Lugares de la Guerra
Teruel, el Ebro, Madrid, Barcelona? Hemos vuelto a los lugares emblem¨¢ticos de las batallas de la Guerra Civil, donde murieron y lucharon miles de espa?oles. Setenta a?os despu¨¦s, las im¨¢genes nos acercan al recuerdo de aquellos d¨ªas de sangre y fuego. Los paisajes de entonces muestran el horror de las bombas, la desolaci¨®n de los muertos. En las im¨¢genes de ahora, captadas en el sitio exacto donde sucedieron los hechos, la niebla del tiempo ha lavado las huellas del desastre. Quedan la memoria y las fotograf¨ªas en este 70? aniversario
Las batallas de la guerra civil espa?ola se sucedieron bajo la atenta mirada de corresponsales y fot¨®grafos armados con c¨¢maras Leica. Eran j¨®venes periodistas y escritores que ante el horror de aquella contienda estaban decididos a que el mundo entero se acordara de Espa?a. Fue su gran causa. Y esas im¨¢genes han logrado que jam¨¢s olvidemos los desastres de esa guerra.
Por Santos Juli¨¢
Ni los militares que desde meses atr¨¢s conspiraban contra la Rep¨²blica fueron capaces de prever los obst¨¢culos con los que iba a tropezar su intentona insurreccional, ni el Gobierno de la Rep¨²blica, d¨¦bil y desasistido, fue capaz de prever la fuerza del golpe: dos impotencias cruzadas que hicieron imposible, para el Gobierno, aplastar el golpe y, para los sublevados, conquistar el poder. La situaci¨®n as¨ª creada en aquellos d¨ªas de julio de 1936 podr¨ªa definirse, pues, como una rebeli¨®n militar que tropieza con una fuerte resistencia popular o como una resistencia popular que no basta para aplastar la insurrecci¨®n militar.
Hasta ese momento, todo se jugaba entre espa?oles. Ninguna potencia exterior se hab¨ªa implicado en la insurrecci¨®n y ninguna vino en auxilio del Gobierno de la Rep¨²blica. Y sin embargo, desde el primer momento, tanto los insurrectos como los resistentes apelaron a la movilizaci¨®n de sus fuerzas evocando las gestas del pasado en que espa?oles heroicos hab¨ªan combatido por la independencia de su naci¨®n frente a una invasi¨®n extranjera. Seg¨²n los rebeldes, Espa?a estaba a punto de convertirse en colonia rusa; seg¨²n los leales, el pueblo, como en un nuevo Dos de Mayo, hac¨ªa frente al fascismo internacional.
La distancia entre estas ret¨®ricas de lucha a muerte contra un invasor, comunista o fascista, sublimaba en el discurso lo que las fotograf¨ªas de los hechos de julio revelaban en toda su crudeza: Espa?a hab¨ªa entrado otra vez en guerra civil, guerra entre espa?oles, disput¨¢ndose el control de las calles de pueblos y ciudades, con enfrentamientos cara a cara, con violentas detenciones y ejecuciones sumarias. Era una guerra de apariencia antigua, tanto por los tipos humanos que luchan en las calles como por el armamento que utilizan, las t¨¢cticas que emplean, las milicias civiles y los sectores sociales que movilizan: arist¨®cratas, terratenientes, Iglesia cat¨®lica con una amplia base en las clases medias urbanas y en los peque?os y medios propietarios agr¨ªcolas, de una parte, y de otra, un heterog¨¦neo conjunto de republicanos, socialistas, anarquistas, comunistas y nacionalistas vascos y catalanes. Una continuaci¨®n, como todos evocaron desde los primeros momentos, de las guerras civiles del siglo XIX, las que se hab¨ªan librado entre liberales y carlistas.
Y aunque las peores destrucciones estaban todav¨ªa por llegar, el balance de aquellas primeras semanas de guerra civil vivida ideol¨®gicamente como guerra frente a un invasor extranjero fueron las que se cobraron un mayor precio en vidas humanas, en cr¨ªmenes hoy llamados contra la humanidad, en genocidios. Se pod¨ªa caer prisionero y acabar encerrado durante d¨ªas en un calabozo, para luego sufrir la saca y el paseo, o bien se pod¨ªa ser detenido en la calle y asesinado sobre la marcha por la mera sospecha de pertenecer al bando contrario. Dos din¨¢micas exterminadoras se pusieron en marcha, movidas por un ansia de limpieza o depuraci¨®n de la retaguardia, por la b¨²squeda del enemigo al que se supon¨ªa agazapado en el interior de cada zona; dos din¨¢micas que fueron resultado, en el territorio que hab¨ªa permanecido leal a la Rep¨²blica, del hundimiento del Estado, con la desaparici¨®n del aparato judicial, la disoluci¨®n del ej¨¦rcito y de buena parte de las fuerzas de seguridad, y en el territorio ca¨ªdo en manos de los rebeldes, de una planificada pol¨ªtica de liquidaci¨®n y exterminio. Fueron, en la zona leal, los d¨ªas de llamas evocados en la sobrecogedora novela de Juan Iturralde, y en zona rebelde, los grandes cementerios bajo la luna que tanto trastornaron a Georges Bernanos, testigo de la sangre que hac¨ªa correr una guerra trasmutada en cruzada por la jerarqu¨ªa de su Iglesia.
Esa clase de guerra pudo haber acabado en una hoguera de colosales dimensiones que se habr¨ªa consumido a s¨ª misma, falta de material para sostener su fuego, en tres o cuatro meses. Los rebeldes, derrotados en las grandes capitales, no dispon¨ªan de recursos financieros ni industriales para sostener un largo esfuerzo de guerra; la Rep¨²blica, atomizado el poder por efecto de una revoluci¨®n incapaz de organizar eficazmente su defensa, carec¨ªa de organizaci¨®n y direcci¨®n pol¨ªtica para pasar a la ofensiva. En estas condiciones, lo que habr¨ªa de decidir el resultado de aquella guerra antigua, ¨²ltima de las guerras civiles espa?olas, ser¨ªa la intervenci¨®n extranjera: ganar¨ªa el que dispusiera de una ayuda m¨¢s sistem¨¢tica y regular procedente, ahora s¨ª, del exterior.
A partir de esta evidencia, muy pronto percibida por el jefe de la rebeli¨®n en ?frica, el general Franco, que solicit¨® presuroso la ayuda alemana, la guerra de Espa?a adquiri¨® una aut¨¦ntica dimensi¨®n internacional. El proyecto franco-brit¨¢nico de levantar una especie de cord¨®n sanitario por medio de un comit¨¦ de no intervenci¨®n fue aprovechado en su favor por los sublevados, que obtuvieron, sin contrapartidas, el inmediato y eficaz apoyo de las dos potencias fascistas, Alemania e Italia. En el hotel Cristina de Sevilla, los alemanes empezaron a campar por sus respetos; no mucho despu¨¦s, y ante el bloqueo a que fue sometida la Rep¨²blica por las potencias democr¨¢ticas, a Madrid y Barcelona comenzaban a llegar agentes sovi¨¦ticos.
De manera que antes de finalizar el verano del 36, la guerra espa?ola no era un asunto que ata?¨ªa exclusivamente a los espa?oles. As¨ª lo recordaba una y otra vez a sus visitantes franceses el presidente de la Rep¨²blica al mostrarles, desde el palacio Nacional, la l¨ªnea del frente: "Lo que se juega ah¨ª abajo", dijo a Jean Cassou, "no es s¨®lo nuestro destino, es tambi¨¦n el vuestro". "Si la Rep¨²blica pierde esta guerra", repet¨ªa a Jean Richard Bloch, "Francia y Gran Breta?a habr¨¢n perdido la primera batalla de la II Guerra Mundial". Nadie en el Quai d'Orsay ni en el Foreign Office dio a esas palabras m¨¢s importancia de la que se presta a las fantas¨ªas de un demente; pero como el curso de los hechos mostrar¨ªa, la farsa de la no intervenci¨®n, producto de la pol¨ªtica de apaciguamiento, fue un error hist¨®rico a la altura de la desesperada lucidez de Aza?a.
En todo caso, el presidente de la Rep¨²blica no se equivocaba, y, desde la batalla de Madrid, la guerra civil adquiere todos los ingredientes que la convierten en experimento de la guerra mundial que se avecinaba, una especie de guerra mundial en miniatura, con una diferencia: las dos grandes potencias democr¨¢ticas dejaron hacer a las potencias totalitarias lo que bien quisieran, mientras Estados Unidos contemplaba el asunto desde la distancia. S¨®lo la Uni¨®n Sovi¨¦tica entendi¨® que a Alemania no se la pod¨ªa contener con pol¨ªticas de apaciguamiento y aprovech¨® la guerra espa?ola para averiguar sobre el terreno si sus aliados estaban realmente decididos a mantener la pol¨ªtica de seguridad establecida en sus l¨ªneas fundamentales desde el fin de la Gran Guerra.
Para Espa?a, la intervenci¨®n extranjera signific¨® que los combates del verano del 36, con milicianos en alpargatas y fusil al hombro, enfrentados a una mezcolanza de militares al mando de legionarios y regulares, de carlistas y falangistas, se transformaron desde el oto?o en guerra de trincheras, ametralladoras, tanques y aviones. Dirigida sobre el terreno por militares educados en la escuela francesa, esta guerra repetir¨ªa en algunos aspectos las estrategias de la Gran Guerra del 14 y anunciar¨ªa en otros las que se pondr¨ªan en pr¨¢ctica de forma masiva en la II Guerra Mundial. De lo primero, la obstinaci¨®n en conquistar posiciones de limitado valor estrat¨¦gico utilizando todos los recursos disponibles hasta romper la l¨ªnea del frente del enemigo; de lo segundo, los bombardeos sistem¨¢ticos de ciudades con el prop¨®sito de acelerar la rendici¨®n del adversario, minando la moral de su retaguardia.
Y as¨ª fueron sucedi¨¦ndose, en medio de crecientes sufrimientos y privaciones de la poblaci¨®n civil, las batallas de la guerra de Espa?a ante la atenta mirada de corresponsales y fot¨®grafos extranjeros, armados con c¨¢maras Leica y pel¨ªculas Kodak, que nos dejar¨ªan los m¨¢s vivos testimonios de ese cruce de guerras: j¨®venes en su mayor¨ªa, estaban decididos a que todo el mundo se acordara de Espa?a. Fue la primera guerra radiada d¨ªa a d¨ªa, la primera fotografiada escena tras escena. Los medios de comunicaci¨®n hab¨ªan adquirido una nueva dimensi¨®n en los a?os veinte, con la fotograf¨ªa incorporada a las revistas y peri¨®dicos m¨¢s populares. La guerra de Espa?a, que para muchos combatientes extranjeros fue su last great cause, para las revistas ilustradas fue un regalo, una "buena guerra", la m¨¢s fotog¨¦nica de las guerras posibles.
Guadalajara, Belchite, Teruel, el Ebro: eso era lo que pasaba en Espa?a, nombres que en un instante alcanzaron resonancia universal: ofensivas republicanas, rompimientos del frente, avances que a los pocos d¨ªas se detienen, repliegues para asegurar la posici¨®n tan arduamente tomada y, a partir de enero de 1938, retirada, desmoronamiento del propio frente, avance del enemigo, tambi¨¦n a costa de grandes sacrificios. Todo qued¨® registrado: el instante de la muerte, la entrada de las tropas en ciudades devastadas, las calles solitarias, el fr¨ªo, la derrota, el abandono, la soledad de ni?os y mujeres. Con el futuro ensombrecido por la amenaza de nueva guerra mundial, hab¨ªa que acordarse de Espa?a.
Mientras en los frentes la Rep¨²blica perd¨ªa terreno, en la retaguardia, sin defensas, los aviones alemanes e italianos comenzaron a hacer de las suyas, otro tributo a la internacionalizaci¨®n de la guerra. Madrid y Barcelona sufrieron grandes bombardeos, pero nada igual¨® ante la opini¨®n p¨²blica mundial la destrucci¨®n de Gernika, preludio de los bombardeos de ciudades, inocuas desde el punto de vista militar, pero de alto valor simb¨®lico. Preludio tambi¨¦n del desprecio por la vida de la poblaci¨®n civil, de ensa?amiento y destrucci¨®n: experimento del horror que a¨²n estaba por llegar.
Parad¨®jicamente, una guerra que comenz¨® como guerra civil, que luego se convierte en guerra mundial en miniatura, recupera desde la derrota del Ebro el car¨¢cter de guerra estrictamente espa?ola. La cesi¨®n franco-brit¨¢nica ante Hitler en M¨²nich significa que ya nadie se acuerda de Espa?a. Franco tiene las manos libres para liquidar la guerra como quiera. Los alemanes est¨¢n hartos de los generales espa?oles; los rusos giran su pol¨ªtica hacia un pacto con Alemania; Italia se da por satisfecha. Nadie va a mover ni un dedo por lo que ocurra en Espa?a. Franceses y brit¨¢nicos, para no perder pie, reconocen el Gobierno de Burgos. Es la entrega pura y simple de los republicanos a su suerte.
?ltima de las guerras civiles, la guerra del 36 no acabar¨¢ como la primera, con un abrazo entre generales victoriosos y derrotados. Franco no acepta una rendici¨®n en debida forma; s¨®lo se satisface con la derrota incondicional. Consumada, las escenas de militares, guardias civiles y sacerdotes entrando en los ¨²ltimos reductos de la resistencia con el brazo en alto es ominoso anuncio de la suerte que espera a los derrotados. Los consejos de guerra empezaron de inmediato su tarea de limpieza y depuraci¨®n: hasta 50.000 espa?oles, al menos, fueron fusilados despu¨¦s del d¨ªa de la derrota. Fue la manera espa?ola de continuar la guerra mientras en Europa, medio a?o despu¨¦s, los alemanes invad¨ªan Polonia.
Si leer, como se ha dicho en alguna ocasi¨®n, implica releer, vivir implica revivir. As¨ª que no s¨®lo se regresa al lugar del crimen, sino tambi¨¦n al de los besos, al de las derrotas, al de las pesadillas o los sue?os. Peri¨®dicamente, por cierto, regresamos tambi¨¦n al ¨¢lbum de fotos familiar -el lugar del crimen por excelencia- para averiguar c¨®mo ¨¦ramos, o para compararnos con lo que hemos llegado a ser.
Jos¨¦ Manuel Navia ha regresado a los lugares de la guerra civil espa?ola para fotografiarlos desde las mismas posturas desde las que los retrataron sus testigos. La comparaci¨®n entre la instant¨¢nea de entonces y la de ahora provoca en el espectador perplejidad, sorpresa, desolaci¨®n, alivio?: todos los sentimientos, en fin, que despiertan el tiempo y la memoria al actuar de forma simult¨¢nea sobre la conciencia. En su voluntad por reproducir la trayectoria del disparo de las antiguas m¨¢quinas, Navia ha perpetrado en este reportaje hallazgos narrativos sorprendentes.
Por Juan Jos¨¦ Mill¨¢s
Si leer implica releer; vivir, revivir, y construir, reconstruir, tratar comporta retratar, o volver a fotografiar, como ustedes prefieran. Y esto es lo que ha hecho Navia, volver a fotografiar los lugares de los que procedemos para revolver el ¨¢lbum de familia (el lugar del crimen). De la comparaci¨®n entre los dos extremos del arco, cuya materia es el tiempo y la memoria, salimos bastante favorecidos incluso cuando salimos mal. Me dec¨ªa Navia que una de las cosas que m¨¢s le hab¨ªan llamado la atenci¨®n al recorrer estos lugares era lo feas que estamos haciendo las ciudades.
-Hay mucho ruido visual -a?ad¨ªa-: bolardos, carteles, se?ales de tr¨¢fico?
Es cierto, pero vale m¨¢s este ruido de colores que el silencio en blanco y negro producido por las bombas.
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