados y reconocidos por las autoridades del campo) es oficialmente interpretado como una malintencionada "acci¨®n de guerra asim¨¦trica", y no como un gesto de desesperaci¨®n absoluta por parte de personas que no vislumbran esperanza alguna de poner fin a su sufrimiento y humillaci¨®n.
Afortunadamente, otros militares norteamericanos no participan de esta incapacidad de distinguir entre el error y el horror. Por ejemplo, ah¨ª est¨¢ el prestigioso capit¨¢n paracaidista Ian Fishback, combatiente en Irak y Afganist¨¢n, miembro de la legendaria 82 Divisi¨®n Aerotransportada, quien, ante las vergonzosas evidencias fotogr¨¢ficas de Abu Ghraib, expresaba por escrito su rotunda protesta ante aquellos hechos, exigiendo "unos criterios claros de conducta para los hombres y mujeres de uniforme, que reflejen los ideales por los que arriesgan sus vidas". "Somos Am¨¦rica y nuestras acciones deben responder a los est¨¢ndares m¨¢s altos, que son los ideales de nuestra Declaraci¨®n de Independencia y nuestra Constituci¨®n. Si abandonamos nuestros ideales ante la adversidad y la agresi¨®n, significa que tales ideales nunca fueron nuestros. Prefiero morir combatiendo antes que ceder la m¨¢s m¨ªnima parte de la idea que tengo de Am¨¦rica". Y a?ad¨ªa: "Recuerdo que, siendo cadete en West Point, tom¨¦ la decisi¨®n de que mis hombres jam¨¢s cometer¨ªan actos deshonrosos".
Estos p¨¢rrafos formaban parte de la carta que el capit¨¢n remiti¨® al senador republicano John McCain, en su d¨ªa combatiente y prisionero de guerra en Vietnam, quien hizo suyas las exigencias del capit¨¢n y present¨® en el Senado una enmienda que proh¨ªbe "el trato o castigo cruel, inhumano o degradante" por parte de cualquier funcionario estadounidense. El resultado fue la aprobaci¨®n de la enmienda, en octubre de 2005, por la aplastante mayor¨ªa de 90 sobre el total de 99 senadores. Un grupo de 27 destacados militares, encabezados por el que fue secretario de Estado, general Colin Powell, apoyaron por escrito la moci¨®n de McCain y las justas reivindicaciones del capit¨¢n.
Ni el capit¨¢n Fishback ni el senador republicano McCain, ni tampoco el congresista dem¨®crata John Patrick Murtha, hoy coronel en la reserva -cr¨ªtico tambi¨¦n de aquellos excesos-, hubieran calificado nunca los hechos de Abu Ghraib como un error, ni siquiera como el m¨¢s grave error. Ellos saben que se trata de actos intr¨ªnsecamente delictivos, penados por las leyes nacionales e internacionales. Ellos asumen, muy acertadamente, que la humillaci¨®n, la desnudez total como burla, la masturbaci¨®n forzada ante las c¨¢maras de video, la imposici¨®n de posturas insoportables durante largo tiempo, el sometimiento del prisionero indefenso a situaciones de sufrimiento y degradaci¨®n en medio de risotadas ofensivas y gestos soeces, inmortalizando adem¨¢s las penosas im¨¢genes para la posteridad fotogr¨¢fica, constituyen acciones que degradan al que las sufre, pero m¨¢s a¨²n al que las comete.
Otro calamitoso "error", cometido por tropas estadounidenses hace unos meses y recientemente conocido, sigue produciendo nuevos quebraderos de cabeza al presidente y a las altas autoridades del Pent¨¢gono. Esta vez no se refiere al maltrato infligido a prisioneros sino a los comportamientos homicidas contra el otro sector m¨¢s vulnerable en toda guerra: la poblaci¨®n civil desarmada e indefensa. El pasado 19 de noviembre de 2005, una patrulla de marines, formada por cuatro veh¨ªculos, fue atacada dentro de la ciudad iraqu¨ª de Haditha, lugar de neto predominio del m¨¢s exacerbado radicalismo isl¨¢mico y nunca plenamente controlado por las tropas norteamericanas, en la zona m¨¢s peligrosa del tri¨¢ngulo sun¨ª. El ¨²ltimo de los cuatro veh¨ªculos de la columna fue alcanzado por una bomba, que mat¨® al conductor.
Al parecer, aquella unidad de marines deb¨ªa tener su estado de ¨¢nimo muy recalentado por las tensiones acumuladas, propias de un ej¨¦rcito de ocupaci¨®n hostigado como tal, m¨¢xime en una zona tan dif¨ªcil y tan hostil como aqu¨¦lla, o tal vez el soldado Miguel Terrazas, de 20 a?os, conductor del veh¨ªculo atacado y v¨ªctima mortal de la explosi¨®n, era quiz¨¢ especialmente querido por sus compa?eros y su p¨¦rdida soliviant¨® a ¨¦stos m¨¢s all¨¢ de lo habitual. En cualquier caso, lo cierto es que la reacci¨®n de algunos miembros de la unidad de marines consisti¨® en atacar directamente a las familias de civiles iraqu¨ªes que viv¨ªan en varios edificios relativamente pr¨®ximos. Nadie dispar¨® desde tales edificios ni se produjo intercambio de disparos, pues las fachadas estaban intactas. Todos los disparos fueron efectuados en el interior de las viviendas.
La revista Time destap¨® inicialmente el asunto, y su reportaje forz¨® la apertura de una investigaci¨®n militar, dirigida por el general Eldon Bargewell. Hasta el momento, de los datos publicados se desprende que algunos marines irrumpieron en dichos edificios y dispararon contra las familias que los ocupaban -gente civil desarmada, incluyendo mujeres y numerosos ni?os-, matando "sistem¨¢ticamente" -palabra subrayada por los informadores- a un total de 24 civiles. Los impactos registrados en las paredes no mostraban ning¨²n intercambio de fuegos cruzados, sino que todos los disparos tuvieron la misma procedencia. Tres militares implicados han sido ya separados de sus puestos. El ya citado coronel ex marine y actual congresista John P. Murtha no se anduvo por las ramas: "No cabe duda de que un grupo de marines asesin¨® a civiles iraqu¨ªes desarmados el pasado noviembre", afirm¨®. "Retrocedemos cada vez que ocurre un incidente como el de Haditha. Esto es peor que Abu Ghraib", remat¨®.
Es decir, otro grave "error", a¨²n peor que el de la siniestra prisi¨®n iraqu¨ª. Pero Murtha en ning¨²n momento lo califica como tal. ?l, que fue combatiente condecorado y perteneciente al mismo cuerpo, sabe muy bien que estos comportamientos entran objetivamente en el campo jur¨ªdico y moral de la criminalidad militar, y no en el ¨¢rea -mucho m¨¢s subjetiva y resbaladiza- de lo err¨®neo, es decir, de lo que en un momento dado pueda considerarse acertado o desacertado por sus consecuencias de orden psicol¨®gico, pol¨ªtico o estrat¨¦gico. Las nefastas consecuencias pol¨ªticas y estrat¨¦gicas de Abu Ghraib hacen que Bush califique aquel episodio de grave error. Pero nosotros, como Fishback, Powell, Murtha y McCain, lo calificamos de grave crimen.
Aquellos actos vergonzosos, hace tres a?os, igual que esta masacre de 24 civiles desarmados, perpetrada hace seis meses, constituyen acciones deshonrosas, incompatibles con el honor de un uniforme que, incluso en medio de las terribles tensiones de la guerra, exige una s¨®lida formaci¨®n, unos altos niveles de autocontenci¨®n y un suficiente grado de entereza moral.
Prudencio Garc¨ªa es profesor del Instituto Universitario Guti¨¦rrez Mellado de la UNED.
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