Bebidas para todos los p¨²blicos
Llega un momento en la vida de todo padre de familia de clase media europea en el que sus hijos le exigen viajar a Eurodisney. Imposible negarse: la presi¨®n del entorno es absoluta. El proyecto promete un horizonte sin alcohol, cargado de buenas e infantiles intenciones que no desentonen con este pa¨ªs creado a imagen y semejanza de los dibujos animados Disney (y en el que incluso los grifos de las ba?eras reproducen elefantes e hipop¨®tamos voladores, lo cual equipara el viaje a un subid¨®n de mescalina). Debo tranquilizar a los padres que est¨¦n a punto de pasar por este trance y decirles que en Eurodisney se puede beber algo m¨¢s que fanta y que sus hoteles cuentan con unos bares y camareros competentes a la hora de despachar alcoholes de distinta graduaci¨®n. Si tienen la suerte de alojarse en el hotel principal, alucinante construcci¨®n de color rosa, podr¨¢n visitar una elegante cocteler¨ªa de madera noble, moqueta oscura e iluminaci¨®n tenue.
C¨®ctel del d¨ªa: Mango Bellini
Zumo de mango, champ¨¢n fr¨ªo y una rodaja de mango. Llenar una tercera parte de una copa de champ¨¢n con el zumo, a?adir el champ¨¢n, remover ligeramente y decorar con la rodaja. ?Salud! (?Salud! en castellano).
Hace unos a?os, cuando Figo tuvo a bien abandonar el Bar?a y fichar por el Real Madrid, recuerdo haber tenido una animada conversaci¨®n sobre la ley Bossman y el juego de extremos con un camarero admirador de Robert Pires. Hoy, Pires trabaja en Villarreal, Figo finge trabajar en Italia y no hay noticias de que Disney tenga previsto retomar sus actividades profesionales, por lo menos en el mundo de los vivos.
El c¨®ctel que me prepar¨® aquel camarero, inducido por un padre belga con quien compart¨ª barra, era un mickey mouse, la bebida id¨®nea para semejante santuario. Oficialmente, el mickey mouse lleva coca-cola, cubitos de hielo, una bola de helado de vainilla, nata montada y dos guindas. Digo oficialmente, porque el camarero propuso incorporar un generoso chorro de ron. La tentaci¨®n era fuerte pero, por coherencia ambiental, tanto el belga como yo nos negamos y nos tomamos la dulzona mezcla con la ya inevitable raci¨®n de cacahuetes. Y a eso iba: quisiera protestar p¨²blicamente por la tendencia de las cocteler¨ªas a ofrecer cacahuetes o quicos como estrategia para multiplicar la sed del cliente (con las consabidas excepciones de los que, como el Ideal o el Dry Martini de Barcelona, ampl¨ªan su oferta con un sentido com¨²n que les honra). Por supuesto que todo esto ocurri¨® cuando mis hijos ya se hab¨ªan acostado tras una dura jornada en la que casi tuve que pedir un cr¨¦dito para financiar sus incesantes peticiones (ech¨¦ de menos un Banco Disney y unos cr¨¦ditos T¨ªo Gilito). Beb¨ª, pues, para olvidar, pero el c¨®ctel sin alcohol no da?¨® el disco duro. La prueba es que desde entonces, siempre que veo alguna reproducci¨®n de Mickey Mouse, me acuerdo del c¨®ctel, de los cacahuetes, de Figo y de la factura de la tarjeta VISA. No siempre por este orden.
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