Tu nombre en la nieve
Este es un relato de invierno porque hace mucho calor y tu flamante aire acondicionado se ha estropeado y los electricistas de enfrente est¨¢n desbordados y es la s¨¦ptima vez que les llamas y las paredes de tu casa est¨¢n ardiendo y t¨² con ellas y te averg¨¹enzas de haber puesto aire acondicionado despu¨¦s de tanto agonizar sobre el calentamiento global y Al Gore y la verdad inconveniente. Y, entonces, despu¨¦s de desga?itarte al tel¨¦fono con los rumanos que no tienen horas para arreglarte el aire, te das cuenta, de repente, de que tienes fiebre. Cada verano hay un par de d¨ªas que te levantas fr¨¢gil como el licenciado Vidriera y con cansancio y dolor en las piernas y la boca seca y los ojos que cuesta abrirlos y ya est¨¢ aqu¨ª la gripe de verano, pillada en el metro un d¨ªa que entraste sudando y se te hel¨® el sudor con la temperatura polar que a veces se descontrola en los transportes p¨²blicos.
Es terrible estar enfermo en verano y beber la coca-cola tibia porque la fr¨ªa te hace gemir de dolor y pasar calor un momento y fr¨ªo al siguiente y no saber si ponerte el pijama o nada y mirar el term¨®metro que marca 39 en tu frente y tambi¨¦n all¨¢ afuera y no encontrar un analg¨¦sico en el caj¨®n de las medicinas, donde s¨®lo se encuentran laxantes caducados y antihistam¨ªnicos sueltos y unos sobres de oligoelementos franceses -esa fe at¨¢vica en las medicinas francesas, siempre mejores- que ya has olvidado para qu¨¦ son.
Es entonces, con fiebre y en ese nicho de s¨¢banas empapadas de sudor de tu cama, cuando te da por pensar en la nieve, en la primera vez que viste la nieve y ten¨ªas cinco a?os y el mundo era el piso, el balc¨®n y los libros de cuentos de Andersen. Te despierta tu padre esa ma?ana de diciembre: "Despierta, corre, ni?a, que ha nevado". Y t¨², que crees que la nieve es algo blanco, puro y letal porque has le¨ªdo mil veces el cuento de la peque?a cerillera, no sabes si tu padre te est¨¢ gastando una broma de las suyas, tan bromista tu padre, que sabe imitar como nadie al Pato Donald y a Bugs Bunny, y no corres. Te pones tu bata roja de lana, que te est¨¢ enorme, para que dure al menos un par de a?os m¨¢s y vas despacito al balc¨®n. Hay mucho silencio. Nieve. Te deja sin respiraci¨®n, tanta nieve. Todo lo que alcanzas a ver desde los barrotes del balc¨®n est¨¢ cubierto de nieve, los tejados del edificio de enfrente, la calle, los coches, los otros balcones.
"?No quieres tocarla?", dice tu madre. "No s¨¦", dice la ni?a. "C¨®mo no vas a querer tocarla, anda". Y tu madre te vuelve a atar la bata de lana roja, bien apretada que te hace da?o en la cintura y abre el balc¨®n.
Respiras hondo y te acercas a la nieve pero no la tocas todav¨ªa. Tus padres te miran como si quisieran almacenar para siempre este momento en que su ¨²nica hija va a tocar la nieve por primera vez. T¨² conoces esa mirada que te da verg¨¹enza como cuando te llevaron a la playa o a ver ponis o a dar la carta a los reyes de El Corte Ingl¨¦s, una mirada que te hace sentir demasiado importante, demasiado protagonista, que te da ganas de salir corriendo o de gritar, que te pone en el brete de decepcionarles que es la ¨²ltima cosa que t¨² querr¨ªas en el mundo. Anhelo, eso es lo que hay en los ojos de tus padres, un anhelo feroz de querer lo mejor para ti, qu¨¦ bien que nev¨® y la ni?a podr¨¢ disfrutar de la nieve. Eso s¨ª que es un regalo de Navidad.
S¨ª, vas a tocar la nieve, aunque s¨®lo sea para no quitarles la ilusi¨®n de que te hace ilusi¨®n tocar la nieve. Est¨¢ fr¨ªa, claro, y h¨²meda. Te fuerzas a sonre¨ªr porque es lo que esperan que hagas "Est¨¢ fr¨ªa y mojada". "Mojada, dice que est¨¢ mojada". Hablan entre ellos como si no pudieras o¨ªrles, tus padres siempre c¨®mplices de una intimidad de la que te sabes excluida aunque a¨²n no te importa. "?Quieres bajar? ?Quieres hacer un mu?eco? Anda, v¨ªstete".
T¨² no quieres bajar, te da miedo toda esa nieve que acab¨® con la peque?a cerillera. Qu¨¦ espanto las cerillas apag¨¢ndose una a una y nadie se par¨® a ayudarla. Antes de dormir, cada noche ves las llamitas contra el inmenso manto blanco. Te imaginas c¨®mo debe ser morirse de fr¨ªo. No sabes qu¨¦ te pasa pero no quieres bajar, preferir¨ªas ver la nieve desde el balc¨®n acurrucada en la bata roja, verla como quien ve una pel¨ªcula. Hoy nadie se acuerda del desayuno, pero no tienes hambre, no dices nada. Te quitas la bata y te vistes con leotardos muy gruesos que pican y una falda escocesa con un imperdible. Gorro, bufanda, guantes. "Ponte las botas de agua". Sabes que est¨¢n agujereadas en la suela pero te las pones de todas maneras. Tu madre se queda en casa haciendo las camas y limpiando la casa que est¨¢ siempre reluciente y huele a lej¨ªa y a velas y a sopa. Ser¨ªa impensable salir de casa sin dejar las camas hechas. Bajas con tu padre que lleva un abrigo gris y guantes de piel negra, muy elegante. Al salir a la calle, casi no puedes abrir los ojos, te asusta que los contornos de las cosas sean tan precisos. Tu padre est¨¢ contento, se r¨ªe por nada, silba La serenata de las mulas, que es un disco de Mario Lanza que pone todos los domingos, hay algo en toda esta nieve que le excita, parece m¨¢s ni?o que t¨², pisa fuerte con chasquidos. Hay unos chicos que se lanzan bolas, que gritan, todo suena distinto en la nieve, raro, tus pasos, los gritos, el zumbido lejano de un autob¨²s, una moto que intenta arrancar, los zapatos de tu padre desapareciendo en los montones de nieve. "Vamos a hacer un mu?eco antes de que echen sal los del Ayuntamiento, ?sab¨ªas que la sal deshace la nieve?".
Empieza a amontonar nieve, nunca le has visto tan contento "?Tienes fr¨ªo? No hace tanto fr¨ªo, ?verdad? Lo que dir¨¢ tu madre cuando vea que se me han mojado los guantes de piel". Te gusta cuando tu padre pretende ser tu hermano mayor, cuando pretende que tu madre va a re?irle a ¨¦l por estropear los guantes y los zapatos, cuando hace como que compart¨ªs un gran secreto.
Le ayudas trayendo montoncitos de nieve que ¨¦l mezcla con los suyos. Intentas no pararte. Mientras tanto, el agua ha calado tus botas y te cuesta sentir los pies, esto es lo que deb¨ªa sentir la peque?a cerillera, este fr¨ªo que duele al respirar, los pies pajaritos, este vac¨ªo de la nieve que te hace sentir invisible, como si t¨² tambi¨¦n te fueras a fundir si te echaran un poco de sal. La lana de tus guantes empapada. El mu?eco crece.
Te llega por la cintura o m¨¢s, los dientes te empiezan a casta?ear. "Tendr¨ªamos que haber tra¨ªdo una zanahoria o algo para la nariz", dice buscando con la mirada a su alrededor como si fuera a encontrarla por arte de magia. Encuentra unas piedras y unas ramitas, te deja que le pongas una a modo de nariz. "?Qu¨¦ te parece? Nos ha quedado un mu?eco estupendo y eso que no hemos tra¨ªdo pala ni nada". Tiene la cara roja y resopla, parece que est¨¦ sudando, le brillan los ojos. Mira el mu?eco desde varios ¨¢ngulos. Te duele la garganta de tanto aguantar las l¨¢grimas y empiezas a llorar silenciosamente, si lloras sin hacer ruido, igual no lo nota, igual las l¨¢grimas se quedan como estalactitas, a tu padre no le gusta que llores, porque tiene miedo de que no seas lo bastante fuerte para la vida que te espera, para el dolor que te espera, tu padre se pone nervioso s¨®lo de imaginar todo el da?o que van a hacerte. "?Pero qu¨¦ te pasa?". "Nada", consigues musitar. "?Nada?, pero si est¨¢s ardiendo, cari?o, tienes fiebre".
Te abraza muy fuerte, te coge en brazos, es el mejor abrazo de tu vida, el ¨²nico abrazo con el que has so?ado, el abrazo con el que luego has medido todos tus abrazos, el abrazo que dice: no importa lo que pase, conmigo est¨¢s a salvo, ahora todo ir¨¢ bien. Y ahora lloras sin freno no sabes si por la fiebre, el alivio, el olor de la colonia en el cuello de tu padre que te est¨¢ llevando corriendo hacia casa, que te sube en volandas los cuatro pisos sin ascensor. Los gritos de tu madre que no encuentra el term¨®metro. Los reproches "Y t¨² no ve¨ªas que se estaba empapando". Discuten. "A qui¨¦n se le ocurre, pero no ve¨ªas que...". El aire contrito de tu padre mientras te pone con mucha delicadeza el pijama estampado de patitos que te est¨¢ un poco peque?o. Y t¨², que ya no lloras, que suspiras entre las s¨¢banas frescas, tienes algo por dentro que te hace da?o porque no sabes con qu¨¦ palabras decirle que ¨¦l no tiene la culpa de nada, que la culpa la tiene la nieve o Hans Christian Andersen por escribir cuentos terribles, que su mu?eco de nieve es el mejor del universo con diferencia. Te duermes so?ando con su abrazo y sin decirle que nadie tiene la culpa que a ti te guste la nieve desde el balc¨®n.
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