Una feria sin grandes sorpresas
Para la mayor parte de los aficionados donostiarras, la feria de toros de su Semana Grande no ha deparado grandes sorpresas. Salvo el franc¨¦s Sebasti¨¢n Castella -una vez m¨¢s denotando un valor a prueba de neutrones y unas ansias encomiables por ser el n¨²mero uno del escalaf¨®n-, todo lo dem¨¢s ha surgido seg¨²n lo previsto. En cuanto al ganado, hay que significar las buenas cualidades para la lidia que acreditaron determinados toros, mas sin que pueda erigirse ganader¨ªa alguna en su completud con absoluta superioridad sobre las dem¨¢s. Quiz¨¢ ciertos toros de Cebada Gago y Victorino Mart¨ªn se hallen entre los mejores del ciclo. Los peores, los de Guardiola.
De los toreros, varios que cortaron orejas: Eduardo Gallo, L¨®pez Chaves, El Juli, El Cid, Padilla y Encabo. Sin embargo, hubo quienes, sin llegar a tocar pelo, estuvieron muy dignos, como Pep¨ªn Liria, Antonio Barrera o Fernando Cruz, entre otros. Quedan en la memoria algunos muletazos de Cruz. Tambi¨¦n en la pasada feria sanferminera este torero dej¨® una impronta excepcional, y eso que est¨¢ apechugando en los ¨²ltimos dos meses con las corridas m¨¢s duras. Con la torer¨ªa que atesora pod¨ªa estar dando guerra a los dos o tres mandamases de la fiesta, pero eso le est¨¢ vedado, por el momento. Le metieron a luchar contra los elementos y ya se sabe que en esas circunstancias los yang¨¹eses suelen vapulear continuamente a Don Quijote. Mas llegar¨¢ el d¨ªa que se codee con las figuras; con un poco de suerte, posiblemente llegar¨¢ a borrar del mapa a m¨¢s de una de ellas. La respuesta est¨¢ en sus mu?ecas y en el bravo coraz¨®n que lo acompa?a.
Ninguna ganader¨ªa puede erigirse con absoluta superioridad sobre las dem¨¢s que han pasado por Illumbe
Tampoco pasaron desapercibidos ciertos momentos m¨¢gicos de Morante de la Puebla en la corrida de ocho toros, proyectada como primera de lidia ordinaria de esta feria. En su segundo toro, sexto de la tarde, dibuj¨® unos lances bell¨ªsimos. Hasta que el toro tuvo fuerzas, Morante tore¨® con la mano derecha con suma lentitud y arte del bueno. Hacia el final de la faena sigui¨® por derechazos e improvis¨® una suerte de toreo al natural, llevando la espada a la mano izquierda. Es decir, el pa?o en la derecha y el acero en la izquierda, y en medio el duende, la gracia, el pellizco, lo distinto.
En esa misma corrida, Enrique Ponce volvi¨® a dejar patente algo que le ha pasado muchas veces. En uno de los dos que le correspondieron se hart¨® de dar pases. No par¨® de sobarlo. Fue tanta la reiteraci¨®n muleteril -en una especie feble ensimismamiento- que a la hora de matar el animal estaba exhausto, lo que le impidi¨® culminar su labor. A todos los diestros del escalaf¨®n actual, empe?ados en alargar las faenas, les har¨ªa falta conocer las rotundas palabras de Rafael Ortega, excepcional matador de los a?os, dichas hace un par de lustros para contestar al salmantino Ni?o de la Capea, quien aduc¨ªa que a un toro hab¨ªa que pegarle cien pases para cortarle las orejas. "No estoy de acuerdo contigo", contest¨® el gaditano, "porque si a un toro le pegas veinte pases, pero no de los pases que se dan hoy, sino veinte pases cogiendo al toro desde all¨ª y llev¨¢ndolo toreado hasta all¨¢, ese toro se te entrega y te pide la muerte". Am¨¦n.
Como remate final, no puede pasarse por alto el festejo que llev¨® m¨¢s p¨²blico al coso de Illumbe. Pr¨¢cticamente se llen¨®. Figuraban en el cartel el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza, el matador Sebasti¨¢n Castella y el novillero Cayetano. Sobre el papel, el dise?o de la corrida parece que lo hab¨ªa ideado Ionesco redivivo. De ah¨ª que el p¨²blico semejara un h¨ªbrido extra?o, raro, extempor¨¢neo, pero acudiente en masa a la plaza. Los resultados art¨ªsticos no rayaron al nivel esperado, excepci¨®n aparte, como ya est¨¢ dicho, en lo concerniente a Sebasti¨¢n Castella. Hermoso de Mendoza -el jinete de los Chenel, Fusilero, Chicuelo y otros esplendentes caballos-, no tuvo su d¨ªa. Como tampoco lo tuvo Cayetano. Vale decir que est¨¢ muy, pero que muy verdecito.
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