Territorio Sangalo
A principios de junio, el radiofonista Jordi Bast¨¦ me llam¨® para decirme: "Ven enseguida. Vamos a entrevistar a Ivete Sangalo". Me present¨¦ en la emisora y, mientras esper¨¢bamos a la artista, Bast¨¦ me cont¨® que Sangalo es al pop brasile?o lo que Alejandro Sanz al pop espa?ol, que lleva a?os llenando estadios, que ha ganado premios como el Grammy Latino y que en 2002 consigui¨® que su canci¨®n Festa se convirtiera en el himno oficioso de Brasil despu¨¦s de ganar el Mundial de Corea y Jap¨®n. Sangalo lleg¨® rodeada de ayudantes de promoci¨®n y nos encerramos en un claustrof¨®bico estudio a hablar de m¨²sica, de f¨²bol y de Brasil. Al cabo de un cuarto de hora, parec¨ªa que nos conoc¨ªamos de toda la vida. Nos mir¨¢bamos a los ojos, nosotros sorprendidos de que alguien tan requetefamoso pudiera ser tan accesible y ella desplegando ese encanto entre vocacional y profesional que s¨®lo tienen los m¨¢s humildes. La entrevista era grabada y, cuando ya termin¨¢bamos, el ordenador se estrope¨® y toda la charla se fue al carajo (desde que se dejaron de usar las cintas, la radio ya no es lo que era). Total: le dijimos a Sangalo que hab¨ªa que repetir la entrevista. Lejos de indignarse, volvi¨® a responder m¨¢s o menos igual a preguntas casi id¨¦nticas. Al final, nos avis¨® de que actuar¨ªa en el Grec a mediados de julio y que ya nos ver¨ªamos entonces.
Hace 15 d¨ªas, me compr¨¦ el disco que est¨¢ promocionando Sangalo, que incluye un complet¨ªsimo DVD con una antolog¨ªa de sus ¨²ltimos conciertos en lugares multitudinarios (y en el que participa el guitarrista flamenco Ni?o Josele). No es la canci¨®n brasile?a a la que estamos acostumbrados. Nada de suavidad susurrante: Sangalo despliega una energ¨ªa de banda ancha respaldada por unos m¨²sicos excepcionales al servicio de unas melod¨ªas pegadizas y de un discurso m¨¢s preocupado por la vitalidad que por la complicidad sentimental o intelectual. No es una cr¨ªtica, que conste: la descarga que Sangalo ofrece desde el escenario es coherente con la historia de alguien que, tras 14 a?os de profesi¨®n, de ara?ar peque?os ¨¦xitos a ponerle m¨²sica a una telenovela, de ser novata a referente (junto a Daniela Mercury) del pop brasile?o m¨¢s directo, sigue un largo camino de perfecci¨®n y cree en la abolici¨®n de cualquier tipo de fronteras (geogr¨¢ficas, religiosas, econ¨®micas, musicales).
Durante la entrevista, Sangalo me ense?¨® a pronunciar el nombre Ronaldinho correctamente: hay que iniciar una erre casi francesa en la parte superior trasera del paladar, alargar la s¨ªlaba en plan g¨¢rgara y empalmar con las siguientes creando una fluida corriente sonora tan alegre como el estilo de juego del jugador. All¨ª estaba Sangalo, cual logopeda, mir¨¢ndome con unos inapelables ojos oscuros y con la madurez de una mujer que lleva acumulada en el disco duro millones de miradas de hombres entre fascinados e intimidados ante una belleza treinta?era (naci¨® en 1972), la edad en la que confluyen, en una misma expresi¨®n, los atractivos de una amante, de una hermana, de una madre y de una amiga.
Pero volvamos a la actualidad. No consegu¨ª entradas para su concierto del mi¨¦rcoles: cuando quise darme cuenta ya se hab¨ªan agotado, as¨ª que me fui al Teatre Grec a ver si pillaba algo en la reventa o, en caso negativo, escuchaba parte de la actuaci¨®n desde la calle. ?stas son las notas que apunt¨¦ en mi libreta desde la entrada al recinto: j¨®venes de todas las razas, mucha chancleta y ropa playera, m¨¢s mujeres que hombres. Desde la escalinata que sube hasta el Teatre Grec se ve la silueta del Lliure y, a lo lejos, el Tibidabo iluminado. Mucha moto y una variedad racial que va desde el negro chocolate amargo a la palidez del guiri pasando por todos los Pantone amulatados y los bronceados prematuros de los adictos a los rayos UVA. Insisto: muchos j¨®venes, algunos de los cuales no disimulan su culto por el gimnasio y una musculatura, mayoritariamente tatuada, entre culturista y carnavalera. Tras escuchar comentarios y conversaciones, deduzco que hay m¨²sicos locales y brasile?os, bailarines, turistas que estuvieron en Brasil, brasile?os en el exilio y algunas b¨ªpedas esculpidas por los bistur¨ªs de alg¨²n aprendiz de brujo con licencia para ejercer la cirug¨ªa est¨¦tica. Una chica brasile?a que no ha podido entrar escucha el concierta a trav¨¦s del m¨®vil de una amiga que est¨¢ dentro. Est¨¢ llorando de rabia por no tener entrada. Se escuchan los primeros compases del concierto, un inicio potente, rotundo, de clase de aer¨®bic. La melod¨ªa que llega hasta las escaleras subraya los bajos y la percusi¨®n. En el escenario, supongo, ser¨¢ distinto, y deseo que ni los gatos ni los perros ni las ambulancias ni los camiones de la basura interfieran en un concierto que, a la segunda canci¨®n, ya exige la participaci¨®n del p¨²blico. Sangalo es pura energ¨ªa y, a lo lejos, me parece o¨ªr un sonido acompasado de esqueletos: deben de ser los muertos del cementerio, encantados de vivir una fiesta como ¨¦sta.
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