Aventura en el fr¨ªo

Desde siempre, el Sur ha ejercido una fascinaci¨®n absoluta en el alma humana. Del mismo modo que una aguja magn¨¦tica se?ala al Norte, nuestro horizonte mental parece imantado por esas tierras que apenas son tierra, ese gran continente helado y misterioso donde el hombre apenas ha puesto el pie. Fueron los griegos -que no lo visitaron, ni tuvieron oportunidad alguna de visitarlo- quienes lo bautizaron. En un armonioso ejercicio de simetr¨ªa, supusieron que deb¨ªa de existir una masa de tierra fr¨ªa similar a la del norte (Arkt¨®s, el ?rtico), pero en el polo opuesto de la Tierra. La denominaron Ant-Arktos: la Ant¨¢rtida.

La Ant¨¢rtida es el continente de los superlativos: el m¨¢s fr¨ªo, el m¨¢s desolado, el m¨¢s inaccesible, el m¨¢s remoto. En los mapas no aparece m¨¢s que una inmensa masa de hielo de 14 millones de kil¨®metros cuadrados (el tama?o de EE UU y M¨¦xico juntos) que en invierno pr¨¢cticamente duplica su extensi¨®n al congelarse el mar que la circunda. Antes incluso que los griegos, el misterioso autor del Libro de Job parec¨ªa referirse a la Ant¨¢rtida cuando escribi¨® estos versos: "?De qu¨¦ vientre sale el hielo? ?Y la escarcha del cielo, qui¨¦n la da a luz cuando las aguas se endurecen como piedra y se congela el haz del abismo?".

Para empezar nuestro viaje al fr¨ªo, debemos acercarnos hasta la punta sur del continente americano. All¨ª se extiende la Patagonia, una tierra de extremos, de fr¨ªo y calor alternos, de lluvias torrenciales y ¨¢speros vientos, de desiertos helados y monta?as salvajes, que atrajo a aventureros de toda especie y condici¨®n: pistoleros m¨ªticos, aviadores, h¨¦roes, villanos, locos y hombres que quisieron ser reyes. M¨¢s all¨¢, en la Tierra de Fuego, se unen las dos masas de agua m¨¢s grandes del planeta, el oc¨¦ano Atl¨¢ntico y el Pac¨ªfico, empe?ados en desgarrar ese remate del continente americano hasta convertirlo en una mara?a de canales, glaciares y monta?as. Es un paisaje hermoso y torturado, sojuzgado por huracanes continuos y temibles tormentas. Una tierra de contrastes categ¨®ricos: en ning¨²n otro lugar del planeta, ni siquiera durante las tormentas monz¨®nicas en el Himalaya, he padecido los infinitos cambios de la naturaleza que sacuden esta regi¨®n del fin del mundo. La lluvia y el viento, las nubes y el sol, se suceden como en un juego de ruleta. El mar furioso que bate estos arrecifes recuerda el coraje de aquellos grandes navegantes que se atrevieron a cruzar estos mares: el portugu¨¦s Magallanes, el ingl¨¦s Drake, los espa?oles Ladrillero y Sarmiento de Gamboa.

En uno de esos canales, el de Beagle, nos est¨¢n esperando nuestros amigos de La Sourire. Confiamos en ellos para navegar por los mares m¨¢s arriesgados de la Tierra. Su capit¨¢n, Hugo Delignieres, fue el primer navegante en solitario que invern¨® todo un a?o en la Ant¨¢rtida.

A bordo de La Sourire, el elegante velero con el que cruzamos el estrecho de Drake, resuenan, en el golpe de las olas contra los costados del barco, las historias de los navegantes que las cabalgaron mucho antes que nosotros. Envueltas en su espuma est¨¢n la leyenda del c¨¦lebre pirata ingl¨¦s, que da su nombre a estos mares tormentosos, y la del capit¨¢n Cook, quien, a finales del siglo XVIII, traspas¨® por primera vez el C¨ªrculo Polar Ant¨¢rtico. La historia de la aventura, la Historia en general, no siempre es justa. No lo fue con Ladrillero ni con Sarmiento de Gamboa ni tampoco con Cook. El marino ingl¨¦s se merece m¨¢s que nadie el t¨ªtulo de descubridor de la Ant¨¢rtida. Pero, a pesar de su tenacidad y eficiencia, no lo fue. Cook lleg¨® a acercarse a cien kil¨®metros de la costa ant¨¢rtica, pero la niebla le impidi¨® ver el continente y los t¨¦mpanos de hielo le hicieron desistir. A su vuelta a Europa asegur¨® que nadie podr¨ªa aventurarse m¨¢s lejos. Se equivocaba. Es m¨¢s, a partir de entonces se iniciar¨ªa una carrera de viajes y exploraciones que tendr¨ªan como objetivo ver qui¨¦n llegaba m¨¢s al "extremo sur".

La majestuosa danza de los icebergs, flotando sobre un oc¨¦ano incre¨ªblemente azul, da la impresi¨®n de un paisaje imposible, un espacio so?ado ¨²nicamente por el poeta visionario del Libro de Job. A medida que navegamos hacia el continente blanco, la Ant¨¢rtida nos muestra toda su despiadada desmesura, una suma viva de contradicciones absolutas (la belleza y el fr¨ªo, la vida y la muerte) flotando entre los grandes t¨¦mpanos a la deriva. De cuando en cuando, el chorro de una ballena o el vuelo de los albatros gigantes nos acompa?an en nuestra traves¨ªa. Si en el interior del continente nada se mueve, excepto el viento, en cambio, el mar que lo ba?a, el oc¨¦ano Ant¨¢rtico, es el m¨¢s rico de todos los oc¨¦anos del planeta: biol¨®gicamente es seis veces m¨¢s productivo que el resto de los mares del mundo juntos.

En nuestro particular viaje al fr¨ªo, mis amigos Carmen Portilla y Josep Maria Castellv¨ª bucearon bajo los t¨¦mpanos de hielo para descubrir un reino de luces incre¨ªbles. Para disfrutar de este espect¨¢culo ¨²nico se necesita no s¨®lo un equipo t¨¦cnico de primera categor¨ªa, sino una amplia experiencia en inmersiones a gran profundidad. El traje estanco y los diversos artilugios que llevan encima dan a nuestros amigos el aspecto de astronautas dispuestos a conquistar un nuevo mundo. Y as¨ª es, en cierto modo, puesto que las profundidades submarinas forman uno de los ¨²ltimos reductos que se resisten a la curiosidad innata del ser humano. Internarse en las honduras de los mares ant¨¢rticos, buceando en aguas cuya temperatura apenas sobrepasa los cero grados, es como introducirse en un agujero negro: no sabes qu¨¦ vas a encontrarte, ni d¨®nde vas a ir a parar, ni los peligros a los que vas a enfrentarte. En el azul pur¨ªsimo de los hielos ant¨¢rticos, chapoteando junto a las focas, redescubrimos un lugar hecho para la aventura, un lugar donde el hombre, como depredador y destructor, todav¨ªa est¨¢ ausente.

No siempre fue as¨ª. La abundancia de focas y ballenas llev¨® a los audaces balleneros a seguir el rastro del capit¨¢n Cook y a afrontar los peligros de la navegaci¨®n austral. Las matanzas indiscriminadas de animales que tuvieron lugar durante todo el siglo XIX y la mitad del XX, estuvieron a punto de extinguir varias especies, desde focas, lobos y elefantes marinos hasta los animales m¨¢s grandes del planeta, las ballenas. Pero, al lado del mal, el ser humano tambi¨¦n mostraba su otra cara: la rapacidad incontrolada que oblig¨® a estos marinos a surcar estos mares tambi¨¦n les llev¨® a escribir algunas de las p¨¢ginas m¨¢s importantes de la navegaci¨®n ant¨¢rtica. Hoy en d¨ªa, a pesar de la prohibici¨®n estricta, que ha sido vital para que algunas de aquellas especies amenazadas se hayan recuperado, las flotas noruega y japonesa siguen depredando estas aguas.

James Cook, que no lleg¨® a ver siquiera la costa ant¨¢rtica, describi¨® la Ant¨¢rtida como un mundo de aspecto terrible, est¨¦ril y sin provecho alguno. El capit¨¢n Robert Falcon Scott, uno de sus grandes exploradores, la defini¨® con una frase breve y tremenda: "?Dios m¨ªo, este lugar es horrible!". Scott encontr¨® la muerte junto a cuatro de sus compa?eros en la pugna m¨¢s tr¨¢gica de toda la historia de la exploraci¨®n polar. Despu¨¦s de perder la carrera por el Polo Norte, los brit¨¢nicos se volvieron hacia el Polo Sur. Pero esta vez se les adelant¨® un noruego que tambi¨¦n se hab¨ªa visto obligado a cambiar sus planos de punta a punta del globo terr¨¢queo. "Nunca he conocido a nadie que se haya visto tan diametralmente opuesto a sus deseos", escribi¨® Roald Amundsen. "Desde ni?o he so?ado con llegar al Polo Norte, y heme aqu¨ª, en el Polo Sur".

Desde la costa, la visi¨®n de esas llanuras desoladas, recorridas por vientos feroces y defendidas por murallas de hielo, es un espect¨¢culo sobrecogedor. Durante seis meses al a?o, el gran desierto helado yace cubierto por la oscuridad de la noche polar. Los otros seis meses, una fr¨ªa claridad de acero lo ilumina sin descanso. Resulta un espect¨¢culo sin igual, un regalo que la naturaleza se ha hecho a s¨ª misma.

Pero es el fr¨ªo, un fr¨ªo inmisericorde, aterrador, que en pleno verano puede llegar a 50? bajo cero (en la larga noche polar la temperatura media es de 70? bajo cero, y en la base rusa de Vostok se ha llegado a medir la temperatura m¨¢s baja de la Tierra: 89,3? bajo cero), lo que convierte a la Ant¨¢rtida en el continente inh¨®spito por excelencia. Si la vida hierve en la costa e infesta las aguas del oc¨¦ano austral, en cambio el interior no es m¨¢s que una gran meseta muerta. Un clima riguros¨ªsimo ha exiliado del interior a todos los seres vivientes. La Ant¨¢rtida es s¨®lo el quinto continente m¨¢s extenso del planeta, pero, sin embargo, es el m¨¢s alto, el m¨¢s seco, el m¨¢s fr¨ªo y el m¨¢s ventoso. Todo es desmesurado y hasta la ausencia de vida viene determinada por un elemento: el hielo. El 99% de su superficie est¨¢ cubierta por el hielo y es culpable de la tremenda paradoja de que, a pesar de tener unas precipitaciones comparables al desierto del S¨¢hara, atesore en sus entra?as la mayor reserva de agua dulce del planeta.

Esta terrible verdad la corroboran de inmediato todos aquellos que, desafiando las tempestades del estrecho de Drake, se atreven a poner el pie en el continente ant¨¢rtico. En este lugar todos los humanos somos visitantes de paso. Scott y sus hombres lo descubrieron de golpe, despu¨¦s de ver ondear la bandera noruega en ese punto que hab¨ªa permanecido oculto a los ojos de la humanidad durante milenios. Los noruegos, capitaneados por Amundsen, se les hab¨ªan adelantado por unas pocas semanas: un pu?ado de d¨ªas en el c¨®mputo de la eternidad, como escribi¨® Stefan Zweig. Desalentados, los brit¨¢nicos dieron media vuelta arrastrando ellos mismos los trineos, sin ponis ni perros que les ayudaran a transportar sus equipos y su in¨²til cargamento de piedras. A Scott le parec¨ªa una crueldad trabajar con perros en la Ant¨¢rtida; sin embargo, no le import¨® sacrificar una recua de ponis escogidos en Manchuria, mucho peor adaptados a las condiciones clim¨¢ticas del continente blanco. El fair play que practicaban los ingleses, a la postre les resultar¨ªa fatal. Fueron pereciendo uno a uno, durante la marcha de regreso, en la espantosa soledad.

Uno de los integrantes m¨¢s j¨®venes de la expedici¨®n de Scott, Apsley Cherry-Garrard, escribi¨® a su regreso una cr¨®nica del viaje que acabar¨ªa transform¨¢ndose en la obra maestra de las exploraciones polares y aun de la literatura de viajes. Con un sentido del humor t¨ªpicamente brit¨¢nico, Cherry-Garrard la titul¨® El peor viaje del mundo, y es dif¨ªcil que alguien pueda sintetizar mejor en una sola frase las penalidades que supone una traves¨ªa en la Ant¨¢rtida. El libro, escrito con la emoci¨®n de un protagonista en primera persona, tambi¨¦n refleja la fascinaci¨®n por un paisaje al margen de los hombres. Pude contemplarlo personalmente en 1994. Fue mi primera experiencia en la Ant¨¢rtida, y, como la primera vez que fui al Karakorum, aquel viaje transform¨® mi percepci¨®n de los paisajes y mi forma de entender la aventura. No me fue f¨¢cil adaptarme a un entorno tan duro, sobre todo teniendo en cuenta que acab¨¢bamos de regresar de una expedici¨®n al K2 donde hab¨ªamos perdido a nuestro amigo Atxo Apellaniz. Nuestro objetivo principal era una caminata de m¨¢s de 1.200 kil¨®metros en busca del Polo Sur, esa quimera que marca el l¨ªmite del globo terr¨¢queo y tambi¨¦n las cimas m¨¢s elevadas del continente ant¨¢rtico. Desde el momento en que pisamos la base de Patriot Hills, muy cerca de la costa, sufrimos todas las penalidades imaginables: la ventisca que dificulta cada paso, los pies y las manos insensibles, las gafas empa?adas a cada rato que difuminan el paisaje circular en una blanquecina papilla de leche. Los d¨ªas en que sopla el viento, el fr¨ªo se multiplica exponencialmente: por cada 3 km/h. de fuerza e¨®lica, la temperatura desciende un grado. As¨ª, 30 grados bajo cero, si se unen a un viento de 40 km/h. pueden provocar una sensaci¨®n t¨¦rmica real de 60 bajo cero. En esas condiciones, el riesgo de congelaci¨®n es extremo.

Al igual que los brit¨¢nicos, tampoco llev¨¢bamos perros. Como ellos, somos partidarios del juego limpio, pero, adem¨¢s, una normativa internacional proh¨ªbe introducir especies animales o vegetales en la Ant¨¢rtida. Hoy no ser¨ªa aceptable maltratar a los perros y condenarlos a la muerte. Al final, despu¨¦s de tres meses de expedici¨®n conseguimos nuestro objetivo: ese punto quim¨¦rico que marca los cero grados de latitud Sur, el v¨¦rtice donde se dan todas las horas a la vez y donde se anudan todos los meridianos del planeta Tierra. El lugar donde puede darse la vuelta al mundo, o cambiar de d¨ªa, con s¨®lo dar unos cuantos pasos. Por supuesto, en vez de la tienda hecha jirones de los noruegos, nos encontramos con la enorme c¨²pula met¨¢lica de la base Amundsen-Scott, el complejo cient¨ªfico que los estadounidenses han montado en el mism¨ªsimo fin del mundo.

Nuestra relaci¨®n con la Ant¨¢rtida dura m¨¢s de una d¨¦cada y se ha traducido en expediciones muy diversas, pero s¨®lo es posible entenderla desde la pura pasi¨®n. En mi opini¨®n, un medio tan duro y tan hostil exige la entrega de un amante. En nuestra expedici¨®n de 1994 no s¨®lo alcanzamos el Polo Sur, sino que rematamos la faena con la ascensi¨®n del monte Vinson, la cima m¨¢s alta de la Ant¨¢rtida, y de otras dos monta?as v¨ªrgenes que bautizamos con los nombres de monte Jaca y monte Pr¨ªncipe de Asturias. Tras 16 horas de dur¨ªsima ascensi¨®n, soportando siempre temperaturas por debajo de los 30 grados bajo cero, la c¨¢mara se congel¨®, el mecanismo de arrastre qued¨® bloqueado y no pudimos rodar un solo plano en la cumbre. Aquel paisaje s¨®lo impresion¨® el negativo de nuestra retina. Tanto el Vinson como el Jaca nos regalaron el espect¨¢culo de d¨ªas que no acababan nunca, de atardeceres rojizos que hac¨ªan arder el hielo.

Seis a?os despu¨¦s volvimos a una zona conocida como la Tierra de la Reina Maud, un sector explorado por los noruegos en diversas expediciones desde 1927 a 1967. El lugar parece surgido de un sue?o: bestiales y colosales colmillos de piedra que surgen de la llanura helada como pin¨¢culos de una catedral inconcebible. No es de extra?ar que los noruegos bautizaran este conjunto espectacular de picos como Fenriskjefta, la Mand¨ªbula del Lobo, en honor de Fenris, el gran lobo de la mitolog¨ªa noruega que una vez se trag¨® el sol.

En pocos lugares como en la Tierra de la Reina Maud uno alcanza a comprender que la Ant¨¢rtida, m¨¢s que una geograf¨ªa, es un espacio mental, el escenario de un sue?o compuesto de l¨ªneas imaginarias, de entelequias, de quimeras. Al fin y al cabo, una quimera es el Polo Sur, y otras tantas quimeras eran las cumbres que nuestros amigos Jos¨¦ Carlos Tamayo, Ferr¨¢n Latorre y Mikel Zabalza se propusieron alcanzar. A las dificultades de una escalada en vertical capaz de competir con las m¨¢s exigentes paredes de los Alpes y a las condiciones detestables de la meteorolog¨ªa, pronto hubo que sumar un tercer factor: los dientes de Fenris el Lobo estaban cariados. Debido a la acci¨®n del hielo y a la erosi¨®n constante del viento ant¨¢rtico, la roca de los pilares estaba pr¨¢cticamente descompuesta y muchas veces se deshac¨ªa entre las manos, con el consiguiente peligro de ca¨ªdas y desprendimientos. La tensi¨®n era constante. Aun as¨ª, los dientes fueron cayendo uno a uno ante la tenacidad de nuestros amigos.

Pero ni la llegada al Polo Sur ni las escaladas en las monta?as ant¨¢rticas saciaron nuestra pasi¨®n por el continente blanco. Se equivocan quienes dicen que la aventura en la Tierra ya no es posible. Los que afirman esto suelen ser aventureros de poltrona que no salen de casa ni para dar un paseo a la sierra el fin de semana. El d¨ªa en que no queden retos en la Tierra se nos har¨¢ inhabitable. Aparte de las profundidades submarinas (la gran aventura pendiente para el siglo XXI), quedan centenares de monta?as v¨ªrgenes en el Himalaya, y el ca?¨®n m¨¢s profundo del planeta, el Yarlung Tsangp¨®, todav¨ªa est¨¢ esperando al hombre capaz de recorrerlo de principio a fin. Y en la propia Ant¨¢rtida quedaba una colosal franja de terra inc¨®gnita: la zona oriental del continente donde se encuentra el mism¨ªsimo polo sur de la inaccesibilidad, un lugar tan vasto y misterioso como la cara oculta de la Luna.

El hombre siempre ha so?ado con ir m¨¢s all¨¢. Casi desde el mismo momento de la conquista del Polo Sur, un explorador que se hab¨ªa visto relegado en la pugna entre Scott y Amundsen ide¨® una aventura m¨¢s ambiciosa a¨²n: atravesar la Ant¨¢rtida de lado a lado. No lo consigui¨® (es m¨¢s, no lleg¨® siquiera a pisar el continente helado), pero, durante tres a?os, Shackleton y sus hombres protagonizaron la m¨¢s heroica gesta de toda la historia de las exploraciones polares, un duelo mano a mano con la naturaleza m¨¢s hostil, sin darse por vencidos nunca y sin perder una sola vida humana.

El art¨ªfice de aquella haza?a asombrosa fue un hombre al que todo le sali¨® mal (fracas¨® no s¨®lo en todas sus expediciones, sino tambi¨¦n en todos los negocios que emprendi¨® despu¨¦s), y al que, sin embargo, se le recuerda como el m¨¢s grande de todos los exploradores polares. Raymond Prestley, un ge¨®logo que conoci¨® a los tres grandes exploradores polares, defini¨® as¨ª las virtudes de cada uno: "Como jefe de una expedici¨®n cient¨ªfica, elegir¨ªa a Scott; para un raid polar r¨¢pido y eficaz, a Amundsen; pero en medio de la adversidad, cuando no ves salida, ponte de rodillas y reza para que te env¨ªen a Shackleton".

Su sue?o de cruzar la Ant¨¢rtida de lado a lado debi¨® esperar hasta 1990. Esa temporada, el gran alpinista Reinhold Messner y el navegante Arved Fuchs lograron la proeza de atravesar la Ant¨¢rtida a pie. Pero s¨®lo recorrieron 2.800 kil¨®metros y contaron con ayudas exteriores en alg¨²n punto del recorrido. As¨ª que el gran desaf¨ªo del continente segu¨ªa intacto: cruzar su zona oriental, conocida como "la zona de inaccesibilidad", un enorme espacio en blanco de 5.000 kil¨®metros de largo y apenas explorado por el hombre. Siendo fieles al esp¨ªritu de los pioneros de aquella ¨¦poca heroica, Amundsen, Scott, Shackleton y otros pocos, decidimos hacerlo sin medios mecanizados ni ayudas exteriores. Con ello, nuestra expedici¨®n se encontrar¨ªa en un verdadero aprieto si algo se torc¨ªa, ya que no cont¨¢bamos m¨¢s que con nuestros propios medios. Por fortuna, ten¨ªamos un veh¨ªculo completamente novedoso, una verdadera revoluci¨®n en el campo de la exploraci¨®n sobre hielo: el catamar¨¢n polar. Ideado y desarrollado por Ram¨®n Larramendi, nuestro mayor experto en expediciones de este tipo, el catamar¨¢n polar consiste en un trineo impulsado por una cometa. Unimos dos ideas sencillas que conoc¨ªamos perfectamente: el trineo esquimal y las cometas que vuelan en las playas, para conseguir un veh¨ªculo eficaz y respetuoso con un medio ambiente tan fr¨¢gil y delicado como la Ant¨¢rtida. La fuerza del viento se encargar¨ªa de remolcarnos a trav¨¦s de la llanura helada.

Dicho as¨ª, parece f¨¢cil, pero necesitamos seis a?os de preparativos y pruebas para acometer una empresa tan arriesgada como la Traves¨ªa Transant¨¢rtica 2006. Entre ellas, nada menos que varias carreras a tumba abierta por las mesetas heladas de Groenlandia, donde Larramendi se reencontr¨® con algunos de sus viejos amigos esquimales. ?l ha aprendido del pueblo mejor adaptado al fr¨ªo todo lo necesario para sobrevivir en un entorno tan severo. Pero las traves¨ªas en Groenlandia ser¨ªan un juego de ni?os comparadas con los peligros a los que ¨ªbamos a enfrentarnos en la Ant¨¢rtida: distancias enormes, vientos huracanados, fr¨ªo extremo, soledad absoluta. Adem¨¢s, hab¨ªa que contar con los c¨¦lebres sastruguis, barreras de olas congeladas que impiden el avance del catamar¨¢n y que provocaron varias roturas, am¨¦n de grietas donde el propio Dante hubiera situado las puertas del infierno, o el white out, una espesa niebla que produce una desorientaci¨®n total.

Nuestra expedici¨®n polar m¨¢s ambiciosa dio comienzo el 10 de noviembre de 2005 y contaba con tres miembros: Ram¨®n Larramendi, Juanma Viu e Ignacio Oficialdegui. Durante 63 d¨ªas, nuestros amigos recorrieron m¨¢s de 4.500 kil¨®metros ayudados por el viento, o, como hicieron Scott y sus hombres, arrastrando ellos mismos su trineo a trav¨¦s de un desierto inmaculado, con el sol colgado eternamente del cielo y un fr¨ªo que no parece de este mundo. Al mismo tiempo, en la costa ant¨¢rtica, realizamos otra aventura extraordinaria al combinar una navegaci¨®n por el estrecho de Gerlache, inmersiones debajo de icebergs gigantescos y escaladas a los montes Scott, Mill, Shackleton y Wandell. A cambio, todos comprendimos la belleza esencial del planeta en que vivimos, la grandeza de esos paisajes que, como dice el ge¨®grafo Eduardo Mart¨ªnez de Pis¨®n, son "de antes o de despu¨¦s del hombre".

Esta traves¨ªa con el catamar¨¢n polar cierra un cap¨ªtulo de la historia de Al Filo, pero nuestro idilio con el continente blanco no ha concluido a¨²n. La aventura definitiva no existe: cada una es un eslab¨®n que nos une al pasado y nos compromete con el futuro. Es imposible olvidar que es el ¨²nico continente todav¨ªa no mancillado por la mano del hombre y que a¨²n permanece virgen a la contaminaci¨®n ambiental; depende de nosotros conservarlo tal cual, no s¨®lo como un regalo para nuestros hijos, sino quiz¨¢ como la ¨²ltima oportunidad de la especie humana sobre la Tierra.

En ning¨²n lugar como en la Ant¨¢rtida es visible esa contradicci¨®n que emana de los grandes espacios salvajes, la belleza y el peligro supremos, un ansia de pureza y de soledad que representa, tal vez, lo mejor de nosotros mismos. En Frankenstein, Mary Shelley escribi¨®: "En vano trato de convencerme de que el Polo es un lugar de hielo y desolaci¨®n: siempre se me aparece, en la imaginaci¨®n, como un sitio de encanto y belleza. All¨ª el sol siempre es visible? ?Qu¨¦ puede ser imposible en una tierra de luz eterna?".