La rabia de un campe¨®n
Landis culmina a lo grande un ataque lejano, se coloca a 30s de Pereiro y a 18s de Sastre y se convierte en el gran favorito
Nada, Landis no dijo nada. No explic¨® nada. S¨®lo repet¨ªa que lo sent¨ªa por el equipo, que les hab¨ªa fallado a todos, que lo sent¨ªa, que lo sent¨ªa.
La noche cay¨® triste sobre la zona del hotel de La Toussuire en que se alojaba el Phonak el mi¨¦rcoles. No hay ¨¢nimos para nada. El jefe ha hecho crac, catacrac, el Tour est¨¢ perdido. S¨®lo caben el silencio y la lamentaci¨®n. Desde enfrente, cruzando el patio, llegan hasta su ventana las alegr¨ªas, los brindis, de la gente del Caisse d'?pargne, del equipo de Pereiro, que ha recuperado el maillot amarillo, que sue?a con mantenerlo hasta Par¨ªs, que teme, sin embargo, el Joux Plane, el ¨²ltimo puerto del Tour, el m¨¢s duro, que sabe que en un Tour tan loco cualquier desenlace, cualquier absurdo es posible. Que saben perfectamente que nada hay m¨¢s terrible que la rabia de un campe¨®n derrotado. La soberbia. Landis, campe¨®n derrotado, campe¨®n ridiculizado. Hundido.
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Por la ma?ana, Landis se levanta de la cama y parece otro hombre. Da un pu?etazo en la puerta que hace temblar todo el albergue. A su alrededor se organiza una c¨¦lula de crisis. Landis es un extraterrestre. Para ¨¦l, un yanqui nato, el ciclismo es un deporte de zumbados, de gente sin referencias culturales de la vieja Europa. Su ¨²nico amor es por la est¨¦tica, por las fotos amarillentas, por el culto al cuerpo. Landis es un analfabeto funcional cicl¨ªsticamente hablando, pero tiene suerte: su equipo es una mina. Su equipo cuenta entre sus filas con Axel Merckx, el hijo del can¨ªbal, y lo dirige John Lelangue, hijo de Bob, director del can¨ªbal, tambi¨¦n. Entre todos, por tel¨¦fono los distantes, le recuerdan qui¨¦n fue Eddy Merckx, qui¨¦n Luis Oca?a. C¨®mo en la etapa siguiente a que Oca?a le dejara a m¨¢s de 8m en la subida a Orci¨¨res-Merlette en 1971, Merckx organiz¨® un raid de su banda, el Molteni, que dej¨® al pelot¨®n fuera de control camino de Marsella y a Oca?a pidiendo ¨¢rnica. C¨®mo, un d¨ªa de 1969, en los Pirineos, Merckx porque s¨ª atac¨® en el Tourmalet y solo, como los campeones, dej¨® a todo el pelot¨®n en la distancia.
"Tienes que atacar de lejos", le dice Merckx por tel¨¦fono a Landis, el menonita de la cadera descabezada. "Est¨¢s a 8m de Pereiro, pero no todo est¨¢ perdido. La etapa es ideal, tres puertos tendidos, Saisies, Aravis, Colombi¨¨re, y el trueno del Joux Plane".
El mensaje cala. Landis se convence. El equipo hace el resto. Llegado el puerto de Saisies, kil¨®metro 70 de la etapa, a 130 de la meta, el Phonak acelera en cabeza, estira el pelot¨®n, lo rompe. Landis se desgaja. Se va. Se va en busca de su honor perdido. De su orgullo. Se va como se fue Pantani en el mismo sitio hace seis a?os, en la misma etapa, en su ¨²ltimo d¨ªa en el Tour, herido por el desprecio de Armstrong, el que voce¨® que le hab¨ªa dejado ganar en el Ventoux. Se va y nadie piensa que llegar¨¢ muy lejos, nadie cree que aguantar¨¢ hasta el final. Nadie piensa que volver¨¢ a dar la vuelta al Tour. Se va cojeando, d¨¢ndose masaje en los descensos al muslo derecho, el de su mala cadera. Como Chiappucci en el 92, cuando hizo temblar a Indurain camino de Sestriere.
Por detr¨¢s, Pereiro pone a trabajar a sus chicos, a Zandio y a Arroyo. A hacer lo que puedan. Por detr¨¢s, a su rueda, Carlos Sastre, Andreas Kloden, afilan el cuchillo. Sus equipos, parados, esperan el desfallecimiento, el debilitamiento del l¨ªder, su soledad en el Joux Plane. Juegan con fuego. En la cumbre de Saisies, la ventaja de Landis, que supera vertiginosamente, uno por uno, a los fugados matinales, es de 3m 25s. Seis minutos en Aravis. 8m35s en La Colombi¨¨re. Ya es l¨ªder virtual. Ya Pereiro ordena parar a sus chicos. Ya Sastre y Kloden, sudores fr¨ªos por la espalda, ordenan acelerar a los suyos. Ya comprenden que Landis conseguir¨¢ lo que hac¨ªa a?os nadie consegu¨ªa en el Tour. El ataque de Sastre, en medio del sombr¨ªo bosque del Joux Plane, en la parte m¨¢s dura, se queda perdido en medio de ese gui¨®n. Ejemplo hermoso de la p¨¦rdida de tiempo. Por delante, Landis gana incluso tiempo en el descenso. Por detr¨¢s, Pereiro, sin cegarse, limita el desgaste.
Termina la etapa. Landis vuelve a soltar su pu?o con rabia, con fuerza. Esta vez al aire. Gracias a las bonificaciones se coloca a medio minuto de Pereiro, de quien estaba a m¨¢s de 8m la noche anterior, a 18s de Sastre. Los dos espa?oles se quedan como Perico Delgado en 1987 y en el mismo sitio: perdidos, con una ventaja m¨ªnima, simb¨®lica, en vistas de la contrarreloj de ma?ana. Y los aficionados espa?oles creen resurgir los tiempos anteriores a Indurain, el cainismo, la desesperaci¨®n de una raza de saladores siempre superados por los monstruos del cron¨®metro.
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