El tama?o del mundo
Las tardes de lluvia son siempre as¨ª: una melancol¨ªa vaga, a?oranzas ni yo mismo s¨¦ de qu¨¦, mi vida que parece acabar en la ventana y, m¨¢s all¨¢ de la ventana, en la tristeza de los ¨¢rboles que de repente se me antojan humanos. Personas que conoc¨ª o no existen, una a una frente a m¨ª, haciendo se?as. Ganas de un gato. Ganas de escuchar la Pat¨¦tica en la radio. De un patio con sol, un estanque, patitos.
De tocar los pesos de la balanza de la cocina que ya no existen, todos id¨¦nticos, cada vez m¨¢s peque?os, metidos en los huecos, tambi¨¦n cada vez m¨¢s peque?os, de una caja de madera. Los pesos ten¨ªan un chirimbolo para tirar de ellos y uno o dos faltaban. Ganas de despensas con tarros de mermelada cuya tapa se cerraba con un pa?o y una cuerda alrededor ci?¨¦ndolo. Solo, no lograba deshacer el nudo de la cuerda. Olores a queso. La puerta al patio que se golpeaba con el viento. ?Alguien que sali¨® y ya no volvi¨® a entrar? El se?or Janu¨¢rio me dec¨ªa
Me llamo Ant¨®nio y cre¨ªa que cada gota arrastraba consigo parte de la imagen
-El mundo es grande, ni?o
y su bigote amarillento por el cigarrillo. ?De qu¨¦ muri¨®? Un d¨ªa me dijeron
-El se?or Janu¨¢rio ha muerto
y la mujer peg¨® en el escaparate de la tienda un papel con una cruz negra. El bigote amarillento por el cigarrillo no ha vuelto a aparecer hasta hoy. Y la fruta detr¨¢s del escaparate de repente llena de sentido, mientras el coche con el se?or Janu¨¢rio viajaba hacia el norte transportando entre las flores la grandeza del mundo.
-He viajado en barco, ni?o
me dec¨ªa a m¨ª que nunca hab¨ªa subido a un barco y lo que hasta entonces me hab¨ªan ofrecido, en materia de mar, eran rocas y playas, sin hablar del fot¨®grafo ambulante que hac¨ªa fotos oscur¨ªsimas con una c¨¢mara con tr¨ªpode. Las sacaba de un cubo, goteando
-Dejad que se sequen
y se quedaban un rato sujetas con pinzas de la ropa. Me llamo Ant¨®nio y cre¨ªa que cada gota arrastraba consigo parte de la imagen. El mundo es grande, en efecto, se?or Janu¨¢rio. No entiendo nada de la vida y quer¨ªa ser escritor. Al final de la lluvia, los insectos. ?sos de alas transparentes que dan miedo y zumban. Otros sin alas, con una corona de patas, trepando y bajando terrones, obstinados y ciegos. Tantos misterios, tantos ruidos en la casa, el mandarino nuevo incapaz de beber agua sin ayuda. Trivialidades important¨ªsimas que los a?os me quitaron, almanaques sin tapa, pasiones naufragadas. Si al menos fuese capaz de decir esto a un paso muy leve, con palabras leves que casi no precisan tocar los ojos, que entran enseguida en nosotros como las luces de las casas abandonadas de salita en salita: si nos acercamos se suspenden un instante, desaparecen y, desapareciendo, no les da tiempo a nacer. Me llamo Ant¨®nio y qu¨¦ misterio en un nombre. Si mi nombre fuese otro, ?qu¨¦ habr¨ªa hecho de mis d¨ªas? Una palidez azul en el interior de la lluvia y mi cama m¨¢s n¨ªtida. ?Me despertar¨¦ ma?ana ya crecido? ?Envejecer¨¦ as¨ª? ?Hablar¨¢ el se?or Janu¨¢rio conmigo de una nada de ausencias? Se?or Janu¨¢rio, se?or Hermes, se?or Norberto, que tocaba la flauta sentado en una silla de lona. Fue relojero, se encajaba un tubo en la ¨®rbita y reparaba el tiempo. Despu¨¦s enferm¨® y el tiempo dej¨® de importunarlo. La flauta en el estuche a su lado y ¨¦l contaba con los dedos y se equivocaba en la suma. ?Ocho, diez, catorce?
Dec¨ªa
-Catorce
y recomenzaba, receloso, porque poco antes s¨®lo ten¨ªa nueve. Su hermana sacud¨ªa la cabeza ante nosotros, los contaba por ¨¦l y demostraba que eran diez, el ruego en su cara acongojada
-No se burle, ni?o
mientras el se?or Norberto, sorprendido
-Jurar¨ªa que eran catorce
tir¨¢ndola de la manga
-?Est¨¢s segura de que son diez?
y la flauta callada. Su hermana le llevaba sopa
-La sopita
el se?or Norberto observando la cuchara
-Los dedos no me responden
y yo no me burlaba en absoluto, pasmado, mientras que los insectos de alas transparentes zumbaban y zumbaban. No era s¨®lo al llover cuando los ¨¢rboles se me antojaban humanos. Las gafas de la hermana del se?or Norberto, pegadas con papel celo, humanas. Su anillito. Sus zapatos. En una ocasi¨®n me llam¨® aparte:
-Mi madre de joven usaba una flor en el pelo
y se enorgullec¨ªa de la flor, sonroj¨¢ndose. Le temblaba el labio. Si yo fuese fot¨®grafo de playa y le hiciera una foto as¨ª
(-Dejad que se seque)
se notar¨ªa en la pel¨ªcula, forzosamente tendr¨ªa que notarse en la pel¨ªcula, el tama?o del mundo.
Traducci¨®n de Mario Merlino.
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