El arte como espejo extra?o
Uno se pregunta sin remedio qu¨¦ ser¨ªa entre nosotros de un poeta como John Ashbery (Rochester, Nueva York, 1927) si no viniera avalado por el poder cultural estadounidense y todas las secuelas de valoraciones institucionales que ese poder acarrea: cr¨ªtica influyente, canonizaci¨®n universitaria, premios de post¨ªn, etc¨¦tera. Y tambi¨¦n uno se pregunta sin remedio por qu¨¦ razones unos poetas alcanzan esa notoriedad y ese relieve y otros no. ?Por qu¨¦ Ashbery va a tener m¨¢s cach¨¦ que poetas de su misma ¨¦poca como Mark Strand o Charles Wright -ambos publicados en Espa?a por Pre-Textos- si estos ¨²ltimos son infinitamente m¨¢s atractivos e interesantes? Algunos se hacen con un puesto y viven de esa renta para siempre. Es el caso de Ashbery aunque tambi¨¦n es verdad que se trata de una figura controvertida, venerado por unos y claramente vilipendiado por otros. Esa trinchera se da tambi¨¦n entre nosotros: unos se ponen a su vera para escribir posmodernidades m¨¢s o menos pretenciosas e insulsas y otros nos situamos a una distancia kilom¨¦trica que apenas consigue disimular desd¨¦n cuando no simple indiferencia.
AUTORRETRATO EN ESPEJO CONVEXO
John Ashbery
Pr¨®logo y traducci¨®n de Juli¨¢n Jim¨¦nez Heffernan
DVD. Barcelona, 2006
252 p¨¢ginas. 13,25 euros
SECRETOS CHINOS
John Ashbery
Edici¨®n de D¨¢maso L¨®pez
Visor. Madrid. 2006
281 p¨¢ginas. 12 euros
Pero, al menos para quien esto escribe, hay un problema. Ashbery escribi¨®, cuando se acercaba a la cincuentena, un largo poema -Autorretrato en espejo convexo- que fue y es sin duda un extraordinario poema. No podemos imaginarnos de qu¨¦ f¨¢brica sali¨® semejante pieza porque -que sepamos- su autor no ha incurrido ni de lejos en nada semejante en los muchos libros que ha publicado desde entonces (1975). En el mismo libro de t¨ªtulo hom¨®nimo que ahora se traduce ya se da esa contradicci¨®n interna. Por un lado, los t¨ªpicos poemas de Ashbery basados en la dislocaci¨®n del sentido, en las an¨¦cdotas fracturadas, en la ausencia de cualquier clase de desarrollo m¨¢s o menos unitario. S¨ª, de vez en cuando, un ramalazo descriptivo muy atractivo, una impresi¨®n sujetada casi a rega?adientes, un p¨¢lpito de unidad abandonada enseguida e, incluso, un atisbo de reflexi¨®n intrigante y llamativa que denota una buena cabeza pensante. Pero, en total, predomina la sensaci¨®n de caos controlado y el ejercicio posmoderno de asimilar con cautela y distancia e iron¨ªa algunas de las claves de las roturas vanguardistas o, para ser m¨¢s exactos, modernistas, tal como usan este t¨¦rmino los angloamericanos (en un sentido m¨¢s amplio que el que denota en castellano vanguardismo).
De hecho, a Ashbery se le ve
el plumero a distancia de las influencias de Eliot y Stevens y de cierta clase de irracionalismo puesto al d¨ªa. De Eliot toma la idea de la fractura tem¨¢tica entreverada de an¨¦cdotas realistas y de reflexiones punzantes, adem¨¢s del regodeo en las citas disueltas en el discurso como si tal cosa (eruditos, a cazar esas liebres
...). De Stevens, la abstracci¨®n pensante pero sin la sensualidad arrobada que define su m¨¢s grande poes¨ªa -?ay, Wordsworth y Keats y hasta Shelley, qu¨¦ le vamos a hacer!-, y del surrealismo, la idea de la incoherencia sistem¨¢tica, apuntalada por ocasionales irracionalismos absolutos, propios de la viej¨ªsima idea de la escritura autom¨¢tica. Y lo m¨¢s curioso del caso es que este sistema po¨¦tico se mantiene intacto tanto en aquel libro del a?o 1975 como en este Secretos chinos, del cercano 2002. Pr¨¢cticamente ninguna distancia entre los dos o quiz¨¢ m¨¢s maestr¨ªa en el manejo de los mismos mecanismos expresivos en Secretos chinos, adem¨¢s de la p¨¦rdida casi absoluta de las bellas captaciones descriptivas de las estaciones del a?o que le han debido parecer a Ashbery con el tiempo banales concesiones al esp¨ªritu figurativo, siempre conservador (parece decir). Y al mismo tiempo la misma desaz¨®n lectora, la misma irritaci¨®n, la misma sensaci¨®n constante de coitus interruptus: cuando parece que viene lo mejor -ese pensamiento que asoma y anuncia dianas certeras sobre lo que somos o dejamos de ser-, zas, a otra cosa, mariposa, vuelta a la normalidad insustancial, a la fractura narrativa, al anecdotario sin pies ni cabeza, a cierta sensaci¨®n irreprimible de pedanter¨ªa hiperculta que mira de reojo a los collages m¨¢s sofisticados y esnobs (?oh, oh, oh...!).
Pero, volviendo al comienzo
de este comentario, s¨ª que hay una diferencia entre los dos libros, adem¨¢s de la que marcan los respectivos editores en sus pr¨®logos -D¨¢maso L¨®pez, comedido y certero; Heffernan, posmoderno y volatinero-; y esa diferencia la marca la existencia del citado gran poema Autorretrato en espejo convexo, cima de la poes¨ªa de herencia posrom¨¢ntica, alianza perfecta de la celebraci¨®n contenida y la reflexi¨®n austera, una invitaci¨®n a acercarse tanto al misterio del arte como al de la vida, los dos entrelazados inextricablemente, con soberbios m¨¢rgenes de roce e interacci¨®n entre los dos ¨¢mbitos, el del cuadro que no deja de ejercer fascinaci¨®n sobre quien habla en el poema y el de la vida diaria que se inmiscuye maravillosamente bien en ese ¨¢mbito de artificialidades perfectas que, sin embargo, no pueden ser una residencia definitiva para nadie (nada, ni siquiera el arte, es definitivo). "?ste pudo haber sido nuestro para¨ªso: un refugio / ex¨®tico en un mundo agotado...
". As¨ª, m¨¢s o menos, hemos vivido muchos la realidad del arte en un mundo que nos pod¨ªa parecer agotado, exhausto o, sencillamente, inh¨®spito y hostil. La conformidad lectora produce la felicidad art¨ªstica. He aqu¨ª un poema logrado. Pero el resto de la poes¨ªa de Ashbery
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