?Proceso o procesos?
Ver¨¢n, lo que yo creo es que, si queremos decir algo con sentido del espect¨¢culo que presenciamos, conviene en primer lugar dejar de enredarse en los falsos dilemas, por mucho que sean los que m¨¢s centran la atenci¨®n p¨²blica. Dilemas falsos son esencialmente dos: el discurso de "est¨¢s a favor o en contra de la paz" y la discusi¨®n sobre "ser pragm¨¢tico o r¨ªgido en la aplicaci¨®n de las normas jur¨ªdicas".
Estar a favor del fin de la violencia no implica necesariamente estar a favor del proceso reci¨¦n iniciado, como el reduccionismo de los portavoces del Gobierno pretenden. Y, al rev¨¦s, criticar el proceso no significa preferir la violencia a su cese. Lo que sucede es que se puede defender el fin de la violencia de muchas formas: una es la de la negociaci¨®n, otra la de profundizar las medidas que la han posibilitado. Ninguna de ambas se funda en ciertos y seguros principios morales, as¨ª que convendr¨ªa dejar a la ¨¦tica tranquila en lugar de usarla como garrote argumental.
?Hay un solo proceso en marcha o hay dos imbricados el uno en el otro?
El dilema entre el pragmatismo realista (ser flexible en la aplicaci¨®n de la ley) y el purismo de los principios sagrados del Estado de Derecho (ceder es contrario a la democracia) no es al final sino un recurso argumental. Lo demuestra, mejor que mil comentarios, una sencilla comprobaci¨®n: los defensores respectivos de una u otra posici¨®n manten¨ªan en estos ¨²ltimos a?os posturas sim¨¦tricamente contrarias a las que defienden hoy. Quienes han descubierto ahora el art¨ªculo 3 del C¨®digo Civil y el principio de que las leyes han de interpretarse teniendo en cuenta la realidad social del tiempo en que se aplican, defend¨ªan exactamente lo contrario hasta ayer mismo. Defend¨ªan que el hecho de padecer un terrorismo sanguinario no justificaba el que la legalidad se interpretase en su contra, y se opon¨ªan a la Ley de Partidos o al nuevo c¨®mputo de la redenci¨®n de penas en aras del garantismo m¨¢s purista. Ahora ensalzan el pragmatismo. Y los del otro lado al rev¨¦s. Un dilema, entonces, falso por sectario.
As¨ª las cosas, ?desde d¨®nde enjuiciar lo que sucede? ?D¨®nde buscar criterios ¨²tiles? Quiz¨¢s sea conveniente dejar de lado criterios sustantivos y aplicar la metodolog¨ªa de la acci¨®n racional estrat¨¦gica, porque es la que mejor nos permite atisbar los problemas de un proceso como el iniciado. Un proceso en el que, tanto o m¨¢s que las estructuras de los problemas sociales y pol¨ªticos tratados, cuentan las iniciativas, las estrategias y la suerte de sus actores al definir el proceso mismo y sus comportamientos dentro de ¨¦l. Es lo que William H. Riker llamaba "herest¨¦tica", es decir, el arte de manipular pol¨ªticamente una cuesti¨®n a trav¨¦s de la definici¨®n de los actores, sus posiciones, las agendas y los marcos de tratamiento.
En este sentido, hay un punto esencial previo para poder analizar con m¨ªnima claridad el proceso iniciado de cese de la violencia, y, desgraciadamente, ese punto no est¨¢ totalmente despejado. Podr¨ªa formularse as¨ª: ?hay un solo proceso en marcha o hay dos imbricados el uno en el otro? En concreto, el proceso de final dialogado puede ser un proceso aut¨®nomo, pero tambi¨¦n podr¨ªa estar conectado a uno m¨¢s amplio que tendr¨ªa por meta el establecer las bases pol¨ªticas de un bloque de gobierno permanente en Espa?a del que estar¨ªa excluido la derecha. Hay s¨ªntomas de que puede existir este proceso amplio y de que se solapa de continuo con el otro, lo cual emborrona la percepci¨®n de los hechos.
En cualquier caso, el proceso se ha dibujado inicialmente con dos actores principales (Gobierno y ETA-Batasuna) y una serie de subactores reducidos al papel de observadores interesados. El Gobierno asume la representaci¨®n de todos ¨¦stos (que se la otorgan siempre que no ponga en juego sus propios intereses y visiones particulares) y ETA-Batasuna se presentan como un bloque unido. La agenda es la cuesti¨®n de la violencia, y su marco la "mesa de las armas". Sin embargo, no bien iniciado el proceso, se produce una aparente crisis que provoca un cambio sustancial de agenda: la "mesa pol¨ªtica", que inicialmente se contemplaba como diferida al futuro, se admite con car¨¢cter simult¨¢neo y solapado a la otra. La crisis la provocan, aparentemente, las dificultades de Batasuna para controlar a ETA si se aplazan las issues pol¨ªticas. Pues bien, un cambio de agenda tan temprano y de esta magnitud pone en cuesti¨®n una serie de cosas. En primer lugar, arroja serias dudas sobre la solidez de las bases en que se apoyaba todo el dise?o. Ser¨ªa muy grave que no existiera un control suficiente de los terroristas por parte de Batasuna, tal como se pensaba. Y por otro lado, parece que el Gobierno no controla plenamente el proceso, hasta el punto de que se ha visto obligado a alterar su itinerario y agenda sobre la marcha. S¨ªntomas preocupantes ambos.
Podr¨ªamos estar ante el inicio de un fen¨®meno muchas veces constatado en todo proceso de negociaci¨®n, el de que el proceso atrapa en su propia din¨¢mica a sus actores y se llega a convertir en un fin en s¨ª mismo, m¨¢s all¨¢ de los objetivos sustantivos para los que se inici¨®. Las apuestas pol¨ªticas efectuadas se convierten en hipotecas que es muy gravoso rescatar, lo que genera una huida hacia delante que sostiene el proceso por falta de alternativa.
Por otro lado, sucede que el dise?o de las dos mesas operando simult¨¢nea y solapadamente tiene problemas estructurales que no parecen haber sido debidamente considerados. Uno de ellos es el de la asimetr¨ªa de los actores que se sientan: en un caso, s¨®lo Gobierno y terroristas; en el otro, todos los partidos (lo que incluye al Gobierno y a los terroristas). La inevitable contaminaci¨®n entre mesas genera una din¨¢mica reactiva de los actores infrarrepresentados. Es decir, que los partidos presentes s¨®lo en la "mesa de la pol¨ªtica" cuestionar¨¢n e intentar¨¢n intervenir en la "mesa de las armas", desde el momento en que a trav¨¦s de ella se les condiciona. No podr¨¢ el Gobierno pretender el monopolio del contenido del di¨¢logo con ETA cuando los frutos de ese di¨¢logo se trasladan directamente a los intereses pol¨ªticos de quienes est¨¢n sentados en la otra mesa. Los perjudicados por esa traslaci¨®n intentar¨¢n derribar ambas mesas, no s¨®lo una. Que es lo que sucede con el Partido Popular.
Un formato m¨¢s adecuado, en mi opini¨®n, hubiera sido el de enmarcar las cuestiones pol¨ªticas en una mesa nacional espa?ola y no en una exclusivamente vasca. Una issue tan global como la del derecho de secesi¨®n de parte del territorio espa?ol, que es lo que tarde o temprano se va a discutir, encuentra su marco adecuado en el nivel multilateral espa?ol, planteada con car¨¢cter general (federal), no en el particular y bilateral vasco. Lo que sucede es que ese planteamiento exige un entendimiento previo entre los dos grandes partidos nacionales, lo que es contradictorio con la atisbada posibilidad de que estemos en realidad asistiendo a la construcci¨®n de un bloque de exclusi¨®n perdurable de uno de ellos. Con lo que, al final, la cuesti¨®n principal es la definici¨®n de lo que est¨¢ pasando: si hay un solo proceso o dos.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ruiz Soroa es abogado.
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