El infierno era despu¨¦s
En aquel entonces muri¨® un futbolista que era muy joven y que acababa de fichar por el Real Madrid. Se llamaba Herrerita. En el ¨¢lbum de cromos le pusimos una orla oscura a su retrato de muchacho soliviantado por la fama s¨²bita. Los ¨¢lbumes se renovaban cada a?o y nosotros llegamos a sabernos de memoria no s¨®lo la alineaci¨®n del Bar?a, que era el nuestro, sino la de muchos equipos que hicieron de los cromos el abecedario de nuestros h¨¦roes.
Por aquellos a?os, el f¨²tbol era el sonido de los domingos y de los mi¨¦rcoles y hab¨ªa h¨¦roes que viv¨ªan para nosotros tan s¨®lo esos d¨ªas, y en los cromos, y en la radio, y eran como los colegas que iban con nosotros a la escuela y animaban la pobreza cotidianay nos hac¨ªan participar de la gloria de ganar y de perder con ellos sin salir de casa, tan s¨®lo escuchando el aparato de radio.
Los futbolistas no hablaban, casi; hablaba Helenio Herrera, o hablaban Jos¨¦ Luis Lasplazas, Vicente Marco o Juli¨¢n Mir, o Juan de Toro. O Santiago Bernab¨¦u. En Sevilla hab¨ªa un locutor, Juan Tribuna, u otro, Salvador Recio, que despertaban casi de madrugada para contar qu¨¦ deb¨ªamos saber de la Liga lenta y espaciada de entonces. A veces escuch¨¢bamos, en Radio Peninsular de Barcelona, a Ricardo Pastor, que emit¨ªa sus pron¨®sticos en verso, y la palabra sabio se reservaba a Acisclo Karag, que adivinaba los resultados de las quinielas. Casi todo lo que sonaba en el aire de aquellas tardes infinitas ten¨ªa que ver con el f¨²tbol y, cuando no hab¨ªa f¨²tbol, parec¨ªa que iba a venir el infierno, con su humedad y su silencio. En el pueblo, el ¨²nico sonido que se escuchaba ven¨ªa de las inmediaciones del cementerio y era el de los patadones sin sentido que ahuyentaban los balones del ¨¢rea enemiga.
Los h¨¦roes ten¨ªan nombre propio, diminutivos (Herrerita, por ejemplo) o apellidos vulgares que se asociaban a nombres que les daban aires memorables: Eulogio Mart¨ªnez, Julio C¨¦sar Ben¨ªtez... Nos sab¨ªamos los nombres propios porque muchas veces los deletreaba Mat¨ªas Prats y supimos tambi¨¦n entero el de Ben¨ªtez porque, despu¨¦s de una resurrecci¨®n futbol¨ªstica, muri¨® de una intoxicaci¨®n feroz. Mart¨ªnez tambi¨¦n muri¨®: hab¨ªa dejado de ser h¨¦roe y habitaba en el olvido. Lo mat¨® su propio autom¨®vil. Por aquellos a?os tambi¨¦n escrib¨ªa Mart¨ªn Girard (luego se encarn¨® en Gonzalo Su¨¢rez, que este Mundial ha resucitado como el mejor seud¨®nimo de la cr¨®nica deportiva del ¨²ltimo medio siglo)...
Cuando preguntan por qu¨¦ vemos el Mundial, por qu¨¦ amamos el f¨²tbol, siempre pienso que era porque nos hac¨ªa creer que el infierno no iba a venir nunca. El f¨²tbol era la gloria y unos cuantos h¨¦roes. El mayor era Kubala. Zidane se le parece.
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