El ladr¨®n de gallinas
Me aburre hablar del pasado. Desde hoy mismo me he jurado no volver a hacerlo. No me interesa el pasado y, al contrario de lo que pueda parecer por el contenido de alguno de mis libros, la familia me interesa a¨²n menos. En mi vida no he hecho otra cosa que huir de las familias. En sentido extenso, familia tambi¨¦n puede aplicarse a un nudo de amigos, afines, conocidos, y tambi¨¦n a grupos de inter¨¦s; de todo eso que se construye con una mara?a de afectos y subordinaciones no he hecho m¨¢s que huir. Puede que lo que entrego en la literatura sea una especie de compensaci¨®n de lo que no puedo dar en la vida real. Y dicho esto, ah¨ª est¨¢ la foto, un poco borrosa, pero en mi mente el recuerdo permanece tan v¨ªvido como si todo hubiera ocurrido ayer. Yo era una ni?a de cuatro o cinco a?os. Estoy escondida detr¨¢s de un tonel, agarrada a las faldas de mi madre. Soy esa cabeza de pelo corto que da la espalda a la escena mientras mi madre, desde la esquina de la foto, observa a los tres hombres y se r¨ªe. A m¨ª me aburri¨® el espect¨¢culo, permanec¨ª ausente, no quer¨ªa mirar: mi padre disfrazado con un tricornio de guardia civil, mi abuelo que hac¨ªa el papel de ladr¨®n de gallinas y Rozas, un amigo de mi padre que jugaba a ser el due?o agraviado, dispuesto a partirle el cr¨¢neo al ladr¨®n. Aquella escena la inmortalizar¨ªa Xuxa, el fot¨®grafo de Marz¨¢n. Fue la primera representaci¨®n teatral a la que asist¨ª, una especie de improvisaci¨®n despu¨¦s de una comida familiar. Pero a m¨ª aquello no me gust¨® un pelo. Verlos vestirse para la comedia me inquiet¨®, y Xuxa no me hac¨ªa ni pizca de gracia, disparando sus fotos delante de mi casa para que no hubiera lugar a dudas de que aquello estaba sucediendo en realidad. Ya no habr¨ªa manera de borrarlo, y la prueba est¨¢ ah¨ª.
Todo se transform¨® de pronto. Pasamos de ser una gente normal sentada a la mesa, celebrando la fiesta de San Lorenzo, para convertirnos en actores y espectadores, en polic¨ªas y ladrones. El malo era el ladr¨®n de gallinas (mi abuelo), pero a m¨ª me parec¨ªa el m¨¢s bueno de todos, d¨¢ndole explicaciones al guardia del hambre que pasaban en su casa y de los hijos que ten¨ªa que mantener. Que hab¨ªa robado por necesidad, dec¨ªa mi pobre abuelo. Rozas hac¨ªa de bueno, levantaba un hacha dispuesto a cobrarse venganza y pronunciaba unas frases espantosas contra mi pobre abuelo: "Ve a trabajar, vago". La gallina robada iba dentro del cesto, mi padre vestido de guardia escuchaba las razones y extend¨ªa una multa. Pobre abuelo m¨ªo, y adem¨¢s no era verdad, mi abuelo era un buen hombre, bastante taca?o eso s¨ª, pero yo no entend¨ªa por qu¨¦ ten¨ªa que robar. No pod¨ªa ser que mi padre no saliera en su defensa. Estaban todos invitados en nuestra casa y ahora todo acababa fatal, el que era bueno se convert¨ªa en malo, el que era malo hac¨ªa de bueno, y mi padre de guardia civil.
Al final de la comedia ped¨ª explicaciones, pero ninguna me convenci¨®. "Es de mentira, no llores". Supe esa tarde que a las personas les gustaba transformarse en otras, fingir, y que ese juego les divert¨ªa. Pero ellos no eran ni?os, ?nunca se deja de ser ni?o? Eso fue lo que pens¨¦. ?Nunca voy a salir de aqu¨ª?
La verdad es que me hubiera gustado parar todo aquello, pero la gente de las casas vecinas se arremolinaba a ver la representaci¨®n y no tuve m¨¢s remedio que callarme. La idea fue de mi padre. Siempre llev¨® dentro un actor. Y lo que m¨¢s me angustiaba era pensar que mi padre no estaba del todo contento con su vida, que hubiera preferido ser guardia civil, o juez, o Dios. No era mi padre as¨ª, nunca dec¨ªa lo que se tiene que hacer o lo que se debe de hacer. La suya siempre fue una autoridad sonriente, silenciosa. Me doli¨® verle disfrazado, ir perdiendo poco a poco los atributos de padre para convertirse en el padre sabe dios de qui¨¦n. Y all¨ª estaba, aut¨®nomo, despojado de toda relaci¨®n. No era ¨¦l, era otro. Y esto, lejos de fascinarme, me horroriz¨®. Y a¨²n me desconsol¨® m¨¢s que mi madre lo aceptara. La sensaci¨®n de juego, de provisionalidad, me invadi¨®. Los que ¨¦ramos pod¨ªamos ser de repente otros, mudarnos en personajes extra?os que nada ten¨ªan que ver con los que ¨¦ramos en realidad. Y luego estaba Rozas, al que empec¨¦ a temer cuando todo termin¨®, porque me di cuenta de que ya nunca podr¨ªa mirarle a la cara a aquel hombre que se hab¨ªa atrevido a levantar un hacha contra mi abuelo. Por mucho que aquello fuera una broma, el hacha era de verdad, un hacha que cuando la cog¨ªas pesaba un quintal, la misma con la que mi padre cortaba le?a en la era. La gente se re¨ªa y a m¨ª me parecieron todos idiotas, gente a la que yo m¨¢s o menos quer¨ªa. Menuda me esperaba al d¨ªa siguiente, pens¨¦, c¨®mo iba yo a reconducir mis relaciones con toda aquella gente, despu¨¦s de semejante bochorno. Mala cosa, pens¨¦. Y pens¨¦ adem¨¢s que aquel juego encerraba un peligro que no se pod¨ªa prever, pens¨¦ eso, y sent¨ª miedo. Si aquel hacha por alguna raz¨®n ca¨ªa sobre la cabeza de mi abuelo, nadie podr¨ªa decir fue una broma, es una broma. D¨®nde acaba la risa y d¨®nde empieza lo serio, eso era lo que yo quer¨ªa saber.
Al final de la escenificaci¨®n mi padre fue el m¨¢s aplaudido, y ¨¦l atend¨ªa a la concurrencia, que le increpaba: "No lo multes, pobre ladr¨®n" o "m¨²ltalo, m¨¢ndalo a la c¨¢rcel, es un desgraciado". Al final mult¨® a mi abuelo, con una multa razonable, pero a m¨ª no me gust¨® nada la resoluci¨®n del conflicto. ?Qui¨¦n era el bueno all¨ª? ?Era mejor Rozas acaso? Estaba claro que no.
El ¨²nico personaje con el que me identifiqu¨¦ fue la gallina, por la que sufr¨ª desde que la metieron en el cesto, una gallina desconcertada que a¨²n entend¨ªa menos que yo, y que hac¨ªa apenas un segundo corr¨ªa libre por la era. Ahora estaba entre rejas, mientras el p¨²blico se divert¨ªa y los actores cumpl¨ªan con su papel. Cuando todo termin¨® le abrieron la tapa y sali¨® del cesto despavorida. Mi madre la cogi¨® y la meti¨® de nuevo en el corral. Me fui con ella a echarle de comer y all¨ª me qued¨¦ un buen rato.
La mir¨¦ tiernamente, como a una amiga. Pero aquella gallina no nos dio las gracias por liberarla ni se dej¨® acariciar. Aquella gallina no ten¨ªa padre ni madre ni hijos ni amigas, s¨®lo quer¨ªa que la dejaran tranquila.
Toda esa semana la pas¨¦ observ¨¢ndola. A ella y a sus cong¨¦neres. Fue una semana dura e infantil. De aqu¨ª no se sale, eso fue lo que sent¨ª. De aqu¨ª no se sale nunca, ni aunque te mueras, ni aunque te corten el cuello, ni aunque crezcas. Yo que jugaba para crecer me vi de pronto encerrada en un mundo del que no hab¨ªa modo de salir, un mundo de ni?os grandes que jugaban una y otra vez para desmontar la realidad. La infancia, que yo llevaba con cierta inconsciencia y ligereza, felizmente olvidada de mi condici¨®n de ni?a, se volvi¨® de pronto una losa pesada, no me la iba a sacudir jam¨¢s. Era una condena.
Durante los d¨ªas siguientes me dediqu¨¦ a observar los movimientos de las gallinas y proyect¨¦ un afecto sobre ellas que nunca se vio recompensado. La gallina liberada no se mostr¨® muy agradecida, parec¨ªa que a cada paso borrara el anterior, sus movimientos no eran los de un animal que huye y se esconde, eran de otra ¨ªndole. Iba de aqu¨ª para all¨¢ y no hab¨ªa nada que pudiera darle una explicaci¨®n a su vida, ni siquiera la comida, a la que a veces se acercaba para picotearla un poco y volverla a escupir; ni siquiera era f¨¢cil identificarla entre las dem¨¢s gallinas y ponerle un nombre, cuando cre¨ªas que estaba en un lugar ya estaba en otro, y sus pasos eran siempre indecisos, titubeantes, tendentes a la invisibilidad y la desaparici¨®n.
Qu¨¦ mundo leve y misterioso el del corral. Aquel corral era mucho m¨¢s grande y luminoso que nuestra propia casa. Lo llam¨¢bamos el curral¨®n, y era una construcci¨®n espectacular, una especie de galp¨®n abandonado con el techo roto por donde entraban los rayos del sol. Las gallinas revoloteando como cometas en su enorme y solitario palacio eran un espect¨¢culo mucho m¨¢s ameno, complejo y divertido que el sencillo teatro del guardia y el ladr¨®n. Las gallinas no me dieron ninguna respuesta a todo aquel absurdo, pero su inescrutabilidad me fascin¨®, y me di cuenta de que ellas s¨ª eran de fiar, ellas que no se fiaban de nadie ni pon¨ªan su amor en ninguna parte, sin amigos, sin familiares. Pod¨ªas encerrarlas en un cesto, pod¨ªas cortarles el cuello, tampoco se resist¨ªan demasiado, pero no hab¨ªa forma de domesticarlas ni de ense?arles las reglas del juego. No mord¨ªan, no ara?aban, s¨®lo eran aves que en alg¨²n momento y por alguna extra?a raz¨®n hab¨ªan dejado de volar. Se hab¨ªan ca¨ªdo del cielo. Asum¨ªan su destino terrestre y se las apa?aban como pod¨ªan, eso quiero ser, pens¨¦, gallina. Y en su mundo opaco e irreductible no me parec¨ªan del todo impotentes. Eran bastante orgullosas, viv¨ªan desconfiadas pero seguras de s¨ª, parec¨ªan asustadas pero en el fondo no les importaba demasiado lo que les deparara el ma?ana. Me pareci¨® que de ning¨²n modo ellas fing¨ªan. Ellas no jugaban. Puede que eso sea la imbecilidad.
Luisa Castro
Nacida en Foz (Lugo), en 1966, esta avezada y precoz escritora (gan¨® su primer concurso literario a los 12 a?os) es femenina en el hacer y en el escribir. Sus textos, plagados de un autobiografismo que ella desmiente, desprenden poes¨ªa a versos llenos. Y de poes¨ªa es su ¨²ltimo libro, 'Amor mi se?or'. (Tusquets, 2005). En esta historia familiar, Luisa recuerda su primera obra de teatro. Una especie de juego entre padre y abuelo que no le hace ni pizca de gracia. Y ella, ni?a, ajena a todo, s¨®lo consigue identificarse con una pobre gallina asustada que se esconde sin saber de qu¨¦ va eso del teatro.
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