El atlas de Francesca Llopis
Tengo un libro en la mano envuelto en un mant¨®n de Manila o, lo que es lo mismo, sus cubiertas son la serigraf¨ªa de un mant¨®n de la madre de la autora. Dentro, el lector encuentra una exposici¨®n port¨¢til, encuentra poes¨ªa, incluso las im¨¢genes de un fragmento de v¨ªdeo, un flipbook, que descubrimos en el ¨¢ngulo superior de cada p¨¢gina. Podemos desplegar la ¨²ltima hoja y nos sale el recorrido de toda la obra de la autora, que es casi lo mismo que el recorrido de su vida. Podemos acariciar cada p¨¢gina porque las cinco partes de que consta el libro tienen un papel distinto. O podemos cortar, literalmente, segmentos de las hojas hasta que quede convertido en una ciudad. Duc una ciutat al cap es el t¨ªtulo de este libro raro que Francesca Llopis present¨® hace unos d¨ªas en el bar del Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (CCCB), rodeada de sus amigos, que son muchos.
En los tiempos que corren, acostumbrados a la grandilocuencia, al escaparate vac¨ªo de contenido, es un placer tener en las manos algo tan cuidado, hecho con mimo y desbordante de sensibilidad: una filigrana que no dejas de tocar, de mirar del derecho y del rev¨¦s. Es un libro que no molesta encima de una mesa porque es una obra de arte y porque se puede abrir en cualquier momento y escoger el rinc¨®n que m¨¢s le apetece al lector seg¨²n su estado de ¨¢nimo. ?Son manchas o es una ciudad flotante, son rayas o un bosque, una telara?a, una cabellera, un camino que se pierde en la niebla? ?Son retales del mant¨®n o p¨¦talos de amapola o quiz¨¢ el movimiento del viento? Francesca juega con ese mant¨®n de su madre y lo convierte en un bosque tenebroso, en una flor o en uno de estos ¨¢ngeles que los ni?os soplan para hacerlos flotar.
Cuando el lector llega al desplegable encuentra peque?as l¨¢minas e intuye que detr¨¢s de tortuosos laberintos y cavidades que parecen aspirarle, detr¨¢s de caminos que se pierden, de ciudades y puertos, de v¨ªas l¨¢cteas y bosques medio borrados por la niebla, se esconde toda la historia de su autora. Es un largo viaje que empieza en 1981 y que de momento termina en Barcelona. Un gran atlas donde los mapas se convierten en lienzos. As¨ª descubrimos su pasi¨®n por las m¨¢quinas, los hornos industriales, el olor a hierro, el ruido de los muelles. Francesca naci¨® en el Poblenou, y desde muy peque?a, hablamos de los a?os cincuenta, su padre la llevaba a la f¨¢brica de hornos de pan donde trabajaba. Entr¨® en la Escola Eina bajo la tutela de R¨¤fols-Casamada. Quer¨ªa estudiar dise?o industrial, pero al final opt¨® por otra rama. Se fue a Varsovia, empez¨® pintando puertos, pero se vio inmersa en un golpe de Estado. Los tanques salieron a la calle, la ciudad era un caos, pero consigui¨® un billete para Par¨ªs. Poco despu¨¦s fue a Londres y alquil¨® un estudio. All¨ª prepar¨® su exposici¨®n para la galer¨ªa Maeght de Barcelona. En la d¨¦cada de los ochenta era mucho m¨¢s f¨¢cil exponer y vender, y Francesca viv¨ªa de lo que pintaba. Un rico coleccionista de arte de Nueva York vio la exposici¨®n y le propuso pintar la c¨²pula de su casa. All¨ª pas¨® tres meses, y cuando termin¨® no ten¨ªa ninguna intenci¨®n de volver a Barcelona y se puso a lavar platos para pagarse un estudio. En sus horas libres iba a la biblioteca central de la Quinta Avenida, all¨ª descubri¨® el mundo de los laberintos y las cavidades y decidi¨® buscarlos en Egipto, Yemen, Creta... En Cocodr¨ªpolis, por ejemplo, s¨®lo encontr¨® un cartel con la flecha que indicaba d¨®nde estuvo la ciudad laber¨ªntica, ya comida por el desierto. Francesca sigui¨® su recorrido hasta Roma gracias a una beca; la llamaron para un stage en Francia, y sigui¨® hacia Hamburgo y m¨¢s tarde hasta Islandia. Todo ello se materializa en sus dibujos; m¨¢s tarde experiment¨® en fotograf¨ªa y v¨ªdeo, que descubri¨® en su propia casa, grabando a vecinos a quienes no conoc¨ªa en absoluto.
En el bar del CCCB, sus amigos poetas recitaron el micropoema que acompa?a una parte de los lienzos del libro: V. Altai¨®, J. C. Cata?o, J. Pibernat, A. Roig, J. Contijoch, E. Escofet, E. Xargay... A algunos, Francesca les hab¨ªa pasado el dibujo y ellos se inspiraron, otros buscaron el poema m¨¢s id¨®neo que ya ten¨ªan escrito y alguna, como Dolors Miquel, simplemente redact¨® los versos por la descripci¨®n que, por tel¨¦fono, le dio la artista. El micro del bar no era una maravilla y la luz para leer, menos; a los de la generaci¨®n acosada por la vista cansada, que eran muchos, les fue imposible leer una palabra porque, sencillamente, no ve¨ªan las letras. Uno de ellos fue el cr¨ªtico de arte Luis Francisco P¨¦rez, que acab¨® dando la espalda al p¨²blico para enfocar su texto a la luz. Otro poeta, Jaume Sisa, sustituy¨® la imposible lectura por un peque?o y elocuente speech. Dijo Sisa que Llopis no sabe lo que se hace, en el buen sentido de la palabra: que se deja llevar por un impulso y que no tiene otro remedio que expresar lo que siente a trav¨¦s del dibujo. "Francesca es una pintautora", afirm¨®, "expresa el mundo m¨¢s personal y escondido, como los cantautores, pero no es una paliza como nosotros: es m¨¢s discreta". Por cierto, el libro es triling¨¹e y se encuentra distribuido por todo el mundo. Estar¨ªa bien que alg¨²n d¨ªa los egipcios resucitaran su Cocodr¨ªpolis de debajo de la arena y vendieran en su librer¨ªa Duc una ciutat al cor.
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