Maestro Balenciaga
Par¨ªs se rinde al mejor modista espa?ol de la historia con una gran exposici¨®n retrospectiva. Un hombre que se retir¨® antes de doblegarse ante la vulgaridad. Un maestro, r¨ªgido y perfeccionista, cuyo arte se ha demostrado eterno y atemporal
Naci¨® en 1895 en Getaria (Pa¨ªs Vasco), en el seno de una familia humilde y muy cat¨®lica. De padre pescador y t¨ªo sacerdote, entre su hermana y su hermano pusieron en el mundo a 10 hijos. Crist¨®bal Balenciaga supo muy pronto que quer¨ªa dedicarse a vestir a las mujeres. Y no a cualquier mujer: reinas, princesas o, en todo caso, mujeres que, vestidas por ¨¦l, dejaban de ser Cenicienta. Apenas cumplidos los 23 a?os abri¨® en San Sebasti¨¢n su primera tienda o taller, a los que seguir¨¢n otros en Madrid y Barcelona. En 1937, escapando a una guerra civil que pon¨ªa camisa azul a las mujeres del bando de los Balenciaga, se instal¨® en Par¨ªs. Desde el tercer piso del 10 de la Avenue George V, en un espacio de casi 500 metros cuadrados, rein¨® sobre el mundo de la moda hasta febrero de 1968, cuando decidi¨® jubilarse sin esperar que soplaran los vientos de mayo.
"Cuando ten¨ªa 18 a?os y creaba sus primeros vestidos en San Sebasti¨¢n, ya viajaba a menudo a Par¨ªs", explica Pamela Golbin, comisaria de la exposici¨®n que el pr¨®ximo d¨ªa 6 se inaugura en el museo parisiense de Les Arts D¨¦coratifs. Una muestra que permanecer¨¢ abierta hasta el 28 de enero de 2007 y que re¨²ne 160 obras que permiten reconstruir, cronol¨®gicamente, su recorrido, "de 1918 a 1968, con el a?adido de algunos trajes realizados por Nicolas Ghesqui¨¨re para la marca Balenciaga, que dirige desde 1997".
Los viajes del joven Crist¨®bal a Par¨ªs eran estudiosos: "Compraba patrones y ropas de los mejores costureros y se las llevaba a San Sebasti¨¢n para desmontarlas y volver a montarlas. Quer¨ªa saber c¨®mo estaban hechas las cosas. Comenz¨® copiando a Schiaparelli, a Chanel, a Poiret. A los mejores. ?l dec¨ªa que un buen modista ha de ser arquitecto en sus bocetos, que sirven de plano; escultor, por su manera de abordar la forma; pintor, al resolver los problemas del color; m¨²sico, por armonizar los elementos, y fil¨®sofo, en la mesura".
La sublimaci¨®n de la silueta femenina era el objetivo de Balenciaga, el modista de los modistas, el que todos aceptaban como la referencia absoluta. Durante la ¨¦poca dorada, el periodo entre las dos guerras mundiales y buena parte de la d¨¦cada de los cincuenta, exist¨ªan aut¨¦nticas clientas -"algunas compraban hasta 150 trajes al a?o"-, en los talleres de los creadores trabajaba una legi¨®n de artesanos -"Balenciaga lleg¨® a emplear 500 personas"-, y las marcas eran capaces de financiarse con la venta de vestidos y vivir al margen de productos derivados, pr¨ºt-¨¤-porter y televisi¨®n. "Nunca concedi¨® una entrevista a la prensa escrita, la radio o la televisi¨®n; nunca admiti¨® que se fotografiasen sus desfiles. Era el anti-Dior", concluye Golbin. Para ella, esa decisi¨®n de austeridad en la autopromoci¨®n se debe a que "Balenciaga era el modista de reinas y damas, y Dior, el de amantes y cocottes".
La millonaria americana Barbara Hutton le compr¨®, de una misma colecci¨®n, 19 vestidos, 6 trajes de chaqueta, 3 abrigos y 1 salto de cama. Otra mujer sin problemas de cuenta corriente, la condesa Mona Bismark, le compr¨® 88 modelos en 1963 y m¨¢s de 140 en las dos temporadas siguientes. "Las clientas habituales eran merecedoras de un trato especial. Ten¨ªan un asiento reservado en uno de los cinco canap¨¦s de piel blanca concebidos para el espacio de desfiles del taller. Cuando llegaban, recib¨ªan un cuaderno donde anotar los modelos que les interesaban y las apreciaciones que quisieran transmitir sobre ellos. El desfile duraba entre 60 y 90 minutos, inclu¨ªa entre 150 y 200 modelos y no estaba permitido tomar fotos, filmar ni hacer dibujos. Todo transcurr¨ªa en silencio, sin m¨²sica ni focos". Tras apuntar qu¨¦ quer¨ªan y comunic¨¢rselo a una vendedora vestida de negro y con el pelo recogido en un mo?o, Balenciaga efectuaba un primer ensayo. Una semana m¨¢s tarde, la pieza estaba lista para un segundo ensayo, y luego hab¨ªa tiempo de pulir hasta que la clienta regresaba a su pa¨ªs, casi siempre EE UU.
En su taller, cada uno estaba en su sitio y nadie pod¨ªa salirse de ¨¦l. Era un mundo en el que no hab¨ªa lugar para el cotilleo y en el que la vida privada era realmente privada. "En otras casas, las costureras sab¨ªan de los amores de su jefe o jefa, de si beb¨ªa, de su homosexualidad. En chez Balenciaga, nadie hablaba de eso", constata Goblin a partir de sus entrevistas con las antiguas trabajadoras. En la misma l¨ªnea, en Balenciaga el dinero no era tema de conversaci¨®n. En 1959, Women's Wear Daily confirm¨® que Balenciaga era la firma de moda que obten¨ªa mayor beneficio anual, por encima de 1,5 millones de d¨®lares de la ¨¦poca. "Era el modista m¨¢s caro y no admit¨ªa discusi¨®n sobre el precio de sus creaciones". En consonancia con ese silencio sobre el precio, la tienda de la planta baja del inmueble, que Balenciaga le encarg¨® al decorador Christian B¨¦rard, ten¨ªa como norma presentar en sus escaparates objetos que no estaban en venta.
Su modelo preferida se llamaba Colette. Una mujer muy delgada, de espalda inacabable y caderas muy anchas. En sus dibujos, Balenciaga da a entender cu¨¢l era su ideal femenino y a qu¨¦ daba importancia. Sus siluetas tienen siempre m¨¢s espalda que cintura, est¨¢n coronadas por sombreros muy estilizados y los zapatos son un mero punto. Lo importante son las texturas, la ca¨ªda; que la l¨ªnea sea inmediatamente reconocible; que todo corresponda a un gesto simple, elegante, definitivo. Pero que la concepci¨®n sea escult¨®rica no significa que la ropa no sea c¨®moda, que el cuerpo femenino no se deslice f¨¢cilmente entre sus pliegues. Balenciaga so?aba con un traje sin costuras y con poder resolverlo todo gracias al corte. Las mangas son, seg¨²n los expertos, la prueba m¨¢s concluyente de la supremac¨ªa de su arte. "Buscaba la manga perfecta, que permitiese una total libertad de movimiento sin que eso descompusiese nunca el conjunto", dice Goblin. "Era capaz de montar y desmontar varias veces una manga, de desplazar el tejido menos de un mil¨ªmetro para conseguir borrar una imperfecci¨®n que s¨®lo ¨¦l ve¨ªa. Un¨ªa forma y funci¨®n, construcci¨®n y confort".
La pol¨ªtica no le interesaba, pero s¨ª el poder. Prestaba m¨¢s importancia a la perfecci¨®n y al prestigio que al dinero. "?Qu¨¦ quieren que me compre? Ya tengo un coche y demasiadas casas", les dijo a unos americanos que le ofrec¨ªan un jugoso contrato para explotar su nombre en otros productos derivados. Se retir¨® cuando la moda dej¨® de ser un reducto de exigencia, cuando comprendi¨® que la perfecci¨®n era una quimera que nadie iba a compartir con ¨¦l.
La irrupci¨®n de fortunas recientes, que ol¨ªan a cemento o a gasolina y que a¨²n no se hab¨ªan dotado de una p¨¢tina que ocultase el sudor y la sangre, no pod¨ªa ser del agrado de un Crist¨®bal Balenciaga poco dotado para la gesti¨®n de los problemas de la vida cotidiana, que nunca llev¨® reloj ni joyas: consideraba que esos signos externos de riqueza eran propios de quienes no hab¨ªan interiorizado su superioridad. Es m¨¢s, tampoco llevaba nunca dinero en efectivo. Una actitud que le hizo descubrir que su nombre no siempre bastaba para abrir todas las puertas. Lo relata Pamela Goblin: "En una ocasi¨®n lleg¨® al aeropuerto acompa?ado de un ch¨®fer. Cuando ¨¦ste se fue, descubri¨® que su avi¨®n ya hab¨ªa despegado. En la ¨¦poca no hab¨ªa tel¨¦fonos m¨®viles ni tarjetas de cr¨¦dito, y, sin un franco, nadie quer¨ªa prestarle para coger un taxi o el autob¨²s. Y no ten¨ªa ni siquiera suficiente para llamar desde una cabina telef¨®nica para que le enviasen un coche". Durante unas pocas horas, Crist¨®bal Balenciaga supo de la existencia de ese otro mundo que ¨¦l, con su estilo y talento, hab¨ªa relegado fuera de su vida.
La exposici¨®n 'Balenciaga Paris' se inaugura el d¨ªa 6 de julio. Se podr¨¢ ver hasta el 28 de enero de 2007 en Les Arts D¨¦coratifs, Mus¨¦e de la Mode et du Textile (Par¨ªs). www.lesartsdecoratifs.fr.
Devotas del lujo
Por Andrea Aguilar
?Qui¨¦n daba vida y cuerpo a los trajes de Balenciaga que hoy se muestran en los museos? Detr¨¢s de cada prenda se esconden las fieles clientas que supieron apreciar la sutil elegancia del maestro. Unas llegaban del otro lado del Atl¨¢ntico, acompa?ando a sus esposos en viaje de negocios; las estrellas aprovechaban rodajes para renovar vestuario, y otras eran arist¨®cratas y damas espa?olas. Ava Gardner, Sofia Loren, Bunny Mellon, Barbara Hutton, Claudia de Osborne, Gloria Guinness; las se?oras de Beamonte, Urgoiti, March y Fierro; la duquesa de Algeciras y la de Montealegre, la marquesa de Viana o la diplom¨¢tica Margarita Salaberr¨ªa, se encuentran en la larga y variada lista.
En tiempos de la Rep¨²blica, el modista tom¨® parte de su apellido materno, Eisaguirre, para fundar su etiqueta en Madrid. Problema financiero o intento de adaptaci¨®n a los nuevos tiempos democr¨¢ticos, el nombre perdur¨® hasta la desaparici¨®n de la casa de modas, en 1968. Por los salones Eisa en la Gran V¨ªa sonaron tacones de muy distintos ritmos. Profesionales como la arquitecta Matilde Ruiz Castillo, actrices como Conchita Montenegro o Aurora Bautista y arist¨®cratas como la duquesa de Pe?aranda visitaron con asiduidad la sede madrile?a de Balenciaga. Del traje de noche al pijama, las buenas clientas no renunciaban a la alta costura ni para andar por casa. M¨ªticas son las batas que se encargaba Mrs. Mellon, gran coleccionista de arte todav¨ªa viva. Como premio a la fidelidad de la clientela, en Eisa hab¨ªa maniqu¨ªes que reproduc¨ªan los cuerpos de Mellon o Sofia Loren. El modista contaba con talleres en San Sebasti¨¢n y Barcelona, y organizaba desfiles tambi¨¦n en Sevilla.
De la casa madre en Par¨ªs llegaban los patrones y las telas, que un ej¨¦rcito de modistas y oficialas confeccionaba. Antes del desfile, Balenciaga supervisaba el resultado, desmontando en ocasiones el traje entero para que encajase a la perfecci¨®n en el cuerpo de sus esbeltas modelos. Siempre las mismas. "Era impresionante verle probar con la boca llena de alfileres", recuerda la presidenta de la Asociaci¨®n de Amigos de la Fundaci¨®n Balenciaga de Getaria, adem¨¢s de patrona de la instituci¨®n, Sonsoles D¨ªez de Rivera. El cuello levemente ca¨ªdo hacia atr¨¢s y las mangas tres cuartos, se?as inconfundibles de la casa, eran sus obsesiones. "Si te ve¨ªa con una manga que no le gustaba, aunque no fuera de uno de sus trajes, era capaz de arranc¨¢rtela", recuerda.
La discreci¨®n siempre fue marca de la casa. Lo estridente o ampuloso no encajaba en el patr¨®n. La colecci¨®n de Meye Allende de Maier, reunida en la exposici¨®n El lujo de la sobriedad, abierta hasta octubre, es buena prueba de ello. Desde principios de los cuarenta y hasta 1968, esta mujer vasca "moderna y deportista" -como la describe su hija, la dise?adora Meye Maier- encarg¨® al modista trajes camiseros para verano, de chaqueta para invierno, t¨²nicas o abrigos. Ropa que luc¨ªa en su vida diaria, ajena al ajetreo social. En una partida de cartas en el muelle de Bilbao o de paseo con sus hijos, la bella Meye luc¨ªa sus trajes. "Lo superfluo le sobraba, por eso hizo suyo el estilo Balenciaga y sinti¨® profundamente su moda, incorpor¨¢ndola como una expresi¨®n de su manera de estar", se?ala su hija.
Las mujeres que se vest¨ªan en Balenciaga, de alg¨²n modo, se situaban en los ant¨ªpodas de quienes lo hac¨ªan en Pedro Rodr¨ªguez, el modista de Carmen Polo. "Quienes eleg¨ªan a Balenciaga no quer¨ªan ir de Mariquita P¨¦rez", afirma Meye Maier. Ella habla de la larga vida que ten¨ªan los trajes, y recuerda la elegancia de las doncellas de su abuela paseando por Bilbao con los vestidos de d¨ªa de Balenciaga de temporadas pasadas. Uno de los denominadores comunes que Maier se?ala entre las clientas es su estilo de vida. "La mujer de esa ¨¦poca era alta costura, iba con ch¨®fer. No es ropa pr¨¢ctica", afirma. Sonsoles D¨ªez de Rivera recurre todav¨ªa al armario de su madre, depositado en Getaria, para resucitar modelos, aunque reconoce su dificultad para la vida moderna: "Es imposible encontrar las marchas cuando conduces con un abrigo de lince siberiano". Pero la genialidad de Balenciaga tambi¨¦n se plasm¨® en prendas pr¨¢cticas, como la falda, de pana por un lado y de pedrer¨ªa por otro, que le fabric¨® a la fot¨®grafa Inge Morath.
Sofisticada, moderna, bella y millonaria, la condesa Mona Bismark (1899-1983) fue otra gran devota suya. Protagonista de un cuadro de Dal¨ª, de decenas de fotos de Cecil Beaton y de una canci¨®n de Cole Porter, Mona aparece tambi¨¦n en la fallida novela que le busc¨® la ruina social a Truman Capote, Plegarias atendidas. Nacida en Louisville y casada cinco veces, fue la primera americana que recibi¨® el t¨ªtulo de mujer m¨¢s elegante del mundo, en 1933. Su tercer matrimonio, con uno de los hombres m¨¢s ricos de la Am¨¦rica de entreguerras, Harrison Williams, la encumbr¨® como una diva del jazz age. Sus viajes e interminables noches de fiesta convierten su historia con el millonario hecho a s¨ª mismo en el final feliz con el que podr¨ªa haber so?ado el protagonista de El gran Gatsby, de Fitzgerald. Su siguiente esposo la convirti¨® en condesa, y el ¨²ltimo result¨® ser un m¨¦dico ansioso de obtener el brillo social de Mona. Amiga de Balenciaga, cuentan que la dama pas¨® tres d¨ªas en cama, sumida en la desesperaci¨®n, tras enterarse del cierre de su casa. Una muestra de su colecci¨®n de balenciagas en las salas en Par¨ªs de la fundaci¨®n que ostenta su nombre ha servido de entrante a la gran exposici¨®n organizada ahora en la capital francesa.
Otra gran clienta fue la marquesa de Llanzol, cuya colecci¨®n tambi¨¦n fue objeto de una exposici¨®n en Getaria. Sonsoles Llanzol era la estrella en Eisa. Su primer contacto con Balenciaga se remonta, seg¨²n su hija, al intento por parte de la arist¨®crata de obtener un descuento en un traje durante un embarazo. Balenciaga se neg¨® y aleg¨® que ¨¦l no ten¨ªa la culpa de su estado. As¨ª comenz¨® una amistad de d¨¦cadas entre el arquitecto de la moda y la m¨¢s atrevida de sus clientas. "Le gustaba lo m¨¢s extravagante. Ten¨ªa una presencia espectacular y le encantaba llamar la atenci¨®n". Personalidad notoria del r¨¦gimen, imprescindible en las fiestas, osada y elegante, la marquesa se paseaba por el triste Madrid de posguerra levantando "avalanchas de estupor", seg¨²n recuerda su hija.
?Pueden las clientas de Balenciaga desvelar el modelo de mujer que el genio ten¨ªa en mente? "Ser clienta no quiere decir ser su tipo de mujer", puntualiza Meye Maier. A ¨¦l le gustaban las mujeres de hombros rectos y esbeltas. "Lo general eran mujeres medianas y gruesas, pero consegu¨ªa que fueran elegantes. Ten¨ªa el don de disimular defectos", asegura Sonsoles D¨ªez de Rivera. Balenciaga lo explic¨® as¨ª: "Una mujer no necesita ser perfecta o bella para llevar mis vestidos, el vestido lo har¨¢ por ella". Tampoco el gusto era requisito, seg¨²n le confes¨® a Diana Vreeland. "No necesitas tener ning¨²n gusto. Te prueba mi oficiala y eso es todo", asegur¨® en una entrevista. En contra de lo que pueda parecer, las clientas aseguran que no se mostraba tir¨¢nico. Aceptaba cambios y su comprensi¨®n le llevaba incluso a asumir que no gustara alguno de sus dise?os. Tal fue el caso del traje ablusado que le regal¨® a Sonsoles D¨ªez de Rivera en su 15? cumplea?os: "Me dijo que era muy elegante. Yo le contest¨¦ que quer¨ªa estar guapa, que ya ser¨ªa elegante a los 35. Se ri¨® y me dej¨® escoger otro".
'El lujo de la sobriedad'. Colecci¨®n de Meye Maier Allende. Hasta el 1 de octubre en Parque de Aldamar, 4, Getaria (Guip¨²zcoa). El futuro Museo Balenciaga, cuya inauguraci¨®n est¨¢ prevista para septiembre de 2007, cuenta con una colecci¨®n de m¨¢s de 800 trajes. Entre ellos, los de la marquesa de Llanzol, la donaci¨®n de Meye Allende y gran parte de los de Mona Bismark. El museo tendr¨¢ como sede el palacio de Aldamar. M¨¢s informaci¨®n en: www.fundacionbalenciaga.com.
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