'Azzurri' Stones
Jagger y compa?¨ªa inician en Mil¨¢n, en una noche de rock y f¨²tbol, su gira europea
La familia Magistroni, de Mil¨¢n, lo ten¨ªa todo preparado para asistir en Barcelona al arranque de la gira europea de los Rolling Stones el 27 de mayo. Ten¨ªan las entradas, los billetes de avi¨®n y el hotel. Pero en alg¨²n lugar de la Polinesia, Keith Richards trep¨® a un ¨¢rbol, se cay¨® y oblig¨® a los Stones a redise?ar la etapa europea de su gira A bigger bang. Las fechas espa?olas se redujeron a dos: 14 de agosto en Valladolid y 16 en El Ejido (Almer¨ªa). Y lo que iba a ser el decimosexto concierto de los Stones para Oliviero Magistroni se convirti¨® en un fin de semana familiar en Barcelona.
Pero aqu¨ª est¨¢n hoy otra vez los Magistroni. Dos meses m¨¢s tarde, en su propia ciudad, soportando los 41? de temperatura a las afueras del estadio milan¨¦s de San Siro. Es 11 de julio y est¨¢n a punto de asistir, esta vez s¨ª, al primero de los 21 conciertos que la banda ofrecer¨¢ este verano en Europa. "Siguen siendo los mejores", asegura Oliviero, sudoroso, con una vieja camiseta de los Stones sujetando su prominente barriga. "Aunque hace 20 a?os era otra cosa", dice en voz baja, evitando que le oiga Laura, su hija adolescente.
Jagger bail¨® la canci¨®n de White Stripes que el p¨²blico de San Siro convirti¨® en himno
"Franc¨¦s el que no bote", grit¨® el futbolista Materazzi desde el escenario
Las inmediaciones del estadio bullen de calor y de actividad. Los reventas cantan sin reparos su mercanc¨ªa, los polic¨ªas antidisturbios piropean a las chicas en biquini. Y la parafernalia patri¨®tico-futbolera golea a la rockera. Un Mundial no se gana todos los d¨ªas, y se ven m¨¢s camisetas azzurras que lenguas stonianas.
Dentro del estadio, la banda brit¨¢nica de metal pop Feeder hace lo que puede por entretener al p¨²blico que va ocupando su sitio todav¨ªa bajo los sofocantes rayos de sol.
Y en alguno de los ochenta camiones que el grupo utiliza para desplazarse, los Stones se preparan para su particular desaf¨ªo al paso del tiempo. Sir Michael Phillip Jagger, un tipo de 62 a?os que ha dormido esta noche en una suite que cuesta 13.000 euros al d¨ªa, realiza el ritual que le va a convertir durante unas horas en Mick Jagger, el frontman m¨¢s feroz y sexy de la historia del rock.
De pronto se ilumina una pantalla de unos 200 metros cuadrados y salen dos chorros de fuegos artificiales de los lados. Son las 21.20. Sesenta mil miradas se dirigen al escenario. Sale Charlie Watts, de 65 a?os, y se sienta en la bater¨ªa. Salen Ron Wood, de 59 a?os, y Keith Richards, de 62, cogen sus guitarras y se arrancan con los primeros acordes de Jumpin' Jack Flash. Entonces llega Mick Jagger moviendo las caderas, coge el micro y el estadio enloquece.
Los Stones tocan un repertorio que so?ar¨ªa cualquiera de sus fans. It's only rock and roll, Let's spend the night together, Under my thumb, Start me up... Tambi¨¦n repasan con ¨¦xito algunos temas de su ¨²ltimo disco, A bigger bang, como Oh no not you again.
Y hay sitio para las rarezas: Mick y la corista Lisa Fisher se marcan una emocionante revisi¨®n del tema de Ray Charles Night time is the right time y, ya sin compa?¨ªa femenina, Jagger canta en italiano As tears go by, la canci¨®n que escribieron en 1965 para Marianne Faithful, entonces novia de Mick. Tambi¨¦n, como viene siendo habitual, Keith Richards disfruta de su momento de gloria cantando un par de canciones. Y entre el p¨²blico se dejan ver palmeras hinchables, en honor de la que casi acaba con la vida del sexagenario guitarrista.
El derroche escenogr¨¢fico llega cuando un trozo del escenario se desgaja, con los cuatro Stones y su bajista, Darryl Jones. Se desliza por una pasarela que atraviesa el c¨¦sped hasta convertirse en un miniescenario al otro lado del campo. Ah¨ª interpretan Miss you y Honky Tonk Women, y Keith se agacha a recoger, agradecido, un sujetador rojo que aterriza en el escenario.
Siguen Brown sugar, y una apote¨®sica Sympathy for the devil, aquella canci¨®n de 1968 en la que Sus Sat¨¢nicas Majestades describ¨ªan a un diablo distinguido y de buen gusto.
Pero, contra todo pron¨®stico, la canci¨®n de la noche no fue ninguna de ellas. Ni siquiera la archifamosa Satisfaction que se marcaron en los bises. La melod¨ªa que el p¨²blico italiano core¨® en cada momento que pudo no es una firmada por Jagger y Richards, sino por el grupo estadounidense de rock alternativo The White Stripes. El pegadizo riff de guitarra de su canci¨®n Seven Nation Army, que la afici¨®n italiana ha adoptado como himno extraoficial desde que los jugadores lo cantaron, liderados por el romano Francesco Totti, en las celebraciones de la noche del 9 de julio. Hasta Jagger se vio obligado a bailarlo en el concierto, mientras el p¨²blico lo coreaba.
Son las 23.30, el concierto se aproxima a su final. Pero queda una sorpresa. Los Stones se abrazan, hacen una reverencia ante el p¨²blico y Mick Jagger llama al escenario a dos invitados especiales: los jugadores de la selecci¨®n italiana Alessandro del Piero y Marco Materazzi, el marrullero central al que Zidane propin¨® un cabezazo en la final. Materazzi agarra el micr¨®fono con sus brazos tatuados y corea el riff de The White Stripes. El p¨²blico le sigue. El jugador se emociona y sube el tono de las consignas: "Franc¨¦s el que no bote, eh, eh". Momento que Mick aprovecha para arrebatarle elegantemente el micr¨®fono y despedirse entre aplausos. La ovaci¨®n se reparte entre los m¨²sicos y los jugadores.
A finales de los sesenta, el m¨ªtico periodista musical ingl¨¦s Nik Cohn dijo que los Stones no estaban destinados a hacerse viejos. "Si les queda alg¨²n sentido de la elegancia", escribi¨®, "se matar¨¢n en un accidente a¨¦reo tres d¨ªas antes de cumplir los treinta". Pero aqu¨ª siguen. Y ya no cumplir¨¢n los treinta, ni los cuarenta, ni los cincuenta, ni los sesenta. Unos abuelos multimillonarios cantando que no pueden obtener ninguna satisfacci¨®n. Pasi¨®n o negocio; consecuentes o pat¨¦ticos. Elijan ustedes. Mientras tanto, ellos siguen llenando estadios.
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