De cuando yo ten¨ªa cuatro padres y ocho abuelos
Se podr¨ªa decir que yo he nacido dos veces. La primera vez lo hice en el n¨²mero 9 de la calle Ma?¨¦ i Flaqu¨¦, en Sarri¨¢, el 8 de enero de 1933; la segunda, quince d¨ªas despu¨¦s, en un taxi, cuando una pasajera llamada Berta, despu¨¦s de escuchar al taxista lamentarse de la muerte de su esposa al dar a luz un ni?o, le dijo: "Ll¨¦veme usted a ver ese ni?o, por favor", y el taxista cambi¨® de trayecto para complacerla.
Septiembre de 1941 en Sant Jaume dels Domenys, un pueblo de la provincia de Tarragona. Un d¨ªa gris, desapacible, con nubarrones bajos y panzudos. Soy ese ni?o de pantal¨®n corto y pelo ensortijado, rodillas manchadas de tintura de yodo y bolsillos llenos de patacons, estoy en la vi?a del abuelo, m¨¢s all¨¢ del caser¨ªo de La Carro?a y cerca del Mas Mars¨¦. Mientras observo las labores de la vendimia subido a un almendro, me caigo y me lastimo la mu?eca y la mano derecha. La abuela Tecla improvisa un vendaje y un cabestrillo para el brazo. Un regalo inesperado; de pronto, este melanc¨®lico ni?o urbanita se siente investido de, pongamos por caso, heroico piloto de caza herido en combate. En los d¨ªas siguientes, zascandileando por el pueblo, dej¨¢ndome ver con el brazo en cabestrillo, cultivo secretamente ante los amigos y las ni?as una nostalgia de futuro con tal intensidad y fervor que, con el paso del tiempo -entonces no pod¨ªa ni siquiera sospecharlo- y cierta natural propensi¨®n al mito, se convertir¨ªa en la expresi¨®n de un vago sentimiento de desarraigo y soledad.
En mi ¨¢nimo so?ador de piloto derribado en combate, las extra?as palabras de la vieja Domitila me ten¨ªan intrigado
Alarmada, la abuela a?ade: ?Me est¨¢ diciendo que para entrar en esta escuela mi nieto tiene que cambiar de apellidos?
?Vaya una birria, abuela! ?No quiero llamarme Fanega Rico! ?Silencio!, ordena el se?or maestro. ?O tendremos que probar la palmeta?
Este insidioso ni?o piloto derribado entre dos familias, con los a?os acabar¨ªa aborreciendo cierta fastidiosa man¨ªa identitaria
Quince d¨ªas despu¨¦s, todav¨ªa con el brazo en cabestrillo, porque no consiento que nadie me lo quite, la abuela me lleva de la mano a la escuela del pueblo para inscribirme en el curso. Es al caer la tarde y noto los primeros fr¨ªos. Al cruzar la plaza nos topamos con una vieja chafardera que se para ante m¨ª, abriendo mucho los ojos.
?Ay, qu¨¦ ni?o m¨¢s guapo, Tecla! ?A qui¨¦n se parece?, dice con sonrisa meliflua. Y bajando la voz y de costado, para evitar que yo la oiga, a?ade: Porque a los Mars¨¦ no se parece, es natural, y tampoco a los Carb¨®, para nada. Vaya, que se nota que no es hijo de sus padres, no hay m¨¢s que verle... Quiero decir que es natural que no se parezca en nada al Pep y a la Berta, como es natural.
Y de inmediato la furiosa respuesta de la abuela:
?Vete a rascarte la patata, Domitila!
Me parec¨ªa asombroso y misterioso este nombre, Domitila. Dejando de lado el asunto de la patata, que parec¨ªa un misterio todav¨ªa m¨¢s insondable, lo compar¨¦ con el de la abuela y decid¨ª que Tecla era a¨²n m¨¢s asombroso y divertido. La abuela Tecla era una mujer robusta y decidida, de ojos chispeantes y con una sombra de bigote ralo y lacio, como de bandido mejicano, que al sonre¨ªr me fascinaba. Otras cosas ten¨ªa la abuela que reclamaban a menudo mi atenci¨®n, pero en aquel momento, en mi ¨¢nimo so?ador de piloto derribado en combate y de natural estupefacto, las extra?as palabras de la vieja Domitila me ten¨ªan intrigado. Antes de llegar a la escuela ya he formulado la pregunta:
?Qu¨¦ ha querido decir esta mujer, abuela? ?Por qu¨¦ dice que se nota que no soy hijo de mis padres?
?Porque la Domitila es una burra! No sabe lo que dice. T¨² ni caso.
Pero estaba escrito que ese d¨ªa ten¨ªa que ser el de la revelaci¨®n. Es un atardecer con sombras aceleradas que amenazan tormenta. No parece un buen d¨ªa para volar.
Bastante confuso por lo que acaba de decir la Domitila, pero perseverantemente tieso, con el brazo correcta y fervorosamente replegado sobre el pecho y la mente planeando entre nubes de plata y horizontes de esmeralda, el audaz aventurero del aire, camuflado aqu¨ª abajo de pulcro y repeinado ni?o de ciudad, es presentado al maestro de la escuela, el se?or Ezequiel. La escuela es grande y luminosa, y ahora est¨¢ vac¨ªa. El ni?o nunca hab¨ªa visto una pizarra tan larga. La estufa de le?a, los pupitres con manchas de tinta, la mesa del maestro sobre una tarima y, detr¨¢s, los retratos del Caudillo y del Fundador escoltando al Crucificado, al que le falta un pie. El olor a desinfectante raticida. La camisa azul del maestro y la ara?a roja bordada en el bolsillo. La abuela solicita el ingreso temporal del ni?o. S¨®lo para este invierno, sus padres est¨¢n pasando una mala racha en Barcelona, ma?ana h¨¢game usted el favor de sentarle con los dem¨¢s chicos, se?or Ezequiel, es solamente por los tres o cuatro meses que estar¨¢ a mi cuidado.
Claro, Tecla. Le he visto correteando por ah¨ª y me preguntaba cu¨¢ndo lo ibas a traer... Imagina el se?or maestro que el ni?o, con sus ocho a?os, ya estar¨¢ al corriente de su verdadero origen familiar y de su doble identidad, y por eso cae en la indiscreci¨®n al a?adir: Pero como todav¨ªa no ha sido adoptado legalmente, tendremos que inscribirlo con sus apellidos verdaderos... ?Chisssttt!, hace la abuela, y el se?or Ezequiel se muerde la lengua, aunque ya es demasiado tarde. Ambos intentan hacerse a un lado para que yo no oiga lo que dicen, pero no consiguen gran cosa. El se?or maestro tiene una boca fina, delicadas mand¨ªbulas de rumiante y una mirada inane. Alarmada ante lo que acaba de o¨ªr, la abuela a?ade: ?Me est¨¢ diciendo que para entrar en esta escuela mi nieto tiene que cambiar de apellidos?
No est¨¢ legalmente adoptado, ?verdad, Tecla? Lo sabes mejor que yo, susurra el se?or Ezequiel. Por la raz¨®n que sea, y es algo que a m¨ª no me incumbe, no se han hecho todav¨ªa los tr¨¢mites, as¨ª que, a efectos oficiales, el ni?o sigue llevando los apellidos de los otros padres, los biol¨®gicos, y con ellos debe ser inscrito...
?Chisssttt!
?Qu¨¦ es biol¨®gicos? ??Qu¨¦ quiere decir biol¨®gicos, abuela?!
?Chisssttt!, insiste ella, haci¨¦ndose m¨¢s a un lado junto con el maestro. Estamos hablando de los libros que vas a necesitar, cari?o.
Cierto, hablamos de la biog¨¦nesis, muchacho, arduas materias cuyo estudio no te corresponde a tu edad, ?entiendes?, improvisa en tono profesoral el se?or Ezequiel.
Yo soy piloto de caza, eso es lo que yo soy, me digo, y all¨¢ arriba nada me puede pasar, mientras oigo a la abuela hablando en susurros: Ver¨¢ usted, es que el tr¨¢mite de la adopci¨®n es muy caro y ahora la familia no puede afrontar ese gasto. ?Por qu¨¦ no hace la vista gorda por unos meses, se?or Ezequiel? ?Qui¨¦n se lo iba a reprochar? Y con esos amigos falangistas que tiene usted...
?Ay, Tecla, hoy en d¨ªa se necesitan amigos para todo! Me gustar¨ªa ayudarte, pero lo veo dif¨ªcil. Inscribir al ni?o significa violar la ley. Mujer, date cuenta, lo que tenemos aqu¨ª es, digamos, una anomal¨ªa consangu¨ªnea.
?Pero qu¨¦ cosas dice usted! ?Ni que fuera una enfermedad fea, o algo que va contra el r¨¦gimen!
Nada de eso, mujer. Pero los que mandan ahora llevan un control muy estricto, t¨² lo sabes. Adem¨¢s, ?de qui¨¦n es la culpa de esta situaci¨®n absurda? ?Por qu¨¦ sus padrastros, despu¨¦s de tanto tiempo en Barcelona, todav¨ªa no han adoptado oficialmente al chico? ?Qu¨¦ espera el Pep, tu hijo, el alegre matarratas?
??Qu¨¦ es padrastro, abuela?!
Porque el ni?o tiene ya unos ocho a?os, ?no?, insiste el se?or maestro.
S¨ª, pero tiene un entendimiento de quince, responde ella. As¨ª que ¨¢ndese con ojo.
El se?or Ezequiel se muestra preocupado. De vez en cuando coge aire sacando pecho y la ara?a roja se agiganta en su camisa y amenaza con el movimiento. Lleva sobre los hombros una gruesa bufanda de lana un tanto zarrapastrosa, pero viste con extrema pulcritud, se peina con fijapelo y fuma un cigarrillo de hebra muy delgado, curvo y apestoso. Con las preguntas apeloton¨¢ndose en su garganta, el intr¨¦pido aviador acomoda el brazo en cabestrillo a su costado, endereza la espalda y mira al conturbado maestro con los ojos como cuchillas, cabizbajo y ce?udo, tal que si lo fuera a embestir.
De manera que mientras no se formalice la adopci¨®n, a?ade el se?or Ezequiel, y en ese momento dedica al presunto nuevo alumno una sonrisa que exhibe dos dientes de plata y la intenci¨®n de despistarle, aqu¨ª en clase se le llamar¨¢, siento mucho tener que decirlo, Tecla, se le llamar¨¢ con sus patron¨ªmicos biol¨®gicos.
?No hace falta insultar a nadie, se?or Ezequiel!
Seguro que la abuela ha escuchado lo de patron¨ªmicos por vez primera en su vida. A ver si me entiendes, mujer, aclara el se?or maestro. Hablo de cumplir un simple tr¨¢mite burocr¨¢tico. Hay en este asunto una clara alteraci¨®n paterno filial, una digamos renuncia o dejaci¨®n identitaria.
?Ya est¨¢ bien, cuidado con lo que dice!
El se?or Ezequiel ensaya una sonrisa de complicidad conmigo.
Vaya palabrejas que usamos los que nos dedicamos a la ense?anza, ?verdad, chico? Je je. Bueno, ya has o¨ªdo a tu abuela, jugamos a decir mentiras.
Usted me quiere confundir, dice la abuela. Pues sepa una cosa. En su colegio de Barcelona, que se llama Colegio del Divino Maestro, nada menos, f¨ªjese bien, el ni?o no ha tenido ning¨²n problema con los apellidos.
Humm. Me extra?a. Con franqueza, Tecla, esto que acabas de decir s¨ª que me parece una mentira.
La abuela resopla. Luego reflexiona y suaviza el tono:
?Y en clase no podr¨ªa usted llamarle por el nombre de pila solamente, sin los apellidos?
Pero debo pasar lista, y se pasa lista llamando a los alumnos con su cognombre o patron¨ªmico, dice el maestro, y enseguida baja la voz: Uso estas palabras de enciclopedia, Tecla, para que ¨¦l no entienda. En fin, no insistas, mujer, no se puede hacer nada. Tiene que ser como yo digo.
?Y qu¨¦ dir¨¢n los chicos al o¨ªrlo? Todos le conocen, les extra?ar¨¢ mucho, le preguntar¨¢n, querr¨¢n saber por qu¨¦ ahora se llama de otra manera. ?Y ¨¦l que dir¨¢? Se burlar¨¢n de ¨¦l.
En clase, no. Yo me encargo. Veamos, los apellidos verdaderos, si no estoy mal informado, son Fonseca Rato...
?Chisssttt! Fanega Rico, corrige ella, y se queda pensando: Bueno, eso creo.
?Vaya una birria de apellidos, abuela! ?No quiero llamarme Fanega Rico!
?Silencio!, ordena el se?or maestro. ?O tendremos que probar la palmeta?
La abuela cree que voy a ponerme a llorar y me coge la cabeza con sus ¨¢speras manos que huelen a hierba para los conejos, mientras yo insisto:
?No quiero llamarme Fanega Rico! ?Quiero llamarme Pete Rice!
No digas tonter¨ªas, hijo. Nadie se llama as¨ª.
Lo habr¨¢ sacado de un tebeo, o de una pel¨ªcula, dice el se?or maestro. Aunque, bien pensado... ?De verdad te gustar¨ªa llevar ese nombre, u otro parecido? Como si fuera un apodo, digamos.
Claro, dice la abuela anim¨¢ndose con la idea, ser¨ªa tu apodo. Y cuando el se?or maestro pase lista y diga ?Pete!, t¨² te levantas del pupitre y dices ?presente!
?No lo har¨¦! ?No me da la gana! ?Vaya un juego de mierda, abuela!
Perdona, Tecla, dice el se?or Ezequiel, perdona pero no es as¨ª. Aqu¨ª hacemos como en la mili. El alumno no tiene que contestar ?presente!, tiene que contestar el segundo apellido. Yo le nombro: ?Pete!, y ¨¦l responde ?Rice! Bueno, qu¨¦ m¨¢s da, dice la abuela. De todos modos, jurar¨ªa que los apellidos de verdad son Faneca Roca.
?Tampoco me gustan, abuela! ?Ni Faneca ni Roca me gustan!
A saber de d¨®nde proviene el primer apellido, opina el se?or Ezequiel, no parece catal¨¢n ni castellano. El segundo s¨ª. Mira, quiz¨¢ no es mala idea, quiz¨¢ bastar¨ªa un mote que se le parezca, un sobrenombre... O sea, digamos que al ni?o se le conoce por ese sobrenombre. ?Qu¨¦ pasar¨ªa si le llamamos Pe?¨®n en lugar de Roca? S¨ª, todos le dicen el Pe?¨®n, hasta al pasar lista. S¨ª, podr¨ªamos intentarlo...
?Pe?¨®n?, gru?e la abuela, recelando.
Pero el se?or maestro se desdice enseguida, un poco amedrentado. No, m¨¢s vale que no, Tecla. Alguien podr¨ªa tomarlo por una burla, ?entiendes?, ahora que estamos reivindicando la Roca con el pu?al ingl¨¦s clavado alevosamente...
?D¨¦jese de pu?ales y de pu?etas, se?or Ezequiel!, corta muy enfadada ahora la abuela. ?Usted no quiere ayudarnos, y ya est¨¢! ?Usted no quiere que mi nieto aprenda a leer y a escribir! ?Y este ni?o perder¨¢ un curso por su culpa! ?Pues que le aproveche!
Y resoplando, la abuela coge mi mano y da media vuelta. De regreso a casa, no contesta a ninguna de mis preguntas.
Despu¨¦s, sentada frente al hogar, en la cocina, reflexiona y acaba claudicando. El ni?o debe ir a la escuela como sea y con los apellidos o los motes que sean, reales o adoptivos, de tebeo o de pel¨ªcula, o inventados los dos, qu¨¦ m¨¢s da. La abuela intuye que la identidad puede ser una fantasmada, una deriva imprevista o consentida hacia un camelo, y ese predominio o llamada de la sangre de la que tanto ha o¨ªdo hablar y discutir, antes y despu¨¦s de la guerra, otro camelo. Ella no pod¨ªa saberlo entonces, pero este insidioso ni?o piloto derribado entre dos familias, ocasionalmente feliz con su brazo en cabestrillo y con su brillante historial imaginario, con los a?os acabar¨ªa aborreciendo cierta fastidiosa man¨ªa identitaria.
Me gusta pensar que fue por todo eso, y porque me admitieran cuanto antes en la escuela aunque fuera cargando con los otros apellidos, que finalmente ese d¨ªa la abuela me habl¨® con estas palabras:
Tengo que decirte algo, cari?o, creo que ya es tiempo. De todos modos tu madre y tu padre tambi¨¦n piensan dec¨ªrtelo un d¨ªa u otro. Si¨¦ntate a mi lado, aqu¨ª, cerca del fuego, vamos a tostar unas rebanadas de pan con ajo y aceite de oliva, que tanto te gustan... T¨² eres un ni?o afortunado, ?sabes? ?Resulta que tienes cuatro padres! Cuando eras muy chiquito, reci¨¦n nacido, ten¨ªas otros padres, se llamaban Rosa y Domingo, y ella muri¨® al nacer t¨²... Pincha el pan con esa horquilla y ac¨¦rcalo al fuego, eso es, muy bien. S¨ª, t¨² eres un ni?o muy afortunado, un ni?o que vino al mundo con mucha chiripa, porque adem¨¢s de dos madres y dos padres tienes ocho abuelos y qui¨¦n sabe cu¨¢ntos hermanos y cu¨¢ntos primos y primas. ?A que nunca hab¨ªas pensado en eso? Pocos ni?os pueden presumir de tan numerosa parentela. Y nada debes temer en la escuela, no eres ning¨²n bicho raro, as¨ª que al¨¦grate de tu buena suerte y cuidado con esa tostada, que se te est¨¢ quemando... Alg¨²n d¨ªa te contar¨¦ c¨®mo fuiste a parar de unos padres a otros, ocurri¨® hace mucho tiempo, antes de la guerra, es una historia que parece una novela y en ella hay un taxi, un se?or que lo conduce y un matrimonio muy triste que ha cogido ese taxi al salir de la cl¨ªnica donde la mujer ha dado a luz un beb¨¦ muerto. La abuela te lo contar¨¢ con detalle alg¨²n d¨ªa. ?O quieres que te lo cuente ahora?
El piloto inicia la dif¨ªcil maniobra de aterrizaje:
Enseguida, abuela. Pero ahora, lo que quiero es la tostada con ajo y aceite.
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