Agn¨¨s Varda lamenta perder la capacidad de fotografiar
La casi octogenaria cineasta y fot¨®grafa belga Agn¨¨s Varda (Bruselas, 1928) est¨¢ convencida de haber perdido "la capacidad de tirar una foto en el momento justo", pero Madrid recuerda en una exposici¨®n sus instant¨¢neas pasadas, y Par¨ªs, las actuales. PHotoEspa?a la dedica la muestra DE-CI DE-L?, photographies d'Agn¨¨s Varda, abierta hasta el 20 de julio en la Filmoteca Espa?ola; y la Fundaci¨®n Cartier
en L'?le et elle exhibe hasta octubre sus videoinstalaciones. "Me gustan los v¨ªdeos porque permiten menos narraci¨®n y m¨¢s imaginaci¨®n, y requieren del espectador una mayor paciencia, pero tambi¨¦n una mayor libertad", cont¨® Varda en Madrid.
De fuerte car¨¢cter, Varda pone pegas a hablar de su cine -"mi misi¨®n es hacerlo en pantalla", dice- y, pese a su edad, mantiene su curiosidad por un Madrid que hace tiempo no visita. Pide una horchata, de la que recuerda su "regusto a almendras", y en su paseo por el multi¨¦tnico Lavapi¨¦s hace por entablar conversaci¨®n con unos chinos que llaman su atenci¨®n. Ya no es conocida como la madre de la nouvelle vague (Cleo de cinco a siete, La felicidad o Las criaturas), sino que se ha convertido en casi un gur¨² para los simpatizantes del movimiento antiglobalizador, seducidos por sus documentales
Los espigadores y la espigadora (2000) y Dos a?os despu¨¦s (2002)
en los que denuncia el consumismo. Unos fans que acuden ahora en masa a las proyecciones de su filmograf¨ªa, programada en el Cine Dor¨¦ hasta el 19 de julio.
Reflexi¨®n
"Nunca pens¨¦ que hubiese gente que conociese y apreciara mi obra, pero por suerte hay un p¨²blico marginal al que interesa este cine m¨¢s que Hollywood y su Titanic. Un peque?o margen que resulta esperanzador", sostiene.
"Mis propuestas se dirigen a todo el mundo, porque los problemas de un planeta cada vez m¨¢s globalizado nos afectan a todos. No hay edad para la reflexi¨®n"
argumenta la realizadora, agasajada con patatas y cojines para sus instalaciones.
DE-CI DE-L? recopila fotograf¨ªas que retratan el encanto de las calles de Par¨ªs y Marsella; la ingenuidad infantil en el r¨¦gimen comunista chino; el movimiento hippy en California en 1968; un omnipresente Fidel Castro en la vida de los cubanos y un Portugal a medio camino entre el progreso y el subdesarrollo. Clich¨¦s muy distintos a sus im¨¢genes y filmes contempor¨¢neos en los que aparecen objetos, partes del cuerpo o sus mascotas. Su torpeza, asegura, es la culpable: "Un d¨ªa la c¨¢mara rod¨® y termin¨¦ fotografiando mis manos. Entonces empec¨¦ a verlas como un paisaje. Otro d¨ªa yendo en coche no cerr¨¦ la c¨¢mara y grab¨¦ la tela del pantal¨®n, y otro, tras entrevistar a unos vi?ateros, no la apagu¨¦. As¨ª que al montador le dije: 'Todo eso fuera'. Pero cuando en el monitor vi un bot¨®n bailando con el movimiento de la c¨¢mara, ped¨ª un CD de jazz y descubr¨ª que, con m¨²sica, resultaba estupendo".
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