Pek¨ªn destruye su pasado
Un tsunami. Un bombardeo indiscriminado. Un terremoto apocal¨ªptico. ?En absoluto! Algo mucho m¨¢s prosaico: los Juegos Ol¨ªmpicos de Pek¨ªn 2008. Desde que las autoridades chinas lograron su deseo de organizar la ansiada competici¨®n, se fijaron como objetivo deslumbrar al mundo con los mejores juegos de la historia. Ser¨ªa el momento de colocar a China en el lugar que merece en la escena internacional, y de convencer a todo el planeta de que el Imperio del Centro ha entrado en la modernidad.
Si para ello hace falta arramblar con el pasado, destruir barrios enteros -que en cualquier pa¨ªs de Occidente ser¨ªan protegidos con mimo- o expulsar a los viejos pequineses (lao beijingren) del centro para dejar paso a los proyectos inmobiliarios y comerciales, se hace.
Eso es lo que est¨¢ ocurriendo, a un ritmo que se ha acelerado en los ¨²ltimos meses. Qianmen, barrio de cantantes de ¨®pera y acad¨¦micos durante la dinast¨ªa Qing (1644-1911), situado al sur de la plaza Tiananmen, ha ca¨ªdo bajo la piqueta. Como han ca¨ªdo otras zonas -como Dongcheng o Chongwen- sin derecho a protesta por parte de sus habitantes.
Los callejones de Qianmen -hogar de comerciantes, inmigrantes y mercados callejeros- parecen el escenario de un conflicto b¨¦lico: muros derruidos, escombros, y antiguos campesinos hurgando entre las ruinas en busca de vigas de madera, hierros retorcidos y todo aquello que puedan vender por unos yuanes. En su lugar, aparecer¨¢n tiendas y restaurantes, y, seg¨²n aseguran los expulsados, residencias de lujo. Las autoridades no lo han aclarado. Los funcionarios del Partido Comunista Chino trabajan a menudo en connivencia con los promotores de las jugosas operaciones inmobiliarias, alimentando la ola de corrupci¨®n que recorre el pa¨ªs y que oblig¨® al Gobierno a destituir en junio a Liu Zhihua, vicealcalde de Pek¨ªn. Entre sus responsabilidades estaban las obras de los juegos ol¨ªmpicos.
Algunos de los hutong (callejuelas flanqueadas por casas de una planta organizadas alrededor de un patio, denominadas siheyuan) tienen cientos de a?os, y est¨¢n siendo demolidos inexorablemente. Seg¨²n los expertos, la prioridad otorgada al desarrollo econ¨®mico y el monopolio del Estado sobre el suelo han conducido a esta situaci¨®n.
A pesar de que Pek¨ªn aprob¨® en 2002 un plan de protecci¨®n de 25 distritos hist¨®ricos, la polic¨ªa ha continuado expulsando a los residentes, bajo pretexto de que las casas est¨¢n en estado de semirruina. Quienes se resisten han recibido en ocasiones la visita de bandas de matones, que les acosan en medio de la noche, apedrean sus cristales o sueltan escorpiones en sus jardines. Al final, acaban mud¨¢ndose al extrarradio, el ¨²nico lugar donde pueden vivir con las indemnizaciones que reciben.
Pek¨ªn est¨¢ sufriendo la mayor ola de destrucci¨®n desde la Revoluci¨®n Cultural de Mao (1966-1976), cuando los templos fueron saqueados, los libros quemados y los intelectuales perseguidos. Las autoridades quieren ofrecer, como explica una artista china, la imagen de "una ciudad limpia" y "no perder la cara", el dogma principal chino. "Quieren una ciudad nueva, pero ellos siguen siendo los mismos", dice.
A esta carrera se suma el af¨¢n por ampliar calles que no fueron concebidas para el tr¨¢fico rodado. El objetivo: meter m¨¢s coches en el coraz¨®n de la ciudad. Da igual que, cuando se conviertan en avenidas, vuelvan a estar colapsadas. El autom¨®vil es ahora el rey en China.
Los intelectuales no pueden hacer nada. Algunos han dirigido cartas de queja al presidente, Hu Jintao. Otros peinan el centro, con la c¨¢mara de fotos al cuello, para registrar el pasado. Fotos que quiz¨¢s acaben siendo parte de libros, como los que los turistas compran en busca del Pek¨ªn que desaparece.
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