'Lobo de paz'
Hace mucho tiempo -estudiaba medicina- asist¨ª a una conferencia que me impresion¨® vivamente. Quien hablaba era un hombre elegante de voz pausada y grave, con acento extranjero y f¨¢cil sonrisa. Si no recuerdo mal, su exposici¨®n estaba vinculada a la psicolog¨ªa, aunque lo realmente destacable era la facilidad con que relacionaba la medicina, y las ciencias en general, con la literatura. En un momento determinado afirm¨® algo contundente: "Sufro, luego existo".
Estas palabras se grabaron en mi memoria, pero con el paso de los a?os me olvid¨¦ completamente del conferenciante y de su nombre, si es que alguna vez lo supe. Tambi¨¦n olvid¨¦ su voz, su acento y su sonrisa, y pese a que su sentencia sobre el sufrimiento -una precisa mezcla de Esquilo y Descartes- continuaba retumbando como un eco, me habr¨ªa olvidado completamente de la persona que la pronunci¨® si hace un mes, al hojear el peri¨®dico, no me hubiera encontrado con la fotograf¨ªa de aquel excepcional conferenciante.
Lo reconoc¨ª de inmediato, por su sonrisa ?Qui¨¦n era ese hombre del que hab¨ªa perdido toda huella a excepci¨®n de tres palabras? Le¨ª ¨¢vidamente la cr¨®nica que acompa?aba a la fotograf¨ªa. La Universidad de Barcelona hab¨ªa hecho un homenaje al profesor V. Jorge Wukmir con motivo del trig¨¦simo aniversario de su fallecimiento. La cronista a?ad¨ªa algunas informaciones significativas: Wukmir era un eminente psic¨®logo absolutamente ignorado por nuestros c¨ªrculos acad¨¦micos y culturales; Wukmir fue el fundador de la psicolog¨ªa de la orientaci¨®n vital, una teor¨ªa pionera en la investigaci¨®n de los nexos entre estructura celular y comportamiento; Wukmir era un aut¨¦ntico humanista, amante de la filosof¨ªa y de las artes; Wukmir, al que sus disc¨ªpulos llamaban el extra?o profesor, era un hombre extremadamente gentil y tolerante; Wukmir no obtuvo ninguna plaza estable y se gan¨® la vida leyendo manuscritos para editoriales, entre ellos el de Papillon; Wukmir casi nunca hablaba de su pasado y cuando lo hac¨ªa se refugiaba pronto en su magn¨ªfica sonrisa; Wukmir -lobo de paz en serbio- no se llamaba Wukmir, sino Vladimir Velmar-Jankovic.
El profesor V. Jorge Wukmir -o sea Vladimir Velmar-Jankovic-, mi conferenciante perdido en el tiempo, era un exiliado yugoslavo, m¨²sico, dramaturgo y novelista que hab¨ªa viajado por cuatro guerras antes de acogerse a la "hermosa luz" de Barcelona. Esp¨ªritu libre, se neg¨® a refugiarse bajo el escudo de ninguna doctrina y rechaz¨® por igual al comunismo y el fascismo, el nacionalsocialismo balc¨¢nico y el imperialismo americano.
Pero quiz¨¢ su m¨¢ximo logro fue erigirse en lo que ¨¦l denominaba hombre privado, alguien que no se define por una profesi¨®n, una ideolog¨ªa o una patria, sino por el establecimiento de un equilibrio interior. A ra¨ªz de mi inesperado reencuentro con Wukmir he buscado sus libros y he le¨ªdo uno, El hombre ante s¨ª mismo, que confirma esa serena privacidad a la que en su opini¨®n debe aspirar el ser humano. El libro est¨¢ encabezado por una cita de Buda que marcha al encuentro de aquellas tres palabras del desconocido conferenciante que quedaron grabadas en mi memoria: "S¨®lo ense?o dos cosas, ?oh disc¨ªpulos!: el sufrimiento y la liberaci¨®n del sufrimiento".
La fotograf¨ªa del elegante y sonriente Wukmir ofrec¨ªa ense?anzas paralelas a ¨¦stas. Por fin se reconoc¨ªan, por m¨ªnimamente que fuera, los conocimientos de un hombre sabio. ?Pero hab¨ªan tenido que pasar 30 a?os! ?Nadie en esos 30 a?os nos hab¨ªa informado de la extraordinaria calidad intelectual de este hu¨¦sped nuestro tan sencillo y discreto? Por lo visto no s¨®lo detestamos y olvidamos a los que nacen aqu¨ª, sino que hacemos lo mismo con los que se acogen a la hospitalidad de nuestra "hermosa luz".
Descubrir la verdadera personalidad de Wukmir a?ad¨ªa a la alegr¨ªa del reencuentro una consideraci¨®n melanc¨®lica: estos intelectuales casi han desaparecido, esta cultura ha sido casi abolida. Al leer El hombre ante s¨ª mismo, lleno de valientes apuestas acerca de las encrucijadas humanas, es imposible no sentir nostalgia de aquellos cient¨ªficos que, m¨¢s all¨¢ de sus especialidades, se preocupan por la "conciencia de la ciencia", de aquellos escritores que se rebelaban contra los dictados tribales y mercantilistas. Asimismo es imposible no acordarse del tremendo diagn¨®stico establecido por Stefan Zweig en El mundo de ayer: una Europa, amputada en sus ra¨ªces, desliz¨¢ndose hacia la impotencia y la trivialidad.
Con todo, tal vez la principal lecci¨®n del viejo lobo de paz no fuera su investigaci¨®n cient¨ªfica ni sus conocimientos enciclop¨¦dicos ni su anticipaci¨®n de horizontes, sino su admirable capacidad para desaparecer. Imagino que ning¨²n hombre es libre hasta que est¨¢ en condiciones de llevar a la pr¨¢ctica esta capacidad. Parece que el profesor Wukmir lo consigui¨® con su silencio, con su tenaz conquista de la privacidad en un mundo que exige a sus habitantes el espect¨¢culo de la transparencia.
Jean Rostand lo dej¨® dicho con exactitud: "Todas las esperanzas le est¨¢n permitidas al hombre, incluso la de desaparecer".
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