Las manzanas del para¨ªso
En los libros de las religiones abrah¨¢micas (juda¨ªsmo, cristianismo, islamismo) abundan mujeres importantes. Imposible imaginar a Abraham sin la simp¨¢tica Sara; a Jes¨²s sin la madre Mar¨ªa o la atrevida Mar¨ªa la de Magdala; a Mahoma sin la rica y madura Jadiya. La literatura m¨¢s antigua no es injusta con la mujer. Tampoco alguno de los nuevos textos. Por ejemplo, entre los privilegios que confiri¨® el fundador cristiano a la mujer no es menor el haberse aparecido a ellas nada m¨¢s resucitar, antes que a ninguno de sus posteriormente empavonados ap¨®stoles.
?Cu¨¢ndo se torci¨® todo para la mujer? Cuando los religiosos pusieron en el portal de su actividad el sexto pecado cristiano: el sexo, la tentaci¨®n, el hombre como un ser empecatado, que dijo el atormentado Agust¨ªn de Hipona. Hay antes, ciertamente, la incre¨ªble historia del Para¨ªso terrenal y la prueba de la manzana, donde Eva es tentaci¨®n y ca¨ªda por deseo de inmortalidad (o por curiosidad, gran virtud). Pero este relato -donde la mujer queda fijada como prototipo de tentaci¨®n masculina, de incitadora al pecado y ella misma pecadora- tiene muchas interpretaciones. Nunca debi¨® justificar la marginaci¨®n de la mujer en las iglesias abrah¨¢micas y, como consecuencia, en el resto de las actividades sociales. "De todos los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ning¨²n otro deber¨ªan de arrepentirse tanto las iglesias como del pecado cometido contra la mujer", escribe la te¨®loga cat¨®lica Uta Ranke.
Si la serpiente hubiera dado la manzana a Ad¨¢n, ?¨¦ste la habr¨ªa compartido?, ?y si Eva no se la hubiera comido? Met¨¢foras in¨²tiles. Alguien al que los religiosos acuden cuando se sienten perdidos en cuestiones de doctrina, Tom¨¢s de Aquino, sosten¨ªa como argumento contra el sacerdocio de la mujer que, "si el sacerdote fuera mujer, los fieles (varones) se excitar¨ªan al verla". A lo que replic¨® una vez Umberto Eco, en sus debates con el cardenal Carlo Maria Martini (En qu¨¦ creen los que no creen en Dios), recordando las p¨¢ginas de Stendhal en La Cartuja de Parma:
"Dado que los fieles son tambi¨¦n mujeres, ?qu¨¦ ocurre con las muchachitas que podr¨ªan excitarse ante un cura guapo?".
Lo curioso es que estas resistencias contra las mujeres pervivan en una de las confesiones que primero rompi¨® esos tab¨²es, aunque fuese por razones de Estado (la decisi¨®n de Enrique VIII de tomar por esposa a Ana Bolena). Adem¨¢s de cortar muchas cabezas, el rey ingl¨¦s cre¨® su propia iglesia, la Anglicana, con cl¨¦rigos autorizados a casarse para ganar su simpat¨ªa frente a la intransigente Roma. Lutero hizo otro tanto. Pero las resistencias son muchas cuando se trata de ceder jerarqu¨ªa y poder, como se ve de nuevo.
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