La nueva leyenda de Alejandr¨ªa
Reconstruida su m¨ªtica biblioteca, la ciudad egipcia vuelve a ser foco de cultura
A pesar de su pasado legendario, Alejandr¨ªa no suele formar parte de las rutas tur¨ªsticas de Egipto, que avanzan desde El Cairo hacia el sur siguiendo el curso del Nilo. Fundada por Alejandro Magno hace 25 siglos, la ciudad alberg¨® dos de los monumentos m¨¢s famosos de la historia de la Humanidad: el faro, que alumbraba la entrada del puerto y que fue destruido en el siglo XIV por un terremoto, y la biblioteca, que, siendo la m¨¢s importante de la Antig¨¹edad, ardi¨® en tiempos de Cleopatra convirtiendo en cenizas 40.000 vol¨²menes en los que se escond¨ªan muchos de los secretos del saber de la ¨¦poca.
Alejandr¨ªa nunca ha recobrado del todo el esplendor de aquellos tiempos, pero hoy, en el Egipto actual, trata de convertirse en una ciudad pujante. Con dos millones de habitantes, es la segunda del pa¨ªs, y su puerto, abierto a las aguas del Mediterr¨¢neo, le da ese aire aventurero y algo canalla que tienen las grandes ciudades marineras. Resulta curiosa, sin embargo, la pretensi¨®n que tienen los egipcios -de all¨ª y de otras partes- de que Alejandr¨ªa, en comparaci¨®n sobre todo con El Cairo, es una ciudad moderna. Sus habitantes lo repiten con orgullo para mostrar el desd¨¦n que les inspira el atraso de las dem¨¢s ciudades egipcias, y los for¨¢neos lo corroboran a veces condescendientemente, dando a entender que la modernidad ha echado a perder sus verdaderas esencias y que la visita tur¨ªstica, por tanto, no merece la pena.
Pero Alejandr¨ªa no es en absoluto una ciudad moderna. La estaci¨®n de ferrocarril, por ejemplo, parece un hangar bombardeado, con la b¨®veda del techo desmoronada desde hace d¨¦cadas. En las plazas es posible encontrar barracas construidas con dos maderas de las que cuelgan algunos tel¨¦fonos m¨®viles. La pavimentaci¨®n y la limpieza de las calles es deplorable. Los edificios ofrecen un aspecto viejo y maltrecho. Los mercados callejeros exhiben verduras, carnes y pescados sin ninguna garant¨ªa higi¨¦nica. El transporte p¨²blico, como en el resto de Egipto, consiste en camionetas particulares que hacen rutas recogiendo a la gente que se aposta en cualquier esquina, y en veh¨ªculos desvencijados que, a mayor gloria de su pasado, sirven de taxis. Y el paisaje urbano, en fin, tiene esa apariencia enmara?ada y tumultuosa en la que el desorden es la norma. El tr¨¢fico, de inspiraci¨®n diab¨®lica -los sem¨¢foros apenas existen en ning¨²n lugar de Egipto-, y el porte indolente de los lugare?os, que se arraciman o deambulan en multitudes, sin que muchas veces sea posible averiguar cu¨¢l es su destino o su prop¨®sito, rematan el panorama agitado de Alejandr¨ªa.
No digo todo esto para menoscabar la ciudad, sino, al contrario, para ponderarla. Alejandr¨ªa guarda para el viajero todas esas estampas pintorescas, ex¨®ticas e ins¨®litas que las ciudades modernas no tienen. Mucha de su belleza radica en la incuria de sus calles, en el griter¨ªo de sus mercados y sus bazares, en sus olores intensos o en la fisonom¨ªa desaseada que tienen incluso sus rincones m¨¢s distinguidos. En este sentido, Alejandr¨ªa ofrece al visitante una andanza magn¨ªfica que es mejor encarar sin demasiado rumbo, paseando al azar, dej¨¢ndose llevar por la apetencia de las vistas que se encuentren detr¨¢s de cada esquina.
Hay tres peque?as zonas, sin embargo, que pueden servir de pista al caminante. La primera, la plaza de Saad Zaghloul, que es el centro de la vida de la ciudad. Abierta de cara al mar, en el eje mismo de la bah¨ªa, tiene sobre s¨ª la sombra de viejos tiempos. Desde los caf¨¦s desangelados que salpican su per¨ªmetro o desde el hotel Sofitel Cecil, que es un modelo de decadencia l¨¢nguida con sus ascensores de engranajes descompuestos y su decoraci¨®n vetusta, pueden imaginarse perfectamente los acontecimientos c¨¦lebres que all¨ª sucedieron y a los personajes que los protagonizaron: Cleopatra poni¨¦ndose el ¨¢spid en la piel para encontrar la muerte, Winston Churchill contemplando el puerto o Lawrence Durrell escribiendo algunos pasajes de El cuarteto de Alejandr¨ªa. Esa solemnidad hist¨®rica convive con la algarab¨ªa actual, y as¨ª, es posible pasear en las calles aleda?as por mercadillos bulliciosos en los que asaltan con insistencia al turista para que mire y compre zapatos -abundantes y de calidad-, chilabas o dulces.
No demasiado lejos de all¨ª, en el mismo arco de la bah¨ªa, est¨¢ Anfushi, el barrio otomano, en el que puede visitarse la mezquita de Abou el Abbas Ahmed, que, aunque relativamente moderna -fue construida en 1927- resulta imponente. Es ¨¦ste un barrio excelente para detenerse a la hora del almuerzo o de la cena, pues hay numerosos restaurantes. En la sobremesa, es recomendable caminar hasta el extremo del puerto, en la esquina norte de la bah¨ªa, donde se levanta la fortaleza Quaitbay, emplazada en el m¨ªtico lugar en el que se alz¨® anta?o el faro de la ciudad y construida adem¨¢s con los desechos de sus piedras. All¨ª el mar, a ratos rugiente, muestra las verdaderas fauces de Alejandr¨ªa.
Rebuscadores expertos
La tercera zona que el caminante puede transitar con aprovechamiento es la de los alrededores de la mezquita Attarine, una de las m¨¢s famosas y antiguas de la ciudad. En sus proximidades hay un d¨¦dalo de calles llenas de tiendas de antig¨¹edades, aunque las antig¨¹edades, en algunos casos, est¨¢n reci¨¦n terminadas de fabricar, como se muestra sin demasiado disimulo. Seg¨²n aseguran los entendidos, si el husmeador es experto puede encontrar all¨ª por buen precio, sin rebuscar mucho, muebles de ¨¦poca y objetos valiosos abandonados por los europeos coloniales cuando huyeron a mitad del siglo XX de la revoluci¨®n de Nasser.
Alejandr¨ªa tiene, adem¨¢s, monumentos dispersos que el viajero curioso gustar¨¢ de visitar. Las catacumbas de Kom el Chogafa, que muestran bajo tierra un laberinto de pasillos y cavidades claustrof¨®bicas de la Alejandr¨ªa paleocristiana. El anfiteatro romano de Kom al Dikka, en cuyos alrededores se siguen rastreando sorpresas arqueol¨®gicas. El peque?o y coqueto Museo Greco-Romano (trasladado a la sede del Museo Nacional, lejos del centro), que presenta algunas piezas delicadas de arte cl¨¢sico y fara¨®nico. La gran columna de Pompeyo, que, en su soledad de ahora, impresiona a¨²n m¨¢s que lo que deb¨ªa de impresionar frente al templo para el que fue levantada. O la casa museo del poeta Konstantin Cavafis, quien, siendo griego, eligi¨® Alejandr¨ªa para vivir y para escribir una fascinante obra que resulta ¨²til llevar en el bolsillo mientras se recorre la ciudad.
La visita que nadie puede dejar de hacer en Alejandr¨ªa, sin embargo, es la de la gran Biblioteca que fue reconstruida colosalmente e inaugurada en 2002 con todos los honores. El edificio, de nueva planta y proyectado por el estudio noruego Snoehetta, est¨¢ recubierto de granito en la fachada y tiene inscripciones alfab¨¦ticas que hermanan a Egipto con el mundo. Su interior es un ejemplo, esta vez s¨ª, de modernidad: los puestos de lectura (2.000) se escalonan en siete pisos construidos en estructura de terrazas que descienden en paralelo al techo, alt¨ªsimo e inclinado, por el que a trav¨¦s de cristales trasl¨²cidos se cuela la luz mediterr¨¢nea que ilumina la gigantesca sala. Todo es flamante: peque?as habitaciones acristaladas para trabajar en grupo, pupitres con ordenadores, espacios muy amplios, estanter¨ªas alineadas con miles de libros, investigadores y estudiantes de todas las edades trajinando... Y en medio de todo ello, integrada con una naturalidad quiz¨¢ espeluznante en aquel escenario, la imagen serena de una mujer enfundada en un burka negro, con las manos enguantadas del mismo negro, quieta en su pupitre mientras lee un libro. Una de esas im¨¢genes extravagantes que le recuerdan al viajero que en el exterior de aquel templo casi futurista del conocimiento sigue estando el mar de Alejandr¨ªa y la tierra antigua de los faraones.
Luisg¨¦ Mart¨ªn (Madrid, 1962) es autor de Los amores confiados (Alfaguara)
GU?A PR?CTICA
Datos b¨¢sicos- Prefijo telef¨®nico: 00 20.- Alejandr¨ªa tiene cerca de 4 millones de habitantes.C¨®mo ir- Egypt Air (902 27 77 01; www.egyptair.com) vuela a El Cairo, desde Madrid, a partir de 390 euros, m¨¢s tasas. El Cairo y Alejandr¨ªa est¨¢n comunicadas por tren (www.egyptianrailways.com) y autob¨²s.- La mayorista Catai Torus (www.catai.es; en agencias) propone recorridos de ocho d¨ªas (siete noches) por el Egipto alejandrino, a partir de 1.495 euros. Salidas desde Madrid y Barcelona.Informaci¨®n- Oficina de turismo de Egipto en Madrid (915 59 21 21).- www.alexandriatour.com.
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