Aban¨ªqueme usted
Extra?o aparato el abanico. Tan antiguo o m¨¢s que la rueda, sigue como la rueda girando en el vac¨ªo pr¨¢cticamente inmutable desde la antig¨¹edad. Confieso sentir desde mi m¨¢s tierna edad una fijaci¨®n por los abanicos, que, en mi ignorancia infantil, cre¨ª invento de las matronas del sur de una Espa?a a¨²n franquista, s¨®lo aliviadas del sol del verano y el negro penitente de sus vestidos por ese ramillete de varillas de fina madera entelada que sin parar agitaban delante de sus mejillas. Luego uno se hace mayor y viaja, y descubre que el abanico ya era inherente a Cleopatra, por no hablar del Jap¨®n y la China, donde este artilugio posee un perfil cultural equiparable al del quimono y la Gran Muralla. Recuerdo como un choque traum¨¢tico ver a los trece a?os, en el cine-club del colegio, una pel¨ªcula japonesa de samur¨¢is que, al acabar la matanza de las catanas, se tomaban un t¨¦ con abanico corto, movi¨¦ndolo con un juego de mu?ecas no menos gr¨¢cil que el de las se?oras alicantinas. Fue mi primer contacto con los deslizantes conceptos de lo masculino y lo femenino, y una anticipaci¨®n del unisex.
He pensado mucho en el abanico estos d¨ªas por culpa del Papa y la zarzuela. Tengo un gran respeto por la segunda, g¨¦nero musical que algunos tildan de sub pero a m¨ª me ha dado como mel¨®mano momentos de placer inolvidables. Y hay que hacerle justicia: no todas las zarzuelas son piconeras ni tienen manolas con mant¨®n bailando el pasodoble. El g¨¦nero es tan variado y rico como el de la ¨®pera, y sus diferencias cualitativas se liman en verano, cuando los p¨²blicos de ambos espect¨¢culos quedan dem¨®ticamente igualados por el abanico. Vi un domingo por la tarde, a fines de junio, el extraordinario montaje de Di¨¢logos de carmelitas en el Real, y como el aire est¨¢ condicionado en los teatros l¨ªricos a la voz de los cantantes, el sistema refrigerador se apaga al empezar la funci¨®n, por lo que al cabo de media hora, el p¨²blico suda. Y ah¨ª aparece la acendrada costumbre femenina de abanicarse.
Hace unos d¨ªas fui a la Zarzuela, donde se ha estrenado con mucho ¨¦xito el programa doble La boda y El baile de Luis Alonso. ?dem de ¨ªdem. Corte del aire, sofoco, abanicos. Las se?oras que -much¨ªsimo m¨¢s que los se?ores- los usan en los teatros no parecen conscientes, de tan acaloradas como est¨¢n, supongo, del ruido infernal que ese artefacto hace, no tanto, el muy inocente, por s¨ª mismo al rasgar el aire del coliseo, como por la mu?eca que lo sacude. Las damas del Real y la Zarzuela van a la funci¨®n de tiros largos y enjoyadas y al cabo de un rato, cuando aprieta el calor, hay en el patio de butacas una sinfon¨ªa discordante de dijes y colgantes de pulsera ante la que Poulenc, el maestro Gim¨¦nez y hasta el Wagner m¨¢s estruendoso se quedan apagados.
El Papa en Valencia. Tambi¨¦n all¨ª hac¨ªa calor, y tanto en la catedral como al aire libre se ve¨ªa el ondear de abanicos, repartidos entre todos los sexos y estamentos: la reina Sof¨ªa, las infantas, los dignatarios, los hombres y mujeres de la calle, los prelados, ¨¦stos improvisando abanico con el programa de mano o el misal, lo que hac¨ªa tal vez m¨¢s llamativo su gesto. Y as¨ª como de ni?o fue otro trauma descubrir que los padres jesuitas llevaban pantalones debajo de la sotana, ver a un obispo abanicarse en medio de una liturgia me resulta indecoroso, por mucho que la historia nos diga que el flabellum, un disco de metal montado en una vara larga, ya se usaba para airear a los cl¨¦rigos en las ceremonias medievales, aunque los encargados de moverlas dec¨ªan que era "pro muscis fugandis", es decir, para ahuyentar a las moscas.
El abanico es oriental en su origen (qu¨¦ bonita palabra, "paipay"), y tiene algo et¨¦reo y pict¨®rico, pero Espa?a le ha dado sudor y carne. No me quito de la cabeza (la estela del abanico en mi psique) otra imagen de infancia: mujeres sentadas al anochecer a la puerta de sus casas. Sin dejar de balancearse en sus mecedoras, se levantan las faldas, y con el abanico le dan un refresco al mundo incandescente de sus bajos.
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