La ablaci¨®n mutila ?frica
Tres de cada cuatro mujeres de Mauritania sufren la lacra. Las v¨ªctimas relatan su tragedia
Debo Diop viste una t¨²nica de algod¨®n color crudo salpicado con diminutos bordados. "Yo lo dise?¨¦, tengo mi propia l¨ªnea de ropa", explica la mujer, la sonrisa franca, en un franc¨¦s musical, mientras pasa la mano por su tocado. Cuando arranca su historia, tiembla su labio superior: "El d¨ªa de mi boda, vinieron cuatro mujeres a mi habitaci¨®n. Me inmovilizaron, me separaron las piernas y otra me abri¨® la vagina con una cuchilla de afeitar. Yo chill¨¦ y llam¨¦ a mi marido, que no sab¨ªa nada, pero fue in¨²til. Cuando me cortaron, vomit¨¦. Perd¨ª el conocimiento".
Debo calla un momento y, sentada con las piernas cruzadas, se toca el pie desnudo. Una mosca se posa sobre uno de los bordados de su traje. El silencio se suma al espeso ambiente de la estancia. Una decena de mujeres escucha. Estamos en M'Bagne, poblado agr¨ªcola de 10.000 habitantes del sureste de Mauritania. El term¨®metro supera los 50 grados.
"Cuando tuve a mi primer hijo, estuve tres d¨ªas de parto. El ni?o no pod¨ªa salir por las cicatrices. Tras la ces¨¢rea, naci¨® muerto"
La l¨¢mina muestra un mapa de Mauritania y una ilustraci¨®n de La Meca. Debajo, los datos: en el pa¨ªs africano, 72% de casos; en Arabia Saud¨ª, 0%
"Entre nuestra gente no se cree que el cl¨ªtoris sea un ¨®rgano; es s¨®lo algo que est¨¢ ah¨ª y no deber¨ªa estar. Hay que quitarlo para que la ni?a sea normal"
La ablaci¨®n no est¨¢ en v¨ªas de extinci¨®n en Mauritania. Una encuesta de 2001 revelaba que el 66% de mujeres con al menos una hija la hab¨ªa mutilado
Cuando Debo era muy peque?a le sajaron el cl¨ªtoris, como a tres de cada cuatro mujeres de su etnia (la poular). Como a tres de cada cuatro mujeres de Mauritania. Como a 130 millones de mujeres en el mundo, la mayor¨ªa africanas de 28 pa¨ªses. Cuando acabe 2006, tres millones de ni?as habr¨¢n sido mutiladas.
Luego, a Debo le taponaron la zona con un co¨¢gulo de sangre, para cegarla en parte y reforzar su virginidad. Cuando Debo iba a casarse, su vagina estaba ya pr¨¢cticamente cerrada. "Para cortarme, no me pidieron permiso, ni a m¨ª ni a mi marido", dice muy alterada. "Luego me dejaron all¨ª, sangrando, para que practicara el coito. Llor¨¦ toda la noche. La herida me quemaba. S¨®lo ten¨ªa 17 a?os".
Ahora Debo tiene 38. Es agente del Nissa Bank, una red de microcr¨¦ditos para mujeres que ha impulsado Unicef en cinco regiones del pa¨ªs. La agencia de Naciones Unidas para la infancia apoya programas contra la ablaci¨®n en 18 pa¨ªses de ?frica.
75.000 mujeres
Es jueves, 1 de junio. Mientras Debo rememora el d¨ªa m¨¢s doloroso de su vida, la Organizaci¨®n Mundial de la Salud (OMS) difunde un estudio sobre la ablaci¨®n basado en la observaci¨®n a casi 30.000 parturientas de seis pa¨ªses africanos. La investigaci¨®n demuestra que las mujeres a las que se les ha practicado la mutilaci¨®n genital tienen m¨¢s problemas en el parto -hemorragias, ingresos hospitalarios m¨¢s largos-, y sus hijos, m¨¢s posibilidad de morir en el periodo perinatal. Su riesgo de que el parto acabe en ces¨¢rea es de un 30% m¨¢s que el de las mujeres que no han sido mutiladas. Fue el caso de Debo: "Cuando tuve a mi primer hijo, estuve tres d¨ªas enteros de parto. El ni?o no pod¨ªa salir por el canal vaginal a causa de las cicatrices. Al final me hicieron una ces¨¢rea. El beb¨¦ estaba muerto".
El calvario de esta mujer ahora llena de determinaci¨®n comenz¨® cuando una anciana -las ejecutoras suelen ser mujeres mayores, mutiladoras profesionales o parteras tradicionales- busc¨® con su cuchilla la vagina de una adolescente reci¨¦n casada. "Despu¨¦s, durante un a?o, tuve infecciones continuas. Estaba enamorada de mi marido, pero cada vez que hac¨ªa el amor con ¨¦l me dol¨ªa mucho".
En diciembre de 2005, Mauritania, en pleno proceso de transici¨®n democr¨¢tica, se adhiri¨® a los 13 pa¨ªses africanos que proh¨ªben la mutilaci¨®n genital femenina con penas de tres a?os de prisi¨®n y multas de hasta 300.000 ouguiyas (unos 1.000 euros). Es el resultado de la presi¨®n de ONG y agencias internacionales, como Unicef.
Ahora el Gobierno prepara un plan nacional. Se trata de concienciar a una sociedad donde la ablaci¨®n es algo tan natural como imponerle un nombre a una reci¨¦n nacida. "Se practica generalmente una semana despu¨¦s del parto. A la ni?a se le bautiza y luego se le corta. As¨ª se convierte en una verdadera mujer, se le da una identidad social m¨¢s marcada", explicaba el d¨ªa anterior en Nuakchot, la capital de Mauritania, Marian Baba Sy, representante de la Secretar¨ªa de la Condici¨®n Femenina y estudiosa de la ablaci¨®n. "Pero hay m¨¢s razones. Por ejemplo entre los soniqu¨¦s [la etnia donde la mutilaci¨®n es m¨¢s frecuente: afecta a un 92% de las mujeres], el motivo es religioso. No se usa la palabra ablaci¨®n, sino saliunde, que significa 'preparada para rezar".
"Si no est¨¢n mutiladas son impuras, sacr¨ªlegas, no podr¨ªan orar", a?ade Diagana Yacouba, un experto de la ONG Actions, que habla sentado en su oficina de Nuakchot bajo dos carteles estremecedores. En ellos se ilustran las consecuencias de la ablaci¨®n: hay dibujos en los que se ve c¨®mo mana una sangre muy roja de entre las piernas de una ni?a. "Miedo, dolor, infecci¨®n", se lee. Suena a poco: las complicaciones est¨¢n estudiadas por los m¨¦dicos: dolor atroz, shock, retenci¨®n de orina, f¨ªstulas, da?os en los tejidos de la zona, infecciones (incluyendo t¨¦tanos o sida, por uso de material contaminado), adem¨¢s de esterilidad. Las hemorragias graves y la septicemia pueden llegar a ser fatales.
La l¨¢mina incluye una pavorosa fotograf¨ªa en blanco y negro que muestra el perineo de una mujer sin genitales. El subt¨ªtulo reza: "Ablaci¨®n de cl¨ªtoris y de labios menores y sutura de labios mayores". Se trata de la infibulaci¨®n, que se practica en Mauritania a un 5% de las ni?as. Un c¨¢lculo r¨¢pido hiela la sangre. S¨®lo en ese pa¨ªs, que tiene tres millones de habitantes, hay 75.000 mujeres con la vagina cegada y sin cl¨ªtoris.
"Para los poular [la etnia a la que pertenece Debo, en la que se mutila al 72% de las ni?as], la ablaci¨®n tiene dos significados: mujer tranquila, y rito de iniciaci¨®n", prosigue Baba Sy. En Mauritania, la forma m¨¢s com¨²n de ablaci¨®n es el corte o cercenamiento del cl¨ªtoris, sin tocar los labios menores o suturar. Lo que s¨ª se acerca a la infibulaci¨®n es el taponamiento de la vagina, lo que le ocurri¨® a Debo.
Una ni?a que denuncia
Despu¨¦s de aquel desgraciado primer intento de convertirse en madre, Debo tuvo una hija, F¨¢tima, que ahora cumple 10 a?os. No permiti¨® que se la mutilase. Pero durante un viaje de estudios a la capital, la abuela materna y la t¨ªa llevaron a la ni?a, que entonces s¨®lo ten¨ªa cuatro a?os, a ser cercenada. "A mi regreso, F¨¢tima me cont¨® lo que le hab¨ªan hecho. Ella se dio cuenta de que era algo muy malo, y me dijo: 'mam¨¢, vamos a denunciarlas a la polic¨ªa".
La espa?ola Roc¨ªo Berzal, de Unicef, la escucha consternada. Entre otras cosas porque, hace ocho a?os, cuando ella trabajaba en Mauritania, la ablaci¨®n era un tab¨². Algo de lo que no se hablaba. Ahora, acaba de presentar un proyecto a la Comunidad de Madrid para que financie un programa de sensibilizaci¨®n contra la ablaci¨®n en Brakna, la regi¨®n en la que estamos, una de las que tiene m¨¢s casos de mutilaci¨®n.
No es una pr¨¢ctica en v¨ªas de extinci¨®n en Mauritania, contrariamente a la tendencia de otros nueve pa¨ªses africanos, seg¨²n datos de 18 naciones recogidas por Unicef. Una encuesta de 2001 revela que el 69% de mujeres con al menos una hija ya la han mutilado (66%) o la van a mutilar (3%).
"Entre nuestra gente, no se cree que el cl¨ªtoris sea un ¨®rgano; es s¨®lo algo que est¨¢ ah¨ª y no debe de estar. Hay que quitarlo para que la ni?a sea normal", prosigue la experta, Baba Sy. "Es un ¨®rgano de erecci¨®n que debe desaparecer porque la mujer ha de estar en estado de sumisi¨®n respecto al hombre, sin experimentar placer; es ¨¦l quien debe tenerlo. La ablaci¨®n es un valor social. Es una m¨¢s de las marcas del cuerpo de las mujeres, doloroso y grave, eso s¨ª".
Los imanes toman nota
El im¨¢n Diagana Mohamed Issa suda bajo su palestina blanquinegra mientras garabatea. Ha venido hasta Aleg, la capital de Brakna, desde Ka?di, una poblaci¨®n sure?a de 34.000 habitantes, a un seminario con otros 10 l¨ªderes religiosos de cinco regiones que tambi¨¦n promueve Unicef. Los imanes son otro de los objetivos a convencer, otros agentes de cambio.
Desde el estrado, Hademine Ould Saleck, tocado con un turbante y un bub¨² (t¨²nica), habla sobre la fetua (estudio jur¨ªdico) que el grupo que ha fundado, la Asociaci¨®n de Imanes y Ulemas Defensores de los Derechos de las Mujeres y los Ni?os, ha elaborado sobre la mutilaci¨®n genital femenina. "La referencia de todos los jurisconsultos sobre la ablaci¨®n se basa en hadiths
[palabras del profeta consideradas como ejemplo a seguir para los musulmanes] poco cre¨ªbles. No conoc¨ªan los riesgos recientemente descubiertos de la ablaci¨®n que requieren detener esta pr¨¢ctica", subraya. Hademine sabe que la mitad de los imanes que le escucha est¨¢n perplejos. Creen que la oposici¨®n a la ablaci¨®n, algo de lo que antes no se hablaba, no es m¨¢s que una s¨²bita campa?a de intromisi¨®n.
Diagana est¨¢ sorprendido. Pensaba que la ablaci¨®n era obligatoria para el islam, porque se hace de manera generalizada. Tambi¨¦n cre¨ªa que las mujeres que no han sido mutiladas tienen un deseo sexual m¨¢s fuerte. Ahora se entera de que no es as¨ª. "La mujer privada de este placer sigue busc¨¢ndolo, algo que le puede conducir a la desviaci¨®n, contrariamente a la creencia de que la ablaci¨®n lleva a la castidad", lee en la fetua.
La sorpresa del im¨¢n ser¨ªa la de muchos de sus compatriotas. Opinan que la ablaci¨®n es exigida por la religi¨®n (el 57% de las mujeres y el 60% de los hombres) y que constituye un medio de rebajar el deseo sexual (52% de las mujeres y 37% de los hombres). Diagana ya lo tiene claro. Hablar¨¢ en el serm¨®n del pr¨®ximo viernes. Sus 3.000 feligreses escuchar¨¢n que la ablaci¨®n es algo nefasto.
Furor de conversas
Las cuatro mujeres se encaminan a un hangar, rodeadas de ni?os. Acaban de echar el cerrojo a la bulliciosa tienda de baratijas y telas de su cooperativa, en un barrio humilde de Nuakchot. Aicha, la m¨¢s joven, lleva un gran cuaderno de l¨¢minas bajo el brazo. Cuando toman asiento formando c¨ªrculo con una veintena de mujeres, su compa?era Zeinobu empieza a dar ¨®rdenes, a espantar al aluvi¨®n de cr¨ªos que se pelean por posar ante la c¨¢mara de la periodista. Ya se sabe qui¨¦n manda aqu¨ª.
La en¨¦rgica Zeinobu es la presidenta de la cooperativa de 12 mujeres, promovida por la ONG Asociaci¨®n Mauritana de Pr¨¢cticas Tradicionales Nefastas. Hasta hace tres a?os viv¨ªa de practicar ablaciones, como sus tres compa?eras. Lo hac¨ªa una o dos veces al d¨ªa. Cobraba la voluntad, lo que los padres de las ni?as quisiesen darle; 500 ougiyas, por ejemplo. Dice que ella nunca tuvo problemas, pero sabe de casos de ni?as muertas. Cuando, en un taller, supo lo que podr¨ªa pasarles a las m¨¢s de 4.000 ni?as que mutil¨®, adquiri¨® el furor de los conversos.
Comienza el taller de sensibilizaci¨®n que ahora ellas conducen. Aicha va pasando las l¨¢minas de colores, explic¨¢ndolas: una ni?a va a ser mutilada; sufrir¨¢ hemorragias, tendr¨¢ problemas en el parto, dice un m¨¦dico; ser¨¢ est¨¦ril, le doler¨¢n las relaciones con su esposo. Zeinobu apostilla, gesticula, grita. Su euforia es el resultado de un proceso: 1. Educar en derechos humanos y salud. 2. Talleres de sensibilizaci¨®n en las comunidades, no coercitivos. 3. La comunidad decide abandonar la pr¨¢ctica. 4. Lo comunica a otras comunidades. 5. El Gobierno lo proh¨ªbe.
Una l¨¢mina muestra un mapa de Mauritania y una ilustraci¨®n de La Meca. Debajo, dos datos: mauritanas, 72% de ablaci¨®n; saud¨ªes, 0%. La cartulina pretende mostrar que las mujeres saud¨ªes, no mutiladas, son tan religiosas como las mauritanas. En ese punto, la hija de Aicha, una ni?a de pelo rizado y grandes ojos oscuros, se levanta la falda, provocando la risa de la concurrencia: quiere mostrar su sexo. Su sexo sin marcas.
La narraci¨®n acaba. Con la ecuaci¨®n: islam + salud = ley. La mujer mutiladora est¨¢ dibujada entre rejas. La ni?a coge el cuaderno y lo levanta: "?No a la ablaci¨®n!", se lee en la ¨²ltima p¨¢gina.
A 400 kil¨®metros de Nuakchot, Debo prepara la cena para su hija en M'Bagne. Vive sola. La ablaci¨®n es una marca m¨¢s de la desigualdad de g¨¦nero. Se divorci¨® porque su suegra exigi¨® que dejase de estudiar para mudarse a trabajar en su casa. Ella sigue queriendo a su ex marido. Le duele.
Dolor sigue sintiendo Debo. En el vientre. Infecciones continuas. Ser¨¢ as¨ª hasta que muera. Huellas indelebles en una mujer marcada.
Historias de una pr¨¢ctica terrible
1
EL D?A M?S LARGO DE NEN?
Cada vez que una ni?a iba a pasar por el trauma de la ablaci¨®n, las vecinas reclamaban los servicios de la corpulenta Hany Sour, alias Nen¨¦, que hoy tiene 49 a?os. "Yo les abr¨ªa las piernas y se las sujetaba para que no las cerrasen durante la operaci¨®n". Nen¨¦, una mujer de la etnia poular, una de las cuatro de Mauritania, tambi¨¦n se decidi¨® a mutilar a su hija cuando era un beb¨¦ de medio a?o: "La ablaci¨®n se hace para que las ni?as sean puras, limpias, seg¨²n nuestra tradici¨®n. Sin pasar por eso, ni siquiera pueden servir la comida o la bebida". Una ma?ana de hace 15 a?os, Nen¨¦ abri¨® las piernas de su propia hija. A¨²n oye los gritos, el llanto. Pasaron las horas, pero ni el lloro ni la sangre cesaban. "Fue el d¨ªa m¨¢s largo de mi vida. Hubo un momento en que la vi p¨¢lida y pens¨¦: mi hija se muere", recuerda. A las seis de la tarde la llev¨® al dispensario. "El enfermero pregunt¨® tres veces qu¨¦ le hab¨ªa hecho a la ni?a y no quise dec¨ªrselo. Cuando se lo confes¨¦, me amenaz¨® con no curarla. Yo le cont¨¦ que es algo que exige la comunidad. Sin pasar por ah¨ª, ella estar¨ªa excluida". El enfermero accedi¨® a curar a la ni?a, y tres horas m¨¢s tarde la herida empez¨® a coagular. Aquella noche, Nen¨¦ se jur¨® a s¨ª misma no volver a ayudar en una ablaci¨®n. Pero su hija no volvi¨® a ser la misma.
2
LA MUJER DE LA CUCHILLA
Una mujer cuenta c¨®mo su hija estuvo a punto de morir por una hemorragia tras ser mutilada. Otra, que su primer beb¨¦ naci¨® muerto porque no pod¨ªa parirlo. Por eso, en esta reuni¨®n, Marian Dadda reh¨²ye la mirada. Ella empu?¨® la cuchilla de afeitar al menos 100 veces en un a?o para cercenar el cl¨ªtoris de las ni?as. Cuando lleg¨® en 2003 a M'Bagne, con su marido, alba?il, sus vecinas le pidieron que amputase el ¨®rgano er¨¦ctil de sus hijas. Un a?o despu¨¦s, la misma comunidad, sensibilizada tras la implantaci¨®n de una red de microcr¨¦ditos local, le solicit¨® que dejara de hacerlo. A sus 27 a?os, ella ya ha ha parido siete veces. Es analfabeta. Desde muy joven acompa?aba a una anciana a practicar la ablaci¨®n. Un d¨ªa le pas¨® la cuchilla a ella. La cuchilla de afeitar es el instrumental moderno de la ablaci¨®n. Sucedi¨® a la tijera, y ¨¦sta, al cuchillo. Marian cortaba el cl¨ªtoris de las ni?as con una cuchilla hervida y despu¨¦s aplicaba perfume y aplacaba la quemaz¨®n con agua fresca. Incluso aplicaba a la herida un preparado a base de excrementos de cabra, a los que se reconocen propiedades cicatrizantes. "Me siento como si hubiera matado a alguien", dice. Marian baja los ojos.
3
EL IM?N Y SU HIJA
El sabio se sienta sobre un viejo coj¨ªn de cuero en el patio de su casa de adobe donde alfombras, colchonetas y cabras comparten el mismo recinto. Le escuchan una decena de familiares. El im¨¢n Thierno Abdall¨¢, uno de los m¨¢s influyentes de Mauritania, exclama: "No estoy convencido de que haya que acabar con la ablaci¨®n. Si el profeta recomienda algo, tiene que estar bien". Sentada a su lado, su hija Mariata le responde: "Yo soy cient¨ªfica. Mi padre no busca explicaciones, se queda con lo que dice el profeta". El im¨¢n tiene 72 a?os. Su hija, profesora de Ciencias Naturales en el instituto de Bogh¨¦, 43.
"La planificaci¨®n familiar y la limitaci¨®n de los nacimientos persiguen debilitar el islam", prosigue su padre. La ablaci¨®n est¨¢ prohibida en Mauritania, le dicen. ?l replica: "El Gobierno no nos puede imponer a los religiosos lo que tenemos que hacer".
4
HEMORRAGIA FATAL
Kadijetter Diko tiene 34 a?os. Se divide entre tres criaturas. A una, la m¨¢s peque?a, la lleva en brazos. Las otras, dos ni?as, se esconden por turnos en los pliegues de su t¨²nica. Una va vestida de rosa, y otra, de verde. Tienen cuatro a?os. Son gemelas. Rouguiyat¨¢n, la chavalilla de verde, est¨¢ viva de milagro. Cuando ten¨ªa seis meses, Kadijetter mutil¨® a las ni?as. Como todas las mujeres que conoc¨ªa. Aicha no sufri¨® problemas. Su hermana no paraba de sangrar. Por eso, la madre no ha tocado el sexo de la m¨¢s peque?a.
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