?C¨®mo las gasta Marta Dom¨ªnguez!
La palentina se impone a lo grande y conserva su t¨ªtulo de campeona de Europa de 5.000 metros
Se las da Jos¨¦ Mar¨ªa Odriozola, presidente de la federaci¨®n, de conocer como nadie los manejos sangu¨ªneos del atletismo ruso -que triplica al resto en la tabla de finalistas del Europeo-, se exalta denunciando en todos los foros la existencia en Europa de un atletismo de dos velocidades, del dopaje del este, de los milagros sovi¨¦ticos, se inflama y se desespera ante lo que ve como injusticias, se las da de entendido, cabeza llena de n¨²meros, estad¨ªsticas y nombres, referencias de aficionado al atletismo, cuando, en realidad, lo que conoce de verdad el presidente es la psicolog¨ªa de los atletas espa?oles, lo que mejor maneja y fortalece es su voluntad, lo que le pone de verdad, lo que le emociona, lo que transciende es la haza?a de sus chicos. De sus chicas. De Marta Dom¨ªnguez.
Reci¨¦n aterrizada en Gotemburgo, cuando a¨²n hac¨ªa calor, o sea, hace ocho d¨ªas, Dom¨ªnguez, de 30 a?os, era la sombra de s¨ª misma, de la atleta combativa, decidida, peleona e inquebrantable que no dudaba ante ning¨²n desaf¨ªo. Dom¨ªnguez habl¨® antes de su final de los 10.000 metros y se expres¨® con timidez, una atleta con miedo. "Corro los 10.000 porque as¨ª nadie me puede exigir", dijo. Palabras impensables en la boca de la deportista que hace no tanto peleaba de igual a igual con et¨ªopes, con kenianas, con las mejores. Termin¨® s¨¦ptima la carrera del 10.000. Cansada y machacada. "El s¨¦ptimo me supo a poco", pensaba. "No he podido ni luchar por el podio". Y ya se dispon¨ªa a hacer la maleta cuando la cogi¨® por banda Odriozola. "Piensa Marta, piensa. No puedes perder esta oportunidad", contaba la palentina que le dijo su presidente. "Conv¨¦ncete de que puedes ganar el oro en el 5.000. Y me puse a estudiar las rivales con ¨¦l y me convenci¨®. Me autoconvenc¨ª. Me di cuenta de que todo el mundo, mi gente, me dec¨ªa que me iba mejor el 5.000 y que yo me negaba a escucharlos. As¨ª que le debo a Odriozola la victoria. La medalla es suya. O por lo menos la mitad. ?l ha puesto la cabeza y yo las piernas".
Dom¨ªnguez, castellana, sobria, es generosa. Da siempre. Un atleta es, en efecto, cabeza y piernas. Pero tambi¨¦n es coraz¨®n. Y el coraz¨®n de Marta Dom¨ªnguez ayer en la pista, un ayer triste y nublado, viento, fr¨ªo, hojas flotando en el aire, ese coraz¨®n s¨®lo era suyo. Y ese coraz¨®n combativo, recuperado al mismo tiempo que las piernas -milagro de las ba?eras llenas de hielo, milagro de las manos de sus masajistas- y que la cabeza, perdida, ese coraz¨®n es el que siempre hizo grande a Marta Dom¨ªnguez, la chica de la meseta. El mismo esp¨ªritu que hizo temblar a sus rivales, su instinto asesino, el cuchillo entre los dientes corriendo a ritmo de 2.56m el kil¨®metro, la imagen que hace exclamar a sus admiradores: ?c¨®mo las gasta Marta!
"Y vale que el presidente me dijera que pod¨ªa, pero yo ten¨ªa dudas. Pensaba que eran muy fuertes", dijo Dom¨ªnguez. "Sal¨ª sin ansiedad ni presi¨®n, pero con miedo. Y, afortunadamente, hicieron la carrera que mejor me conven¨ªa, ritmo lento al principio y progresivamente m¨¢s r¨¢pido". Y, en efecto, entre Shobujova, la bielorrusa Kravtsova y la brit¨¢nica Pavey, que aceler¨® la marcha a partir del 2.000 y efectu¨® la gran selecci¨®n, llevaron a Dom¨ªnguez, inmutable en la calle uno, "mi calle, donde menos metros se corren", en un sill¨®n hasta la vuelta final. "Y yo he hecho lo que hab¨ªa que hacer, aguantar y al final sprintar", explica. Y se lleva la mano a los gemelos. Tensos. Duros. Unos m¨²sculos exprimidos que, una hora despu¨¦s de la carrera, despu¨¦s del podio, del himno y la bandera, fr¨ªos, le hacen andar r¨ªgida, como un robot.Lo cuenta sencillo Dom¨ªnguez. Como si cualquiera otra fuera capaz de ello. Pero s¨®lo ella puede hacer parecer sencilla la ¨²ltima vuelta. A 300 metros, la rusa y la turca atacan, emparedan a la inglesa que se queda seca. Marta aguanta. En la curva las marca. Las dos, la rusa, la et¨ªope, convencidas de que es asunto de ambas. De nadie m¨¢s. "Y yo pens¨¦, 'qu¨¦ bien, por lo menos soy bronce, con esto me conformo'. Pero enseguida, a los 100 meros, me dije 'pero qu¨¦ narices, ?est¨¢s tonta, Marta?, tienes que ir a por el oro". Y a la salida de la curva, en la ¨²ltima recta, por dentro, por la izquierda, por donde siempre adelanta, Marta puso todo su coraz¨®n, su cabeza, sus piernas, en el tir¨®n supremo que dej¨® helada a la rusa, muerta a la turca. Que la convirti¨® en la mujer m¨¢s feliz de la tierra.
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