Cuatro ideas de imperio y una guerra perdida
En un art¨ªculo publicado el 6 de julio, titulado "Un presidente decidido se enfrenta a un mundo de crisis", The Washington Post presenta a un Bush acosado en Afganist¨¢n, Irak y Somalia, enfrentado a Ir¨¢n y Corea del Norte, incapaz de llevar la estabilidad y la paz a Tierra Santa, con unos aliados esc¨¦pticos y el resto del mundo cr¨ªtico u hostil. Los neoconservadores le han recomendado encarecidamente que ataque Ir¨¢n y Corea del Norte. La mayor¨ªa de la poblaci¨®n ha perdido la confianza en ¨¦l. Pretende reducir el n¨²mero de tropas en Irak, no s¨®lo para poder destinar recursos militares a futuros usos sino para detener los ataques pol¨ªticos de los dem¨®cratas. Sin embargo, ha declarado que la muerte de 2.500 soldados en Irak exige "mantener el rumbo". El Gobierno iraqu¨ª reconoce que tiene una soberan¨ªa muy limitada en su devastado pa¨ªs. La resistencia iraqu¨ª es m¨¢s fuerte que nunca. La guerra, que est¨¢ perdida, sigue adelante, entre otras razones, por el dogma nacional estadounidense: ninguna guerra puede terminar en nada que no sea una victoria total.
Bush es un prisionero de la soberbia imperial, pero esa soberbia no es s¨®lo suya. La comparte todo el pa¨ªs. Las discusiones sobre el papel de Estados Unidos en el mundo son algo m¨¢s que un debate nacional permanente. Los conflictos en el seno de la clase pol¨ªtica a prop¨®sito de determinadas cuestiones llegan a o¨ªdos de la poblaci¨®n transmitidos por periodistas cuyo mayor talento es el de la simplificaci¨®n. Una parte importante de la sociedad no vota ni participa en la vida p¨²blica. No siempre conoce la historia de Estados Unidos, y su capacidad de imaginar el resto del mundo es escasa. Muchos de nuestros expertos del mundo acad¨¦mico, dirigentes empresariales y financieros, altos funcionarios y oficiales del Ej¨¦rcito s¨ª conocen el mundo m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras. Pero sus opiniones son un reflejo de sus opciones pol¨ªticas. Los ciudadanos de a pie que tienen curiosidad por otros pa¨ªses tienen que surtirse en un supermercado ideol¨®gico que ofrece im¨¢genes contradictorias del mundo.
El presidente y sus seguidores creen que Dios ha conferido a Estados Unidos una misi¨®n redentora en un mundo abatido. Los cat¨®licos, los ortodoxos, los jud¨ªos, todos pertenecen a una iglesia nacional calvinista. La sugerencia de que Estados Unidos no tiene derecho a dominar el mundo es una herej¨ªa. El sector partidario de la hegemon¨ªa imperial considera que el autoritarismo en el interior y la agresi¨®n en el exterior son medios leg¨ªtimos para alcanzar un fin sagrado.
Esta misi¨®n universal ha tenido su encarnaci¨®n laica en la campa?a de Bush para promover la democracia. Si se piensa en los Gobiernos instalados o apoyados por Estados Unidos desde 1898, se trata de una campa?a rid¨ªcula. El profundo desprecio de nuestros dirigentes por el pueblo estadounidense se refleja en que venden esta idea como si fuera una marca de jab¨®n. Un jab¨®n con el que quieren lavar las manchas de petr¨®leo.
Luego hay otro sector imperial, el de los realistas, cuyo jefe hist¨®rico es Kissinger. En una entrevista que aparece en The National Interest (verano de 2006), expresa serias dudas sobre la ideolog¨ªa hegem¨®nica de Bush y sobre su capacidad de hombre de Estado. Los realistas no se oponen a que Estados Unidos haga un uso brutal de su poder, tratan de hacer que sea eficaz en un mundo que se resiste. Muchos jefes militares y funcionarios de la CIA y el Departamento de Estado opinan as¨ª, igual que los banqueros y empresarios, que piensan en t¨¦rminos de p¨¦rdidas y beneficios.
Despu¨¦s est¨¢n los multilateralistas, que a menudo son unilateralistas que intentan que las ¨®rdenes de Estados Unidos se cumplan de forma voluntaria. Son ellos los que hablan frecuentemente del "poder blando", y los que creen que siempre se pueden encontrar valores comunes que inspiren la colaboraci¨®n internacional. Ponen el pasado (la OTAN y el sistema de alianzas de Estados Unidos, el FMI y la estructura financiera mundial) como prueba del ¨¦xito del multilateralismo y conciben la "guerra contra el terror" como una empresa que requiere cooperaci¨®n y m¨²ltiples alianzas.
Por ¨²ltimo est¨¢ el sector anti-imperialista, que desea un cambio total en la actitud y el comportamiento de Estados Unidos, una renuncia a las aspiraciones hegem¨®nicas, la desmilitariza-ci¨®n de la pol¨ªtica exterior y una mayor integraci¨®n en Naciones Unidas. Propone la reconstrucci¨®n pol¨ªtica de nuestro pa¨ªs a gran escala y afirma que el mejor servicio que puede hacer Estados Unidos a la democracia es eliminar los numerosos fallos que tiene nuestra forma de llevarla a la pr¨¢ctica.
Los grupos se entrecruzan. Los dem¨®cratas suelen ser multilateralistas o antiimperialistas, con una visi¨®n idealizada de nuestras posibilidades nacionales. Los republicanos son hegem¨®nicos o realistas, pero tambi¨¦n lo son muchos dem¨®cratas. Los fundamentalistas protestantes creen que la Biblia avala la hegemon¨ªa estadounidense. La Iglesia Cat¨®lica y los protestantes progresistas son o multilateralistas o antiimperialistas, pero los te¨®logos y los laicos no necesariamente piensan lo mismo. El lobby israel¨ª se ha unido a los partidarios de la hegemon¨ªa, pero la mayor¨ªa de los jud¨ªos estadounidenses era, hasta hace poco, multilateralista. Los lobbies van y vienen. El proyecto imperial permanece.
El triunfalismo de Estados Unidos hace imposible mantener un debate serio sobre los problemas reales que afronta el pa¨ªs. La "guerra contra el terror" y la militarizaci¨®n de la pol¨ªtica no pueden resolver los problemas econ¨®micos y sociales que constituyen la base de la agitaci¨®n mundial. Nuestros dirigentes siguen teniendo dificultades con la historia. Los generales que lucharon contra los nacionalistas cubanos, filipinos y mexicanos entre 1898 y 1916 eran veteranos de las guerras contra los indios. Sus bisnietos, los generales de hoy en Irak, eran suboficiales en Vietnam. Y, aun as¨ª, muchos creen que el nacionalismo estadounidense es genuino. Doscientos diecisiete a?os de esfuerzos para dominar Latinoam¨¦rica ha desembocado en Castro, Ch¨¢vez, Morales y Obrador. Todos ellos, considerados en Estados Unidos como figuras hist¨®ricas aberrantes. En estas circunstancias, incluso a un presidente mucho m¨¢s reflexivo que Bush le costar¨ªa encontrar el camino para salir de Irak. No hay que minusvalorar la influencia de Ir¨¢n ni el hecho de que nuestros aliados iraqu¨ªes est¨¢n desmoralizados. El 7 de julio, Bush declar¨® que estaba negociando la situaci¨®n en Corea del Norte porque tenemos que tratar con el mundo tal como es, y no como nos gustar¨ªa que fuera. No dice eso cuando habla de Irak. Pero Corea del Norte podr¨ªa enviar en cualquier momento a dos o tres millones de refugiados a Corea del Sur y crear el caos. Mientras tanto, la Casa Blanca presenta las t¨ªmidas exigencias del Partido Dem¨®crata de que se reexamine la situaci¨®n en Irak como una traici¨®n al pa¨ªs.
En las elecciones al Congreso y el Senado del pr¨®ximo oto?o, un Partido Republicano cada vez m¨¢s nervioso se enfrenta a un Partido Dem¨®crata profundamente dividido. Ocurra lo que ocurra, es posible que, a partir de ese momento, Bush no piense m¨¢s que en su sitio en los libros de historia. Si es as¨ª, podr¨ªa volverse temerario y agresivo en Ir¨¢n y adquirir una tenacidad asesina en Irak. Hoy critica a los dem¨®cratas por estar a favor de comenzar la retirada de Irak, pero sus generales, por ¨®rdenes suyas, est¨¢n empezando a organizar retiradas a peque?a escala para contentar a la opini¨®n p¨²blica. El electorado ve con poco entusiasmo la guerra, pero menos a¨²n la derrota. Bush est¨¢ decidido a mantener asustada a la gente. Se habla de que se han deshecho tramas terroristas en Chicago y Nueva York, pero no est¨¢ claro que hubiera realmente planes en marcha, como advierte incluso la habitualmente discreta prensa estadounidense.
El presidente podr¨ªa verse obligado a echar a Rumsfeld, ignorar a Cheney, aceptar una verdadera restauraci¨®n de la independencia iraqu¨ª y negociar con Ir¨¢n si aumenta la oposici¨®n a su pol¨ªtica -ya considerable- entre los funcionarios del Departamento de Estado y los jefes militares. ?stos, a su vez, necesitan contar con el respaldo de una alianza pol¨ªtica de realistas, multilateralistas y antiimperialistas, dem¨®cratas y republicanos. Dicha alianza se est¨¢ formando poco a poco, pero las fuerzas de la inercia de la ideolog¨ªa imperial y la intervenci¨®n son muy fuertes. La consolidaci¨®n de la alianza ser¨ªa m¨¢s f¨¢cil si los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea exigieran un precio m¨¢s alto por su apoyo en Afganist¨¢n y otros lugares. Podr¨ªan exigir la retirada norteamericana de Irak como parte de un plan internacional para llegar all¨ª a una soluci¨®n pol¨ªtica, una estrategia estadounidense m¨¢s seria en Tierra Santa y un compromiso t¨¢cito pero claro de que Estados Unidos no va a atacar Ir¨¢n. Que los europeos vayan a tener el valor de aplicar lo que son claramente sus convicciones est¨¢ tan poco claro como la posibilidad de que Estados Unidos se recupere pronto de su obsesi¨®n imperial.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito de la Facultad de Derecho de Georgetown y asesor del grupo progresista del Congreso estadounidense. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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