Las luces y las sombras
La posici¨®n de la Iglesia institucional espa?ola, sobre todo de algunos cardenales y obispos, no tiene precedente comparado con la postura y el comportamiento de las dem¨¢s iglesias cristianas, incluidas las cat¨®licas en el resto de Europa. Quieren seguir teniendo el monopolio de las luces y de la verdad, no s¨®lo en el campo religioso, sino tambi¨¦n en el cient¨ªfico, en el educativo, en el cultural y en el pol¨ªtico. Esas pretensiones acabaron en Occidente con el Siglo de las Luces. La extensi¨®n a todos los campos del principio evang¨¦lico "la verdad nos har¨¢ libres" es el impulso y la justificaci¨®n intelectual de esas posiciones. Sin embargo, es un error hist¨®rico esa extensi¨®n a un mundo antropoc¨¦ntrico y secularizado donde el hombre es el centro y est¨¢ centrado en el mundo. Quiz¨¢, lo cierto es que se ajusta a esas condiciones culturales que arrancan de la Ilustraci¨®n y que tienen como centro la libertad y aseguran su implantaci¨®n como el cauce para construir verdades en la ciencia, en la educaci¨®n, en la cultura y en la pol¨ªtica. Es la libertad, pues, la que nos ayuda a ser m¨¢s verdaderos.
Naturalmente, estas posturas de la jerarqu¨ªa, con la aparici¨®n de la democracia, del Estado liberal y de los derechos fundamentales, quedan en Occidente un poco en el vac¨ªo. No s¨¦ si alg¨²n eclesi¨¢stico a?orar¨¢ la situaci¨®n de otras religiones monote¨ªstas, donde los jefes religiosos est¨¢n por encima y controlan a los pol¨ªticos elegidos por sufragio universal. Si fuese as¨ª, aunque no lo confesasen, deber¨ªamos concluir que est¨¢n infectados de una grave enfermedad de imposici¨®n de la ¨¦tica privada sobre la ¨¦tica p¨²blica.
Quiz¨¢, el ¨²ltimo ejemplo de ese delirio es la oposici¨®n a la asignatura Educaci¨®n para la ciudadan¨ªa por parte de esos sectores cat¨®licos, que ha culminado con la afirmaci¨®n incomprensible del cardenal Rouco de que puede ser contraria a la Constituci¨®n, que puede ser inconstitucional.
Son tesis que recuerdan a la reacci¨®n antiilustrada del siglo XIX, donde De Bonald y De Maistre, y Juan Donoso Cort¨¦s en Espa?a, defienden una sociedad teoc¨¦ntrica basada en el orden divino expresado a trav¨¦s del pensamiento de la Iglesia Cat¨®lica. Sus tesis son las mismas de los a?os cuarenta, un poco moderadas y enmascaradas a trav¨¦s no s¨®lo de apelaciones a la verdadera democracia, que ellos representan mejor que nadie, y de afirmaciones sobre su defensa permanente de los derechos humanos con una inocencia hist¨®rica que olvida el "Syllabus" y toda la restante doctrina pontificia desde la "Mirari Vos" a la "Libertas". En realidad, siguen muy influidos por el segundo Donoso Cort¨¦s del Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo (1851), del Discurso sobre la Dictadura (1849, en el Congreso de los Diputados), de la "Carta al Director de la Revue des Deux Mondes", de su discurso Sobre la situaci¨®n general de Europa (1851), de la Carta al Cardenal Fornani (1852) o de "Los sucesos de Roma" (El Heraldo, noviembre de 1848), entre otros. Releyendo la excelente edici¨®n del Ensayo del profesor Monereo en Comares aparecen muchas ideas que nuestros se?ores cardenales y obispos repiten hoy: "El orden pas¨® del mundo religioso al mundo moral y del mundo moral al pol¨ªtico. El Dios cat¨®lico, creador y sustentador de todas las cosas, las sujet¨® al gobierno de su providencia y las gobern¨® con sus vicarios. La idea de autoridad es de origen cat¨®lico" (Ensayo, p¨¢gina 15); o "No hay verdad que la Iglesia no haya proclamado, ni error al que no haya dicho anatema. La libertad en la verdad ha sido para ella santa; y en el error, como el error mismo, abominable: a sus ojos el error nace sin derechos y vive sin derechos" (Ensayo, p¨¢gina 24). Repudiar¨¢ a la "democracia insensata y feroz, sin Dios y sin ley que oprime a la unidad y conturba al mundo" ("Los sucesos de Roma", Obras completas, Tomo II, p¨¢gina 183). Un examen de las obras que acabamos de rese?ar permite encontrar en todas ellas restos de ese pensamiento. Se unen tambi¨¦n otras ideas muy arraigadas en la cultura eclesi¨¢stica, que no evang¨¦lica, como la miseria humana que desprecia al hombre en el mundo o la de los dos reinos, el de los justos y el de los pecadores, que divide e impide el desarrollo de la igual dignidad de todas las personas. La distinci¨®n muy arraigada entre jerarqu¨ªa y fieles, los pastores y el reba?o de que habla P¨ªo X, o el diferente trato a la mujer en el interior de la Iglesia, son tambi¨¦n rasgos que impiden la igual dignidad. La idea kantiana de que somos seres de fines, que no podemos ser utilizados como medios y que no tenemos precio se aplica con dificultad a esa cultura. Controlar y monopolizar, negando la autonom¨ªa a la ciencia, a la filosof¨ªa y a la pol¨ªtica, para estos eclesi¨¢sticos no son ideas medievales y superadas, sino ideas vivas y actuantes en su tarea.
Por eso no pueden admitir que la ense?anza de un Estado democr¨¢tico pueda transmitir los valores de libertad, de igualdad, de pluralismo y de justicia que est¨¢n en el art¨ªculo primero de la Constituci¨®n. Tampoco otros complementarios como la tolerancia, la solidaridad y la seguridad. Ni las reglas y los procedimientos que aseguran la convivencia desde el Estado de Derecho. Los valores son monopolio de la Iglesia y de su ense?anza religiosa. De nuevo De Bonald, De Maistre o Donoso Cort¨¦s suministran los razonamientos. Ninguna de las verdades hist¨®ricas, de las conquistas intelectuales, m¨¦dicas o cient¨ªficas, les conmueven. Con su inocencia hist¨®rica se niegan a reconocer que desde el siglo XVIII han perdido el monopolio educativo y la ense?anza en valores. Sus valores son v¨¢lidos para los creyentes y no se admite que haya valores secularizados para todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes.
La cr¨ªtica y la progresiva sustituci¨®n de la educaci¨®n cl¨¢sica criticada ya en siglos anteriores por Rabelais o Montaigne, especialmente por su concepci¨®n pesimista sobre las capacidades del ni?o, no es aceptable para ellos. Es ya la tesis de la miseria humana desde la infancia. Las posiciones de Condillac, D'Alambert, Rousseau, Filangieri o Condorcet modificaron el escenario. Aparecer¨¢ la idea de la educaci¨®n universal como derecho y como deber desde el desarrollo democr¨¢tico de la sociedad. La Chalotais, en su Essai sur l'Education Nationale de 1763, plantear¨¢ la responsabilidad del Estado en la educaci¨®n nacional. Se propugnar¨¢ la unificaci¨®n de los programas, se dise?ar¨¢n las diversas etapas educativas seg¨²n las edades de los ni?os y se impulsar¨¢n las lenguas nacionales para sustituir al lat¨ªn. Condorcet defender¨¢ la igualdad de sexos y de oportunidades educativas para las mujeres, pero ser¨¢ un diagn¨®stico a¨²n solitario.
En Espa?a, Carlos III asumir¨¢ las posiciones ilustradas y crear¨¢ los Reales Estudios de San Isidro en Madrid, proclamando a la ense?anza primaria y secundaria como servicio p¨²blico. El Conde de Floridablanca crear¨¢ el Real Seminario patri¨®tico vascongado, que Men¨¦ndez Pelayo considerar¨¢ la primera escuela laica en Espa?a. Otros autores, como Jovellanos, Cabarr¨²s o Mel¨¦ndez Vald¨¦s, defienden una ense?anza laica, com¨²n para todos los ciudadanos y en diversas etapas desde la primaria a la superior. El Emilio espa?ol, el Eusebio, una novela pedag¨®gica del ex jesuita Pedro Monteg¨®n, difundir¨¢ la nueva pedagog¨ªa y sostendr¨¢ que la moral puede ense?arse prescindiendo de la religi¨®n.
Esta corriente en Espa?a se consolidar¨¢ en el siglo XIX con la obligaci¨®n p¨²blica de una ense?anza ¨²nica y gratuita bajo la supervisi¨®n del Estado. La ense?anza laica, p¨²blica y gratuita se generalizar¨¢ en Francia a partir de la Tercera Rep¨²blica, y en Italia a partir de 1870, despu¨¦s de la unidad. En Inglaterra empez¨® la intervenci¨®n del Estado con la Ley Gladstone de 1870, y la gratuidad se estableci¨® en 1891. En todos los pa¨ªses en que avanza en el siglo XIX y se completa en el siglo XX la educaci¨®n nacional obligatoria, gratuita y laica, la escuela se reconvierte en un n¨²cleo de igualdad social y de liberaci¨®n intelectual, dos objetivos centrales del mundo moderno.
En esa l¨ªnea, la Constituci¨®n de 1978 establece el derecho a la educaci¨®n, pero permite la ense?anza privada e incluso la puede subvencionar si cumple el objetivo general de la educaci¨®n, se?alado en el art¨ªculo 27.2: "La educaci¨®n tendr¨¢ por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democr¨¢ticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales".
La ense?anza privada, concertada o no, est¨¢ sometida a estas reglas, aunque adem¨¢s podr¨¢ explicitar su car¨¢cter propio. Desconocer esta obligaci¨®n general y esta competencia plena de los poderes p¨²blicos en materia educativa es un signo m¨¢s de la desmesura de la verdad que nos hace libres. Ya dijeron los obispos en 1988 que ellos eran depositarios de verdades que est¨¢n por encima de las coyunturales mayor¨ªas, con el peso de la superioridad de la teolog¨ªa sobre el pensamiento.
As¨ª, se atreven a decir que la Educaci¨®n para la ciudadan¨ªa es incluso inconstitucional. Desgraciadamente para ellos la sociedad no les va a seguir en ese intento teocr¨¢tico de control. Es una forma m¨¢s de rechazo real a la modernidad.
Gregorio Peces-Barba Mart¨ªnez es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa del Derecho y rector de la Universidad Carlos III de Madrid.
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