Revivir el mundo de los noventa: memorias de un viaje por 20 ciudades en 92 d¨ªas
En 1992, Ana Nance dio la vuelta al mundo junto con el escritor LeRoy Woodson Jr. De Jap¨®n a Estados Unidos, pasando por la Rusia postsovi¨¦tica. Con la excusa de una exposici¨®n en Madrid, la fot¨®grafa revisita las im¨¢genes y los recuerdos de aquella aventura
En la primera p¨¢gina de los diarios que escrib¨ª a lo largo de este viaje, hay una frase que dice: ¡°Porque no hay nada oculto que no ser¨¢ manifestado¡±. Encuentro esta frase especialmente ir¨®nica despu¨¦s de tantos a?os en los que este trabajo fotogr¨¢fico ha permanecido cuidadosamente guardado y nunca expuesto. Una de las muchas preguntas que surgen mientras reflexiono sobre ese tiempo es: ?c¨®mo me siento ahora al respecto? Porque este viaje no fue solo una aventura; fue un despertar profundo, un giro en la perspectiva, una nueva lente a trav¨¦s de la cual ver la vida.
En 1991, reci¨¦n graduada de la escuela de arte, me mud¨¦ a Nueva York con un ¨²nico objetivo: convertirme en fot¨®grafa documental art¨ªstica. Trabaj¨¦ como asistente en la agencia de fotograf¨ªa Sygma, alimentando el sue?o de seguir los pasos de sus fot¨®grafos que viajaban por el mundo. Luego, una llamada telef¨®nica fortuita de Charles Heidsieck Champagne me abri¨® la puerta a un sue?o hecho realidad. Junto con el escritor LeRoy Woodson Jr., emprend¨ª en 1992 un viaje por 20 ciudades de todo el mundo en menos de 100 d¨ªas. Viajamos sin las comodidades que hoy damos por sentadas: sin aviones, sin tel¨¦fonos m¨®viles, sin internet, armada ¨²nicamente con unas Leica M4 y M6, c¨¢maras anal¨®gicas, y nuestra curiosidad instintiva. Una de las reglas que ten¨ªamos era usar medios de transporte no modernos, como el tren o el barco. Era un mundo a¨²n intacto por el avance imparable de la tecnolog¨ªa actual y yo una joven de 23 a?os con hambre por descubrir el mundo.
Nuestra primera etapa comenz¨® haciendo autostop hasta Canad¨¢ con un contrabandista de cigarrillos, seguida de un autob¨²s Greyhound hacia Nueva Orleans, un viaje hacia el oeste hasta Los ?ngeles y San Francisco, y finalmente un cruce del Pac¨ªfico en un barco de carga rumbo a Jap¨®n. En esos momentos fugaces ¡ªcapturados entre los delicados fotogramas del celuloide¡ª capt¨¦ im¨¢genes que siguen grabadas en mi mente: el at¨²n rojo en peligro de extinci¨®n en el mercado Tsukiji de Tokio, ancianos practicando taich¨ª en el Bund de Shangh¨¢i, y la serena armon¨ªa religiosa de Singapur. Tal vez la etapa m¨¢s emocionante del viaje lleg¨® despu¨¦s de China, cuando recorrimos Rusia en el ferrocarril Transiberiano ¡ªsus paisajes ex¨®ticos parec¨ªan casi m¨ªticos en ese entonces¡ª. Incluso cuando LeRoy se rompi¨® el tobillo en Shangh¨¢i, nuestro viaje continu¨®, impulsado por una valent¨ªa y determinaci¨®n compartidas que parec¨ªan llevarnos m¨¢s all¨¢ de lo ordinario.
Noventa y dos d¨ªas despu¨¦s, llegamos a Boston, donde nuestro viaje culmin¨® en una serie de fotograf¨ªas enviadas a los laboratorios de Time-Life para su revelado. Estas im¨¢genes, junto con los recuerdos que recogimos, permanecen como un testamento perdurable de esa aventura.
Al pasar ahora por las antiguas hojas de contacto mientras preparo la exposici¨®n en Leica Gallery Madrid, me sorprendo ¡ªnuevas fotograf¨ªas parecen aparecer, aunque a¨²n conservo fragmentos de memoria sobre cada una de ellas¡ª. Estar profundamente inmerso en una experiencia ofrece una perspectiva; pero con el paso del tiempo, esa perspectiva se transforma. ?Qu¨¦, me pregunto, estaba buscando mientras recorr¨ªa esas calles, persiguiendo momentos decisivos, corriendo de un lugar a otro? Mi querido profesor Craig Stevens, de la Savannah College of Art and Design, me ense?¨® que la fotograf¨ªa documental es una b¨²squeda de la verdad ¡ª?tal como uno la percibe¡ª entendiendo que, al ser compartida, puede revelar una nueva verdad. Sin embargo, nuestra mente a menudo nos enga?a, distorsionando la memoria. Quiz¨¢s estaba buscando mi propia mirada.
Tal vez ahora busco una nueva conclusi¨®n, pero ?habr¨ªa evolucionado mi comprensi¨®n de este viaje sin las fotograf¨ªas? Esto plantea una pregunta intrigante: si estas im¨¢genes no existieran, ?ser¨ªa mi memoria la misma? ?Se ha distorsionado mi memoria con el tiempo, o son las fotograf¨ªas las que distorsionan mi recuerdo? Y, m¨¢s a¨²n, ?no es esta precisamente la forma en que todos percibimos el mundo, atravesado por una lente de distorsi¨®n, moldeada por nuestras historias personales y la narrativa siempre cambiante que nos contamos a nosotros mismos?
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