Las alegres comadres del azar
Me llamo Mart¨ªn Girard. Y, a diferencia de los que llegan a este mundo como ol¨ªmpicos ganadores de una carrera de espermatozoos, yo s¨®lo soy un seud¨®nimo. Algo as¨ª como una etiqueta sin botella. Por tanto, lo que diga, incluido lo antedicho, no debe tenerse en cuenta. No obstante, como presentimiento y advertencia, vaya por delante una boutade: este mundial no lo ganar¨¢ necesariamente quien mejor juegue, sino el equipo que marque en cada partido un gol m¨¢s que su contrincante, aunque juegue peor. La suerte es ir¨®nica y hace de las suyas, lo sabemos. Por otra parte, la tecnolog¨ªa ha dado definitivamente al traste con el silbido de los pastores de las monta?as de anta?o pero preserva el silbato de los ¨¢rbitros en los campos de hoga?o. Esa insensata circunstancia propicia el que, gracias a la repetici¨®n de la jugada, tengamos m¨¢s elementos de juicio desde nuestra casa que el juez de la trifulca en el lugar de los hechos. As¨ª mismo, los c¨¢nticos y gritos tribales, desde reductos de cemento, se nos antojan, con frecuencia, eco del eco de nueces vac¨ªas. Resonancias de un tam-tam que s¨®lo anuncia su oquedad. Pero no es f¨¢cil escapar a su irracional influjo. A estos factores ambientales, cabe sumar la entrop¨ªa medi¨¢tica que anticipa, degusta, digiere y regurgita por nosotros los acontecimientos.
El f¨²tbol se piensa con los pies y se ejecuta con el cerebro. Y no me refiero a los remates de cabeza, sino a los del pensamiento. Cuando la idea de la bota tiene que subir hasta el enc¨¦falo para solicitar aquiescencia en funci¨®n de posibles alternativas a la jugada, rara vez se le concede la oportunidad de regresar a tiempo al lugar de origen, o sea al pie, antes de que el fallo se haya consumado. O un contrario, en ocasiones m¨¢s torpe pero m¨¢s r¨¢pido, se haya anticipado. Puesto que bal¨®n s¨®lo hay uno, no nos lo pensemos dos veces. De una manera o de otra, el azar tendr¨¢ siempre la ¨²ltima palabra. Aunque, en ocasiones, la belleza se reserve la ¨²ltima pincelada. Como en ese pase de Cesc, a ras de tapiz y al espacio vac¨ªo, que la intuici¨®n y la galopada de Torres engarza y culmina. Son esas jugadas las que convierten el azar en humana providencia y redimen al f¨²tbol de la muy virtuosa rutina. Obedecen, por supuesto, a m¨¢s o menos ensayados planteamientos t¨¢cticos y a, m¨¢s o menos, sutiles adiestramientos t¨¦cnicos, pero el estupor que nos suscitan proviene de su irrepetibilidad. Si las jugadas excepcionales pudieran programarse en una pizarra y resolverse en los entrenamientos, bastar¨ªa sentar a dos entrenadores ante un tablero. Pero las posibilidades combinatorias de una partida de once contra once, en un rect¨¢ngulo rodeado por t¨®xicos efluvios humanoides bajo influjos celestiales, son infinitamente m¨¢s incalculables que las variantes matem¨¢ticas de una partida de ajedrez. Porque, a f¨ªn de cuentas, depende de una patada.
Gonzalo Su¨¢rez, escritor y cineasta, recupera el seud¨®nimo de Mart¨ªn Girard con el que firm¨® como periodista en los sesenta.
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