Cita con tres maestros
Los aficionados que emprendan, en el curso del verano, rumbo al norte de la Pen¨ªnsula, podr¨¢n contemplar, en Bilbao y Santander, entre otras exposiciones de altura, muestras correspondientes a tres maestros capitales de la vanguardia del siglo XX. Atendiendo a la cronolog¨ªa, parece obligado referirnos, en primer lugar, a aquella que dedica el Museo de Bellas Artes de Bilbao a Kasimir Mal¨¦vich. Compuesta en su mayor parte por pr¨¦stamos procedentes de los museos rusos, son ante todo los importantes fondos de obra del artista que ¨¦stos atesoran los que confieren talla m¨¢s que notable a esta retrospectiva, la segunda en su caso, si no me equivoco, que visita nuestro pa¨ªs, tras la que present¨® hace unos a?os en Madrid la Fundaci¨®n Juan March.
Se inicia el itinerario expositivo con piezas de peque?o formato de la etapa m¨¢s temprana, correspondientes tanto a la fase posimpresionista como al decisivo tr¨¢nsito simbolista que, al igual que en otros pioneros de su generaci¨®n, inspirar¨¢ finalmente el salto, m¨¢s all¨¢ de toda apariencia sensible, hacia el horizonte de la abstracci¨®n. Con el periodo primitivo ingenuista que asociamos al despertar espec¨ªfico de la vanguardia rusa, como en el inmediatamente posterior contagio cubofuturista, irrumpen en este balance del hacer de Mal¨¦vich obras de mayor enjundia: la Segadora de 1912, en el primer caso; los deslumbrantes Retrato perfeccionado de Ivan Vassilievich Kliunkov y Aviador, en el segundo.
A destacar luego la presencia de los bocetos de decorados y figurines para la Victoria sobre el sol de Matiushin y Kruchenij, que Mal¨¦vich realiz¨® en 1913, dise?os que constituyen una referencia legendaria dentro de la vanguardia teatral sovi¨¦tica, que la muestra acompa?a, con acierto, con la filmaci¨®n de una recreaci¨®n reciente de dicho montaje por una compa?¨ªa estadounidense. De hecho es, ya a partir de este ciclo, cuando la retrospectiva bilba¨ªna alcanza su vuelo m¨¢s alto y definitivo, con la presencia de telas m¨ªticas, como el cuadrado, la cruz y el c¨ªrculo negros (en las versiones de 1923) o los cuadrados rojos de 1915, obras que precisan la base elemental del vocabulario suprematista, as¨ª como ese ¨²ltimo conf¨ªn abismal que Mal¨¦vich instaura en el salto a la abstracci¨®n. Siguen luego otras piezas mayores dentro del suprematismo, como Composici¨®n no figurativa y, ante todo, los Supremus n? 56 y Supremus n? 58. Bien reflejada queda, a su vez, la proyecci¨®n tridimensional que Mal¨¦vich imprimi¨® en sus "arquitectones", con la presencia de los escasos originales restaurados que perviven, a los que se agregan las r¨¦plicas a partir de documentos fotogr¨¢ficos que realiz¨® el Centro Pompidou para la retrospectiva que dedic¨® al artista en 1989. Y cierra el recorrido una nutrida representaci¨®n del retorno del Mal¨¦vich tard¨ªo a la figuraci¨®n, con los paisajes geometrizados y el eco metaf¨ªsico que imprime a las siluetas de sus campesinos y deportistas.
El Museo Guggenheim, por
su parte, ofrece una extraordinaria selecci¨®n de cerca de setenta acuarelas y pasteles de Max Beckmann, lo que nos permite descubrir una vertiente relativamente poco conocida en la producci¨®n de una de las figuras m¨¢s particulares en la ¨®rbita del expresionismo germano. El detonante de la muestra es la esforzada investigaci¨®n desarrollada por Mayen Beckmann y Siegfried Gohr con miras a establecer el cat¨¢logo razonado de la obra desplegada por el artista dentro de ambas t¨¦cnicas. Los ejemplos reunidos por la exposici¨®n dan alg¨²n atisbo de su empleo en la etapa de formaci¨®n, hacia el arranque del siglo, a¨²n marcada por esa estilizada dicci¨®n modernista que impregna el hermoso Cuatro j¨®venes frente al mar de 1904; como, tambi¨¦n, de la expresi¨®n desgarrada que se instala en su obra con el impacto de la Gran Guerra. Aunque, sobre todo, se concentran en la etapa distintiva de plenitud, a partir de la segunda mitad de los veinte, cuando empieza a dedicar mayor atenci¨®n a la acuarela y al pastel.
En ellos reencontramos los temas distintivos del imaginario del pintor. Junto a interiores o paisajes, donde a menudo desliza una inflexi¨®n m¨¢s d¨²ctil e intimista que en la tela, las escenas mundanas o su brillante destreza en el retrato (como demuestra el que har¨¢ de Marie Swarzenski hacia 1927 y el de Na?la algo m¨¢s tarde; y los que centra en su propia efigie, como el autorretrato de 1932 o el de 1938 con visera, ambos soberbios). Y asimismo nos topamos con el Beckmann que, en la d¨¦cada de los treinta -El asesinato-, confiere, con el empleo de la elipsis, una perspectiva m¨¢s sutil a los motivos dram¨¢ticos. O el que, en la esfera de lo l¨²dico (en las referencias circenses, en Muchachos jugando a los indios, en el Bodeg¨®n con juguetes y caracola, de 1934), explora los rituales inici¨¢ticos que entreveran nuestra existencia. Pero ante todo aquel, esencial, que en la apelaci¨®n al mito (El rapto de Europa) o la fantas¨ªa emblem¨¢tica (El rey serpiente y la mujer langosta) alcanza el instrumental aleg¨®rico que dar¨¢ cuenta de su visi¨®n del mundo.
Por ¨²ltimo, en la capital c¨¢ntabra, la sala de exposiciones de la Fundaci¨®n Marcelino Bot¨ªn presenta un emocionante conjunto de medio centenar de obras de Paul Klee. Todas ellas tienen un denominador com¨²n, pues proceden en origen de la extraordinaria colecci¨®n de trabajos del artista suizo reunida por el galerista Heinz Berggruen y, en su mayor¨ªa, son hoy parte de las importantes donaciones que ¨¦ste realiz¨® al Metropolitan de Nueva York, al Centro Pompidou en Par¨ªs y al museo estatal berlin¨¦s que lleva su nombre.
Lejos de resultar anecd¨®tico,
ello confiere a la selecci¨®n mostrada en Santander un sesgo bien singular. Pues, no en vano, ese itinerario, que se abre con dos delicadas acuarelas de 1915, ligadas todav¨ªa al aliento de la revelaci¨®n de Kairouan que, apenas un a?o antes, en su viaje tunecino, brindar¨ªa a Klee la epifan¨ªa de una dicci¨®n al fin en verdad propia, y que concluye con otras dos, conmovedoras, de 1940 donde se deja adivinar la ya inminente conclusi¨®n del viaje visionario con la muerte de su autor, ese itinerario santanderino, insisto, tiene no poco de lectura magistral enhebrada por la mirada de uno de los devotos mayores y mejores conocedores de la incomparable entra?a po¨¦tica desvelada en el hacer del pintor.
Kasimir Mal¨¦vich. Museo de Bellas Artes. Plaza del Museo, 2. Bilbao. Hasta el 10 de septiembre. Max Beckmann. Acuarelas y pasteles. Museo Guggenheim. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 17 de septiembre. Paul Klee. Colecci¨®n Berggruen. Fundaci¨®n Marcelino Bot¨ªn. Marcelino Sanz de Sautuola, 3. Santander. Hasta el 24 de septiembre.
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