Hillary y Margaret
Durante el primer cuatrienio de Bill Clinton en la Casa Blanca se editaba en Estados Unidos una revista dedicada a su esposa, Hillary. Algunas p¨¢ginas transpiraban sexualidad de forma velada. Hab¨ªa, recuerdo, un poema en el que Hillary era una nueva Afrodita emergiendo de las aguas. No tenerlo a mano me impide reproducirlo para placer de mit¨®manos o erot¨®manos, que a ellos se dirig¨ªa la revista en cuesti¨®n, en la que no faltaban notas con sarcasmo.
El busto de Hillary Clinton en el Museo del Sexo no me ha provocado, analizada con lupa de aumento la fotograf¨ªa que ofrece la prensa, el nivel de erotismo que me produjo imaginar una Hillary Afrodita. En ocasiones, las palabras te llevan m¨¢s lejos que las im¨¢genes. Por ejemplo, cuando hace a?os el ex primer ministro brit¨¢nico Harold McMillan dijo en un selecto club ingl¨¦s y ante una concurrencia masculina que iban a tener el placer de ver el busto de Margaret Thatcher, la libido de los presentes se dispar¨®. Cuando se corri¨® la cortinilla que tapaba el busto hubo cierta decepci¨®n. Era recatado, sin el sujetador que lleva Hillary, y eso que Thatcher era mujer con un par de pechos de armas tomar. En una entrega de Spitting Image, dos ministros estaban en el urinario cuando entraba la primera ministra con un cigarrillo en los labios, se desabrochaba la bragueta y se pon¨ªa a orinar entre los dos. Cuando se marchaba, uno de los ministros comentaba: "Me pasa siempre lo mismo: se me corta la meada cuando ella se pone a mi lado".
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