El indoloro fin de la memoria
El anunciado prop¨®sito de elaborar ahora una ley de la Memoria Hist¨®rica viene a decirlo todo: habr¨¢ que recordar por dictado de la ley. De otra manera, ?c¨®mo y para qu¨¦ acordarse?
Si el mundo circula con m¨¢xima velocidad lo debe, en gran medida, a haberse despojado de adherencias, ligaduras, d¨¦bitos con el pasado. Los seres humanos de diferente procedencia se mezclan mejor cuanto m¨¢s leves o removibles son sus legados. De este modo han triunfado los modelos de fusi¨®n, desde la cocina vasco-japonesa a las selecciones nacionales de f¨²tbol con jugadores naturalizados. La pr¨¢ctica totalidad del mundo se encuentra en fase de reinauguraci¨®n, empezando por Espa?a. Seguir los trazos que impone la espesura de la memoria ralentizar¨ªa cualquier novedad actual, dada la necesidad actual de las respuestas r¨¢pidas.
En la empresa, se discute sobre el valor de la experiencia pero cada dos por tres las jubilaciones anticipadas muestran el reducido aprecio que se concede a la memoria de los veteranos. Justamente, el llamado Business Intelligence tiene por misi¨®n guiar el porvenir de la firma no por la memoria profesional de sus empleados sino a trav¨¦s de extrapolaciones que resuelve el ordenador. ?El ordenador? Los ordenadores en cuanto actores omnipresentes no cesan de conminarnos a "actualizar". Lo preexistente se borra en beneficio de lo vigente y s¨®lo lo actualizado queda como absoluto.
La memoria, por si faltaba poco, siempre conlleva dolor y el dolor se encuentra hoy muy desacreditado puesto que ni se predica como camino para la perfecci¨®n ni puede apilarse para llegar al cielo. Todo acto nemot¨¦cnico, se trate de evocar lo bueno o lo peor, procura cierta suerte de infelicidad, bien por amargura o por simple melancol¨ªa. Ser feliz a toda costa constituye, sin embargo, uno de los dictados centrales de nuestra ¨¦poca. La felicidad por todos los medios, por todos los psicof¨¢rmacos, los coach o los mil manuales de autoayuda. No remover el pasado se corresponde, sim¨¦tricamente, con no preocuparse mucho por el futuro. El presente desnudo, exento de causas y consecuencias, es la regla general de la producci¨®n social.
Como resultado, un desacreditado fardo viene a ser la memoria. Los ancianos que se sentaban en los parques a recordar o, en los veranos, acomodados ante el mar, lanzaban la mirada al horizonte para repescar sensaciones vividas, son hoy inducidos a moverse, viajar, ocuparse en los m¨¢s pintorescos hobbies. Lo decisivo es mantener una acci¨®n que obstaculice el reposo propicio para echar la vista atr¨¢s.
El olvido ser¨ªa as¨ª curativo y saludable mientras la memoria contribuir¨ªa a acentuar el deterioro a trav¨¦s de la consciencia de las p¨¦rdidas. El olvido constituir¨ªa una actitud de higiene mientras la memoria un riesgo de infectarse a trav¨¦s de elementos usados, caducados, fuera de su estaci¨®n. La cultura de consumo busca en su recambio permanente encubrir los indicios de la consumaci¨®n. Sin proceso, sin pasado ni flecha del tiempo, cada edad, cada situaci¨®n, cada etapa social, surge y se esfuma imitando el sistema de la moda. Es decir, con arbitrariedad, sin concatenaci¨®n, sin trascendencias.
La memoria, cuya categor¨ªa comporta peso y gravedad, se presenta incompatible con el reino de la levedad y el pasatiempo. Si el pasado vuelve alguna vez debe hacerlo, precisamente, como remake. O, expresado de otro modo: transformado en espect¨¢culo, privado de tragedia y convertido en distracci¨®n: extra¨ªdo de la historia y entregado al comercio. De este modo, el recuerdo sublimado, liofilizado, acondicionado resulta apto para todos los p¨²blicos puesto que su amargura o melancol¨ªa han sido recicladas como ofertas de ocio.
?Una ley de la Memoria Hist¨®rica? Si las leyes sobre el medio ambiente aparecen cuando la Naturaleza se ha perdido o est¨¢ perdi¨¦ndose, la ley que tratar¨ªa de proteger la memoria hist¨®rica saldr¨ªa a la luz cuando el mundo del recuerdo se deshace o se apaga.
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