Reformista Prodi
El primer ministro italiano parece empe?ado en librar a su pa¨ªs de d¨¦cadas de obsoleto proteccionismo econ¨®mico, al menos en el sector de los servicios. Su Gobierno centroizquierdista ha aprobado un decreto liberalizador, ya en vigor, que pretende liquidar ancestrales privilegios profesionales. La reforma, que afronta desde hace d¨ªas las enardecidas protestas de algunos de los sectores afectados, debe ser convertida en ley antes de que finalice agosto para mantener su vigencia. Y no est¨¢ claro que la m¨ªnima mayor¨ªa parlamentaria de Romano Prodi, unida a las reticencias de algunos diputados de su propia coalici¨®n, le permita sacar adelante unos cambios que Italia necesita urgentemente.
Las encuestas certifican el apoyo ciudadano a la iniciativa gubernamental, cuyo efecto inmediato ser¨ªa abrir gremios tradicionalmente cerrados y abaratar el costo de numerosos servicios ahora abusivos. Pero el gremialismo profesional italiano viene de muy lejos y pocos conf¨ªan en que la iniciativa prospere sin serias concesiones. El Gobierno ya ha accedido a suavizar con los taxistas -en huelga durante d¨ªas- su pretensi¨®n de que sea m¨¢s f¨¢cil y barato obtener una licencia, actualmente un coto cerrado. Y le esperan, entre otros, los farmac¨¦uticos -miles de los cuales cerraron el mi¨¦rcoles contra la pretensi¨®n de vender en los supermercados medicamentos que no precisan receta- o los abogados y notarios, que protestan por la eliminaci¨®n de las tarifas m¨ªnimas que pueden cargar a sus clientes.
Las dificultades econ¨®micas italianas son estructurales y requieren de una cirug¨ªa que Silvio Berlusconi fue incapaz de aplicar durante los ¨²ltimos cinco a?os. Los argumentos en favor de la liquidaci¨®n de unos privilegios corporativos incompatibles con una econom¨ªa abierta son irrefutables en un pa¨ªs donde la mayor¨ªa del sector servicios est¨¢ gobernada por asociaciones profesionales. A trav¨¦s de la pertenencia obligatoria, ¨¦stas controlan de hecho la incorporaci¨®n de nuevos trabajadores o los salarios de cada una de las actividades.
La pregunta decisiva es si el heterog¨¦neo Gobierno italiano, con el fantasma de unas nuevas elecciones siempre presente, va a ser capaz de arriesgar sus votos para combatir intereses tan cristalizados. De creer al primer ministro, su iniciativa es innegociable, por formar parte del programa electoral centroizquierdista. Pero Italia no se caracteriza por el entusiasmo de su clase pol¨ªtica por las leyes del mercado, y Prodi tendr¨¢ que emplearse a fondo para convencer a un Parlamento de lealtades dispersas y donde al menos el 15% de los diputados son abogados.
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