Saludos para extranjeros
Las noticias que llegan de Ir¨¢n son casi siempre preocupantes. La ¨²ltima habla de una campa?a contra las antenas parab¨®licas. Para muchos es la confirmaci¨®n del recorte de libertades que se tem¨ªa desde la elecci¨®n del presidente Mahmud Ahmadineyad. Tambi¨¦n se habla de que va imponerse la oscura vestimenta isl¨¢mica y, sin embargo, las calles siguen siendo una paleta de colores, sobre todo en verano.
En los ¨²ltimos a?os las teheran¨ªes han ido abandonando los largos ropuch negros con los que la revoluci¨®n isl¨¢mica decidi¨® ocultar sus encantos. Ahora la mayor¨ªa de las mujeres, sobre todo las m¨¢s j¨®venes, utilizan ajustadas saharianas de colores y pa?uelos m¨ªnimos, justo para cubrir el expediente del "uniforme isl¨¢mico". Como extranjera, no me atrevo a tanto, pero me he apuntado al color. As¨ª que cuando recientemente qued¨¦ con Ahmed, un amigo de un amigo al que no conoc¨ªa, le indiqu¨¦ que llevaba una camisola amarilla.
Tras los ocho a?os de presidencia de Jatam¨ª, muchos usos sociales se han relajado
?l me reconoci¨® de inmediato y yo, muy resuelta, le tend¨ª la mano. El t¨ªmido roce de sus dedos me desarm¨®. Hab¨ªa cometido un desliz de principiante. A los iran¨ªes no se les da la mano. Es el primer mandamiento que se aprende antes de cruzar la verja de su embajada para recoger el visado. Durante a?os de visitas al pa¨ªs hab¨ªa interiorizado el elegante gesto de llevarme la mano al coraz¨®n e inclinar ligeramente la cabeza, pero ahora era v¨ªctima de la modernidad.
Tras los ocho a?os de presidencia de Jatam¨ª, muchos usos sociales se han relajado. S¨®lo los m¨¢s piadosos y los funcionarios del Gobierno siguen respetando la costumbre chi¨ª de no tocar a las personas del otro sexo, una costumbre que por otro lado siempre ha llenado las miradas de sexo.
Igual que me sucede cada vez que el pa?uelo me resbala descubriendo el pelo, mir¨¦ a mi alrededor preocupada por lo que pudiera pensar la gente. Nadie se hab¨ªa inmutado. La naturaleza de los iran¨ªes es mucho m¨¢s relajada que esos estrechos cors¨¦s que llevan por imperativos pol¨ªticos. Tambi¨¦n m¨¢s flexible para adaptarse al entorno. Los extranjeros, sin embargo, nos ponemos el pa?uelo, el f¨ªsico y el mental, y ya no vemos nada m¨¢s.
Las cosas se han complicado para nosotros en Ir¨¢n. Ya no hay una norma estricta que nos gu¨ªe. O s¨ª la hay, pero se aplica con indulgencia. Como ese taxista que el otro d¨ªa no me quiso cobrar porque era una invitada en su pa¨ªs. Ahora todos los extranjeros miramos a derecha y a izquierda en busca de signos de involuci¨®n. La barba descuidada del nuevo presidente nos ha convencido de que se acerca otro fundido a negro. Mientras, a nuestro lado, pasan parejas cogidas de la mano, grupos de amigas ri¨¦ndose e incluso alg¨²n que otro cl¨¦rigo apresurado para no llegar tarde a sus oraciones.
Los problemas tambi¨¦n siguen siendo los mismos: la corrupci¨®n, el paro, la burocracia... A su modo y a su ritmo, los iran¨ªes han conquistado unas libertades personales, todo lo limitadas que nosotros queramos, pero a las que no parecen estar dispuestos a renunciar. Tampoco a trocar por unas promesas de redistribuci¨®n de la riqueza que muchos genuinamente esperan. Por eso o te besan confiados u optan por no darte la mano, m¨¢s por c¨®mo se ven a s¨ª mismos que por c¨®mo nos perciben a los dem¨¢s. Mi encuentro con Ahmed result¨® muy instructivo.
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