En busca de la zarza ardiente
Buceo en Sharm el Sheij y subida al m¨ªtico monte Sina¨ª al alba
FUERA DE RUTACuando escuchamos hablar del desierto, pensamos casi siempre en esa llanura interminable de arena ordenada en dunas que se pierde en cualquier horizonte. Pero hay otro desierto muy distinto, un desierto rocoso y agreste, lleno de monta?as que se escarpan de repente con la misma sequedad y el mismo color arenisco de la llanura que las rodea. As¨ª es el desierto del Sina¨ª, que se extiende a lo largo y ancho de la pen¨ªnsula que lleva el mismo nombre, un territorio fronterizo entre ?frica y Asia que est¨¢ ba?ado por los dos brazos superiores del mar Rojo: el golfo de Suez, que conecta con el Mediterr¨¢neo a trav¨¦s del canal, y el golfo de Aqaba, que separa Egipto de Arabia Saud¨ª.
A pesar de la sobrecogedora belleza de ese desierto que cruz¨® Mois¨¦s en busca de la Tierra Prometida, es precisamente el mar Rojo lo que ha convertido a la pen¨ªnsula del Sina¨ª en un destino tur¨ªstico de primera magnitud en nuestros d¨ªas. Sus costas -o, mejor dicho, sus profundidades marinas- son uno de los para¨ªsos a los que acuden cada a?o, desde todos los puntos del planeta, los aficionados al submarinismo. Junto a la Gran Barrera de Coral australiana y las islas Maldivas, no existen en todos los oc¨¦anos, al parecer, paisajes bajo el agua tan fascinantes. La isla de Tir¨¢n (con la imagen surreal de un pecio encallado en la superficie) o el parque nacional de Ras Mohamed son algunas de las zonas m¨¢s sobresalientes que recorren los buceadores en busca de la maravilla.
Barcos con fondo transparente
La posibilidad de disfrutar de este espect¨¢culo submarino est¨¢ al alcance de cualquiera, empezando por los barcos con el fondo transparente. La variante m¨¢s extendida es el snorkeling, que, a pesar de su sonoro nombre ingl¨¦s, consiste en el buceo de superficie con gafas, tubo respirador y aletas, como el que todos hemos hecho alguna vez de ni?os en la playa. Existen tambi¨¦n excursiones en barcos que por un precio m¨¢s que econ¨®mico -desde 20 euros todo el d¨ªa, con el almuerzo incluido- llevan al interesado a los caladeros visuales m¨¢s emblem¨¢ticos y le sueltan al mar para que vea sus prodigios esnorkeleando. Pero no hace falta irse lejos para tener visiones portentosas. Basta con tirarse al agua en la playa de cualquiera de los hoteles de la zona para poder quedarse -s¨®lo metaf¨®ricamente, si no se desea morir ahogado- con la boca abierta. All¨ª mismo, en el borde de la costa, pueden verse corales interminables de hermosura pasmosa, peces de m¨¢s colores de los que uno imagina que existen, tortugas de varios tama?os y especies marinas de dif¨ªcil clasificaci¨®n para el profano. Esa sensaci¨®n extra?a de encontrarse dentro de un acuario, de ver en el agua transparente peces-payaso, rayas enormes o criaturas grises con forma de espad¨®n que cruzan veloces por delante, sin sobresalto ni susto, es una fiesta a la que ning¨²n viajero debe renunciar.
El campamento base para el disfrute de todas las excelencias de la pen¨ªnsula del Sina¨ª puede montarse casi en exclusiva en dos ciudades que en los ¨²ltimos tiempos han tenido m¨¢s publicidad por sus calamidades terroristas que por su vigor tur¨ªstico: Sharm el Sheij y Dahab. La primera es una ciudad artificial, levantada en las ¨²ltimas d¨¦cadas al ritmo de la expansi¨®n tur¨ªstica de la zona. Junto a un exiguo centro urbano, Sharm el Sheij consiste en realidad en una sucesi¨®n interminable de grandes hoteles o resorts que recorren la costa. Todo lo contrario de Dahab: un pueblecito tur¨ªstico que ha crecido sobre los cimientos de una aldea antigua de beduinos. Tiene un paseo mar¨ªtimo lleno de peque?os restaurantes, de agencias de buceo y de tiendas de baratijas por el que es una delicia pasear, viendo al otro lado del golfo, con nitidez, las costas de Arabia.
Desde cualquiera de las dos ciudades se puede explorar el desierto y llegar al monte Sina¨ª, que, adem¨¢s de una belleza extraordinaria, posee resonancias religiosas y m¨ªticas que le a?aden magia a la visita. Las agencias tur¨ªsticas organizan excursiones que invitan al viajero a ver amanecer desde lo alto del monte. Pero esa excursi¨®n, que cualquiera puede hacer por sus propios medios alquilando un taxi, no es apta para todos los p¨²blicos. Hay que tener resistencia f¨ªsica y esp¨ªritu de sacrificio, o, en su defecto, algunos conocimientos del Antiguo Testamento y mucha fe. A las tres de la madrugada aproximadamente -despu¨¦s de una hora de viaje desde Dahab y algo m¨¢s del doble desde Sharm el Sheij- comienza desde la falda del monte la ascensi¨®n de la columna de peregrinos que, apelmazada al principio, se va desmigando a medida que pasa la noche. La subida puede hacerse a pie, alumbr¨¢ndose con una linterna, o en uno de los camellos que los beduinos del lugar ofrecen a un m¨®dico precio (quien los usa llega arriba m¨¢s descansado para emprender el ¨²ltimo tramo del recorrido, en el que no hay ya posibilidad de auxilios animales). Una tortuosa escalera de piedra conduce a la cima, donde incluso los m¨¢s vigorosos llegan exhaustos. All¨ª en lo alto, a esas horas -las cinco y media de la madrugada, m¨¢s o menos-, hace un fr¨ªo paralizador, de modo que los avispados beduinos, con su instinto comercial, alquilan colchonetas y mantas para que los peregrinos aguarden el amanecer con algo de confort. Las mantas, tiesas, nunca conocieron el detergente ni el agua, pero no es momento de remilgos. Cada uno toma la suya y, abrigados, unos dormitan mientras llega la luz y otros entonan c¨¢nticos religiosos o hacen hechicer¨ªas. Al fin, a la hora que en cada estaci¨®n del a?o corresponda, empieza a clarear, y el paisaje majestuoso se ilumina poco a poco. El Sina¨ª est¨¢ rodeado de otros montes, uno de ellos -el monte Santa Catalina, pegado a ¨¦l-, el m¨¢s alto de toda la pen¨ªnsula. Las laderas y los picos que se divisan hasta el horizonte, entreverados unos con otros, tienen alguna semejanza con la carne rolliza y m¨®rbida que poseen algunas mujeres opulentas. Es tierra ¨¢rida y rojiza, pero, contemplada desde all¨ª, parece blanda y esponjosa. No hay silencio, pues todos cantan, rezan, conversan o se admiran; pero, a pesar de ello, la quietud y la paz del esp¨ªritu se sienten con m¨¢s cercan¨ªa que en la mayor¨ªa de los lugares solitarios y tranquilos. La vista es formidable en los cuatro puntos cardinales.
Unas horas frente a 40 d¨ªas
El descenso, con los primeros calores del sol, es m¨¢s liviano que la subida, y tiene adem¨¢s el inter¨¦s del paisaje, que ahora, en algunos tramos, asombra por su belleza. A pesar de no haber pasado cuarenta d¨ªas y cuarenta noches esperando de Dios las Tablas de la Ley, sino s¨®lo unas horas el amanecer, la columna de turistas se desliza l¨¢nguidamente, con desfallecimiento. Abajo, al pie del monte, aguarda a¨²n la visita del monasterio de Santa Catalina, fundado en el siglo VI y reconstruido parcialmente varias veces. Se trata de un monumento impresionante al que engrandece el lugar en el que est¨¢ ubicado. En el interior de sus murallas puede visitarse la bas¨ªlica de la Transfiguraci¨®n, una peque?a iglesia ortodoxa cuyo recogimiento invita de nuevo a la espiritualidad. De sus muros cuelgan algunos de los espl¨¦ndidos iconos de los m¨¢s de 2.000 que existen en Santa Catalina.
El resto del recorrido, en el monasterio o en sus afueras, es de aliento b¨ªblico. Puede verse el pozo de Mois¨¦s, donde el profeta conoci¨® a su esposa, o el lugar exacto en el que encontr¨® a los israelitas adorando al becerro de oro cuando regres¨® del Sina¨ª. Y puede verse tambi¨¦n la famosa zarza ardiente, que, aunque sin llamas ya, es, seg¨²n la leyenda, la misma en la que se le apareci¨® a Mois¨¦s el ?ngel de Dios y pronunci¨® esas palabras cabal¨ªsticas: "Yo soy el que soy". La religiosidad popular siempre ha tenido un componente excesivo de idolatr¨ªa y de fetichismo. Por eso all¨ª, en Santa Catalina, las hordas de turistas se agolpan grotescamente alrededor de la zarza intentando coger un trozo de sus ramas, una hoja, un esqueje que les permita llevarse la santidad a casa. Si Mois¨¦s volviera a bajar del Sina¨ª se escandalizar¨ªa tal vez m¨¢s que al ver a su pueblo adorando al becerro de oro. Y seguir¨ªa solo a trav¨¦s de ese desierto fascinante rumbo a la Tierra Prometida, que, aunque m¨¢s f¨¦rtil y m¨¢s fresca, no podr¨ªa ser mucho m¨¢s hermosa que aquella que para alcanzarla se atraviesa.
Luisg¨¦ Mart¨ªn (Madrid, 1962) es autor de Los amores confiados (Alfaguara).
GU?A PR?CTICA
C¨®mo llegar- La mayorista Dahab Travel(www.dahabtravel.net) tiene una oferta especial para el mes de septiembre para pasar ocho d¨ªas en Sharm el Sheij a partir de 649 euros (m¨¢s tasas y suplementos) por persona. El paquete incluye vuelo directo (ida y vuelta) a Sharm el Sheij desde Madrid y Barcelona, traslados y seis noches en un hotel de cinco estrellas con playa privada en r¨¦gimen de todo incluido. Hay excursiones opcionales (no incluidas en el precio) en el barco de cristal, subida al Sina¨ª y visita a Santa Catalina o packs para bucear.Informaci¨®n- Oficina de turismo de Egipto en Espa?a (915 59 21 21).
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