?Los chicos est¨¢n perfectos!
Arrollador primer concierto de la banda brit¨¢nica The Who en Espa?a
Los Who despejaron los prejuicios que se ciernen sobre las viejas estrellas del rock. Arrasaron en Madrid con un concierto que demuestra lo intemporal de la m¨²sica popular. Todos sus himnos tuvieron la vitalidad de sus mejores d¨ªas, la energ¨ªa que convirti¨® al grupo en una referencia indispensable del estallido musical que se produjo en Inglaterra hace 40 a?os.
Por desconcertante que parezca, no fue la nostalgia lo que presidi¨® un concierto de una potencia juvenil. Tampoco hubo autoparodia, tan habitual en las bandas que han consumido toda su energ¨ªa. Lo que queda de los Who es mejor que la inmensa mayor¨ªa de los grupos que, en definitiva, son deudores de su inmenso legado. Desaparecidos Keith Moon y John Entwistle, pod¨ªa esperarse una actuaci¨®n estrictamente profesional y eficaz. No fue as¨ª. Al grupo tambi¨¦n lo hicieron las acrobacias de Moon en la bater¨ªa, su figura salvaje, alimentada por las drogas y la locura. Y es cierto que Entwistle sirvi¨® como eje de equilibrio entre las apabullantes personalidades de Pete Townsend, Roger Daltrey y Moon. Sin embargo, el poder¨ªo de los Who reside en el liderazgo de Townsend y en la voz de Daltrey. Es una mezcla perfecta que mantiene lo esencial del rock: la credibilidad.
Los Who arrasaron en Madrid y demostraron lo intemporal de la m¨²sica popular
Alrededor de 10.000 personas se acercaron al Palacio de los Deportes. Todos entregados, por supuesto. El rock es tribal, y pocos grupos han tenido m¨¢s adhesi¨®n que los Who. Por esa parte no hab¨ªa problemas. Un p¨²blico heterog¨¦neo, sin rango definido de edad, donde abundaba la est¨¦tica mod entre los j¨®venes y la emoci¨®n apenas contenida entre los mayores. La banda visitaba Madrid por primera vez y hab¨ªa algo de acontecimiento en la actuaci¨®n. Es raro que un grupo con 45 a?os de existencia genere una sensaci¨®n tan novedosa. Pero se trataba de los Who, cuyo mito se ha generado entre himnos indiscutibles del pop y conciertos memorables. ?Qu¨¦ disco puede competir con el impresionante ¨¢lbum que recogi¨® su actuaci¨®n en Leeds? Por eso hab¨ªa un cierto temor: demasiada historia detr¨¢s, demasiados ¨¦xitos, demasiadas tragedias, demasiadas muertes. ?Demasiados a?os? No.
No hubo lugar a dudas. Un escenario sobrio, con un gran tel¨®n a la espalda, recibi¨® al grupo. Daltrey parec¨ªa un chaval. Peque?o, compacto como un peso medio, cabellera rizada y espesa, camiseta azul y jeans. Pronto se vio que su voz manten¨ªa casi todos los registros que le hicieron una celebridad. Se lanz¨® a todo trapo con un repertorio de canciones inolvidables. Directo y a la mand¨ªbula, Daltrey comenz¨® con I can?t explain y sigui¨® The Seeker y una formidable recreaci¨®n de Anyway, Anyhow, Anywhere. No hubo m¨¢s. Los Who sonaban como un tiro. Las canciones surg¨ªan con naturalidad, dominadas por Pete Townsend, excepcional en la direcci¨®n del grupo. En la sombra, Pino Palladito manejaba el bajo con la facilidad que le ha acreditado entre los mejores profesionales de lo suyo. Zach Starkey, el hijo de Ringo, acompa?¨® con elegancia, sin pretender ninguno de los excesos de Keith Moon. Estaba all¨ª para otra cosa, para seguir a Townsend. John "Rabbit" Bendrick en los teclados y Steve Townsend en la guitarra r¨ªtmica confirmaron su conocimiento de los entresijos del grupo. El resultado fue emocionante en casi todos los momentos.
Se acredit¨®, sin sombra de duda, la consideraci¨®n de Pete Townsend como uno de los m¨²sicos m¨¢s inteligentes, brillantes y explosivos que ha alumbrado la escena inglesa. En magn¨ªfica forma, sin dejarse llevar por excesos triviales, Townsend conquist¨® inmediatamente al p¨²blico. La incertidumbre dio paso a la sorpresa. Parec¨ªa incre¨ªble la energ¨ªa que desplegaban los Who. Y en el caso de Towsend, su soberbio dominio aclar¨® que su valor como guitarrista no ha sido suficientemente apreciado. Si Daltrey parec¨ªa un chaval de aspecto y hasta de voz, Townsend entr¨® como un cicl¨®n de electricidad. Se manifest¨® instant¨¢neamente la clase de comunicaci¨®n que hace del rock algo imparable. No hab¨ªa pose. Simplemente estaba un grupo que entusiasm¨® a la gente con una actuaci¨®n honesta, sin equ¨ªvocos, con una demoledora descarga de m¨²sica. Porque lo otro estaba hecho: las grandes canciones de los Who est¨¢n entre las grandes de su tiempo. De todos los tiempos. Cuando arrancaron las primera notas de The kids are all right (Los muchachos est¨¢n bien), ya no hab¨ªa remedio: era un conciertazo. Un tema de su pr¨®ximo ¨¢lbum -Mike Post Theme- fue recibido con frialdad y un punto de sorpresa. Pero no hubo baj¨®n. El sintetizador comenz¨® a tintinear. Era el momento de Baba O'Riley. "Teenage wasteland, teenage wasteland", coreaba la gente. Daltrey y Townsend respondieron con grandeza. My generation desat¨® el delirio, que alcanz¨® su momento cumbre en el feroz grito de Daltrey en Won?t get fooled again. El grito que resume el rock. El resto fue una apote¨®sica combinaci¨®n de gran rock y una muchachada feliz. De eso tratan los buenos conciertos. No importa la edad si se vencen los prejuicios y no se vende mercanc¨ªa averiada. Los Who arrasaron porque est¨¢n como nunca.
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