Las genialidades de Maragall
Para sus colegas -e incluso para algunos de sus correligionarios- "un estadista es un pol¨ªtico muerto". Maragall no ha recibido todav¨ªa este elogio hip¨®crita. Sin embargo, son muchos los que -desde tribunas editoriales, cen¨¢culos empresariales o caucuses partidistas- se han esforzado por contribuir desde hace meses a la amortizaci¨®n pol¨ªtica del presidente Maragall. Algunos despiden ahora a un pol¨ªtico al que sit¨²an ya en la historia a pesar de sus "genialidades". Sin embargo, tales genialidades son para muchos ciudadanos catalanes la expresi¨®n de un atractivo proyecto regeneracionista que Maragall ha actualizado a su modo en los ¨²ltimos 20 a?os. Lo ha difundido con pertinacia, a veces inoportuna. Desde Catalu?a, para Espa?a y para Europa.
Demasiada ambici¨®n tal vez. Para los partidarios de las ideas claras y simplistas, para los aficionados a los clis¨¦s y a las clasificaciones, Maragall es desde siempre motivo de desconcierto o de irritaci¨®n. No es controlable, ni conceptual ni pol¨ªticamente. Provoca irritaci¨®n en quienes creen dominar todas las categor¨ªas tradicionales sobre Espa?a, Catalu?a, los partidos o la socialdemocracia. Desbarata la cultura de los "profesionales" -de partido o de pluma- y les incomoda.
Maragall sostiene que Espa?a es una unidad pol¨ªtica irrenunciable y, a la vez, proclama que Catalu?a es una naci¨®n integrante de dicha unidad. Defiende una organizaci¨®n pol¨ªtica espa?ola construida desde la periferia y la incluye en un esquema federalista europeo. Promueve pol¨ªticas sociales contra la exclusi¨®n, pero no est¨¢ satisfecho con las ineficiencias del sector p¨²blico que las gestiona. Propugna la renovaci¨®n de las instituciones democr¨¢ticas, pero desconf¨ªa del monopolio de los partidos. Reconoce la funci¨®n hist¨®rica de la socialdemocracia, pero entiende la izquierda de hoy como una realidad plural. Para colmo y desde hace a?os, postula una soluci¨®n pol¨ªtica para el conflicto vasco frente a quienes se han empe?ado en imponer variantes diversas de la rendici¨®n incondicional de una opci¨®n -"abertzale" o "constitucionalista"- frente a la otra.
?Demasiadas genialidades? Constituyen un riesgo para quienes sustentan su poder econ¨®mico o su hegemon¨ªa medi¨¢tica en concentraciones cuasimonopol¨ªsticas de recursos, que requieren pocos sobresaltos. Son rechazadas por las c¨²pulas tecnoburocr¨¢ticas de las administraciones p¨²blicas tradicionales. Descoloca a muchos profesionales de la pol¨ªtica -sea desde los partidos, sea desde los medios- a los que rompe esquemas y desestabiliza pron¨®sticos de gabinete. Lo que el presidente Maragall ha propuesto en los ¨²ltimos a?os no es un programa de legislatura. Ni de dos o tres. Es un programa para la renovaci¨®n de una cultura pol¨ªtica oficial -en Espa?a y en Catalu?a- que cristaliz¨® en la transici¨®n democr¨¢tica. Que fue ¨²til en su momento, pero que no responde ya en muchos aspectos a lo que es la sociedad de hoy.
?Es la renuncia de Maragall un signo del fracaso de su proyecto? As¨ª se interpreta, con voces estent¨®reas desde la derecha catalana y espa?ola, con sordina -y a veces con satisfacci¨®n abierta o m¨¢s o menos disimulada- desde sectores significativos de la izquierda espa?ola y catalana. Se precipitan quienes certifican este fracaso. M¨¢s all¨¢ del resultado electoral de las pr¨®ximas convocatorias -auton¨®micas en octubre, municipales en mayo de 2007, generales cuando le convenga al presidente del Gobierno-, se ha hecho m¨¢s evidente la apertura de un nuevo ciclo pol¨ªtico, cuyo resultado final est¨¢ todav¨ªa por decantar.
Pero es innegable que acabar¨¢ imponi¨¦ndose la agenda reformista apuntada -a veces desordenadamente y con desaciertos t¨¢cticos- por el propio Maragall. En dicha agenda, figura una revisi¨®n a fondo de la estructura constitucional del estado y su imparable federalizaci¨®n, la superaci¨®n ideol¨®gica de los nacionalismos espa?ol y catal¨¢n o la intervenci¨®n de las comunidades pol¨ªticas subestatales en la Uni¨®n Europea. Est¨¢n tambi¨¦n las cuestiones relativas a la definici¨®n de nuevas pol¨ªticas sociales y a su instrumentaci¨®n, reconsiderando la movediza delimitaci¨®n entre p¨²blico y privado. No falta la revisi¨®n del papel superado de los partidos como agentes exclusivos de movilizaci¨®n social. Y -en tono m¨¢s dom¨¦stico- se plantea la reconsideraci¨®n de la relaci¨®n entre socialistas del Estado y socialistas catalanes.
?sta es la agenda trazada por Maragall, no como profeta inspirado, sino como perceptor intuitivo de se?ales emitidas por la realidad pol¨ªtica y social de hoy, que los pol¨ªticos con liderazgo no pueden ni deber¨ªan ignorar. Son se?ales que denotan el agotamiento que padecen conceptos, instituciones y pr¨¢cticas pol¨ªticas heredadas. Un agotamiento manifiesto que ha llevado al conocido s¨ªndrome de desafecci¨®n ciudadana ante el sistema institucional y su clase pol¨ªtica.
La agenda de Maragall y de los que la comparten tiene todav¨ªa largo recorrido. No escapar¨¢n a ella quienes han sido incapaces de entenderla, quienes con plena conciencia han pretendido abortarla o quienes preferir¨ªan un ¨¦xito electoral a corto plazo a cualquier proyecto reformista a medio y largo plazo. La valoraci¨®n de la obra de Maragall no est¨¢ en la historia, como se afirma de buena fe o con malicia al calificarle como "alcalde de los Juegos y president de l'Estatut". El dictamen definitivo est¨¢ todav¨ªa por escribir.
Josep M. Vall¨¨s es miembro de Ciutadans pel Canvi y consejero de Justicia de la Generalitat.
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