Madrid, a cuatro metros del suelo
Recorrido por el Madrid que ven las miles de personas que utilizan cada d¨ªa uno de los 28 autocares tur¨ªsticos de la ciudad
A casi cuatro metros del suelo, rozando las hojas de los ¨¢rboles del paseo del Prado y bebiendo el viento de la ciudad. As¨ª se mueven el medio mill¨®n de turistas que cada a?o usa los 28 autobuses tur¨ªsticos de Madrid Visi¨®n. Una flota de veh¨ªculos de dos pisos y ¨¢tico destechado que surcan la ciudad mediante dos rutas: el itinerario Madrid Hist¨®rico -del Teatro Real al Templo de Debod- y el Madrid Moderno, del hotel Ritz a las Cortes pasando por la Castellana.
En el paseo del Prado, 46 -frente al McDonald's-, sube en tropel una decena de turistas. Ingleses, franceses e italianos que se lanzan escaleras arriba hasta el segundo piso del autob¨²s de Madrid Visi¨®n. Y es que, seg¨²n datos del Consistorio, un 20% de los 500.000 usuarios de este servicio son espa?oles; un 35%, europeos, y un 35%, suramericanos. "Beau, bello, nice" son algunos de los calificativos que se escapan a los viajeros al sentarse. Un d¨ªa de visita panor¨¢mica cuesta 14,50 euros para los adultos y 8 euros para los menores de 16 a?os. Los ni?os de menos de siete a?os disfrutan gratis de las vistas. En un recorrido normal, sin tr¨¢fico y sin apearse del autocar, el coraz¨®n de la capital se puede ver en una hora y quince minutos.
Un 20% de los usuarios es espa?ol; un 35%, europeo, y un 35%, suramericano
Eugenia V¨¢zquez, una mexicana de 34 a?os, lleva tres d¨ªas en Madrid. Ma?ana parte a Vitoria, donde se marcha feliz: la ciudad le ha dejado un buen sabor de boca. "A tortilla de patata, jam¨®n serrano y pulpo a la gallega", reconoce. "Madrid es m¨¢s grande de lo que me esperaba", confiesa Eugenia, mientras se coloca los auriculares y selecciona el idioma espa?ol, una de las ocho lenguas en las que se puede disfrutar de las explicaciones de hitos arquitect¨®nicos como la Puerta del Sol, la plaza de Espa?a y el Museo del Prado. Desde all¨ª, y desde otros 18 puntos m¨¢s de la capital, se puede tener acceso al servicio.
Las c¨¢maras reflex que anta?o colgaban de los cuellos de los viajeros de Madrid Visi¨®n han sido sustituidas por c¨¢maras digitales de fotos o de v¨ªdeo. Pero en el paseo del Prado, desde el ¨¢tico del autocar tur¨ªstico se rozan con los dedos las hojas de los ¨¢rboles centenarios del paseo del Prado, objeto de discordia entre la baronesa Thyssen y el alcalde Alberto Ruiz-Gallard¨®n.
Tambi¨¦n se pueden fotografiar las obras, como se?ala Francesca, una turista italiana. A su derecha, las colas ante el acceso de Goya del Museo del Prado evitan como pueden las obras que rompen la estampa de la pinacoteca. Una vez superado el escollo, el autocar remonta hacia la calle de Alfonso XII, donde j¨®venes y mayores se dejan deslumbrar por los edificios que la componen. Hay quien alza la vista a trav¨¦s de las gafas de sol, quien lo hace estirando el cuello para traspasar la visera de la gorra, y quien atrapa Madrid con el disparo de una c¨¢mara digital. Pero el solaz dura poco, gr¨²as amarillas desaf¨ªan el cielo de la capital. Ya son parte de la cultura ca?¨ª de Madrid. Los cientos de turistas que cada d¨ªa suben al segundo piso de los autobuses de Madrid Visi¨®n descubren, no sin espanto, las dos gr¨²as que flanquean a la izquierda a la Puerta de Alcal¨¢, dedicada a Carlos III. Tras subir en esta parada, una pareja de coreanos miran apesadumbrados a los viajeros que ocupan los asientos del segundo piso del autocar: ni una plaza libre en el ¨¢tico destechado.
Los chotis, las jotas y el flamenco, que surgen orgullosos de los auriculares, aderezan el paseo. Un deshollinador, en uno de los tejados de la calle de Vel¨¢zquez, choca con el moderno restaurante D'E de Sergi Arola. Dos s¨ªmbolos que hablan de una ciudad en la que conviven el mant¨®n de Manila y las minifaldas de Zara. Las tiendas del barrio de Salamanca, en el que se halla la calle de Vel¨¢zquez, invitan al despilfarro con sus carteles de rebajas. Descuentos que recuerdan que Madrid est¨¢ al 50%. Las obras inundan la capital y no escapan a los ojos de los curiosos, que se ponen en pie para inmortalizar Madrid en fotos. Calles cercenadas por andamios, estaciones de metro rodeadas por verjas -el suburbano tiene cortes en 6 de sus 12 l¨ªneas- y contenedores, zanjas y materiales de obra inundan parte del centro hist¨®rico de la ciudad. "Pero el visitante olvida pronto estas molestias", se?ala Pablo, uno de los gu¨ªas del servicio tur¨ªstico.
Lo viejo y lo nuevo se dan la mano en la plaza de Col¨®n: una bandera espa?ola de 294 metros cuadrados con un m¨¢stil de 50 metros de altura y 19 toneladas corona la plaza. El ministro Federico Trillo-Figueroa, acompa?ado por el alcalde de la capital, Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano, izaron hace ya cuatro a?os ese orgullo patrio frente al monumento del siglo XIX a Crist¨®bal Col¨®n. Pero las miradas de los turistas no se centran en los s¨ªmbolos del orgullo patrio. Prefieren admirar las torres de Jerez o el Centro Col¨®n, en el que se halla el Museo de Cera. "Madrid es hermosa", afirma Felipe, un turista franc¨¦s que pasar¨¢ su semana de vacaciones en la ciudad. Lo m¨¢s apreciado: los edificios, las tapas, los museos y el vino. No en vano, la pareja de Felipe exclama en plena Gran V¨ªa: "Tenemos que ir a hacer unas compras", mientras apunta con el dedo ¨ªndice hacia el edificio que la marca de ropa de origen gallego tiene en la Gran V¨ªa.
Azotados por el viento, los viajeros surcan la arteria madrile?a. M¨¢s obras y m¨¢s andamios: en el edificio de Schweppes del hotel Capitol, en el hotel Tryp, en cines y teatros, as¨ª hasta alcanzar la plaza de Espa?a.
En la calle de Luisa Fernanda, decenas de extranjeros hacen cola a las puertas de la delegaci¨®n del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. En la calle de Ferraz, surge el Templo de Debod. "?Ruinas egipcias en Madrid?", se pregunta una de las viajeras. Los olores de la capital tambi¨¦n sorprenden a los turistas. El t¨²nel bajo la calle de Bail¨¦n huele a coche y humo. Pero Eugenia V¨¢zquez lo olvida, pues sonr¨ªe mientras una voz en sus o¨ªdos le cuenta que Madrid fue habitada en la era cuaternaria, que su s¨ªmbolo es el oso y el madro?o y que el caf¨¦ Gij¨®n sigue siendo un hervidero de las tertulias intelectuales. "Me voy para volver", dice mientras alza la vista desde Madrid al cielo.
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