Recuerdos del 'angolazo'
Resulta inevitable. Desde hace 14 a?os, es ver una camiseta de Angola y retrotraerte a uno de los episodios m¨¢s negros de la historia de nuestra selecci¨®n. Ocurri¨® durante los Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona 92. Con aquellos 40 minutos infames termin¨® definitivamente una ¨¦poca marcada, sin duda, por un entrenador, Antonio D¨ªaz Miguel. El angolazo, como pas¨® a conocerse inmediatamente, fue el triste final de un descenso a los infiernos que, pr¨¢cticamente, hab¨ªa comenzado ocho a?os antes, en los Juegos de Los Angeles, cuando Espa?a toc¨® techo logrando la medalla de plata ol¨ªmpica con medio pa¨ªs trasnochando feliz y orgulloso de comprobar que no s¨®lo del f¨²tbol se alimentaba el deporte espa?ol.
A partir de aquello, la situaci¨®n fue complic¨¢ndose paulatinamente a pesar de que la edad media de aquel equipo rondaba los 25 a?os, lo que hac¨ªa suponer que la lista de ¨¦xitos cosechados hasta entonces no ten¨ªa por qu¨¦ cerrarse. Pero el ¨¦xito no sent¨® bien. Empezando por D¨ªaz Miguel, que cometi¨® el error de personalizar en exceso en su figura la haza?a lograda. Pero eso no fue lo peor. De la valent¨ªa para afrontar retos inimaginables a?os antes, como plantar cara y derrotar a equipos como la Uni¨®n Sovi¨¦tica, Yugoslavia o incluso Estados Unidos, se pas¨® al miedo a perder el estatus conseguido.
Al a?o siguiente se esfum¨® la oportunidad de volver a subir al podio en la semifinal del Europeo m¨¢s accesible que se pod¨ªa tener, ante un veteran¨ªsimo equipo checoslovaco al que hab¨ªamos derrotado dos veces con claridad en la fase de preparaci¨®n.
Lleg¨® el Mundial de Espa?a 86 y el ambiente ya distaba de ser el ideal. Brasil nos cerr¨® el paso y quedamos quintos. En los Juegos de Seul 88 y despu¨¦s de hacer lo m¨¢s dif¨ªcil, derrotar precisamente al potente equipo brasile?o de ?scar Schmit, Australia fue nuestro verdugo.
Ya por entonces la figura de D¨ªaz Miguel estaba bastante deteriorada. Por dentro del equipo y tambi¨¦n por fuera. Quiz¨¢s era el momento de un cambio de rumbo, quiz¨¢s Antonio debi¨® darse cuenta de que su situaci¨®n era insostenible, con buena parte de los medios de comunicaci¨®n atac¨¢ndole sin piedad y sin ninguna cobertura y defensa por parte de los jugadores. Pero se aferr¨® nuevamente al puesto y apost¨® por un nuevo ciclo ol¨ªmpico que result¨® devastador para ¨¦l y para la selecci¨®n.
En el Mundial de Argentina 90, un nuevo varapalo: d¨¦cimos. En un hotel de Buenos Aires, un ex jugador, Crist¨®bal Rodr¨ªguez, m¨¦dico del equipo y amigo ¨ªntimo suyo, se pas¨® una noche entera intentando convencerle de que aquello ya no merec¨ªa la pena; de que todo lo que hab¨ªa hecho por el equipo nacional, que fue mucho y nadie lo puede rebatir, pod¨ªa tener un desagradable final. Pero Antonio era muy testarudo y, con los Juegos de Barcelona en el horizonte, insisti¨®, con el benepl¨¢cito de la federaci¨®n, en mantenerse al frente.
Y as¨ª se lleg¨® a la cita barcelonesa. Si los problemas de comunicaci¨®n y la mala qu¨ªmica del equipo no hubiera sido suficiente, hubo una amenaza de huelga por parte de los jugadores ante los deseos de la patronal de permitir un tercer extranjero. Visto hoy en d¨ªa, resulta hasta c¨®mico dados los efectos de la ley Bosman.
Durante los Juegos, Espa?a fue de mal en peor. Hasta que lleg¨® Angola, un equipo inexistente en el panorama. La paliza fue de ¨®rdago. La sensaci¨®n de verg¨¹enza total. El banquillo, superado. Los jugadores, ausentes y probablemente inconscientes de que, adem¨¢s de suponer el fin de Antonio, tambi¨¦n ellos estaban fracasando estrepitosamente.
Minutos despu¨¦s de terminar el partido se celebr¨® la rueda de prensa m¨¢s penosa de la historia. La sala estaba llena de periodistas. Ya se sabe el atractivo de estos descalabros. No recuerdo si fue la primera pregunta, pero no tard¨® en salir. Antonio, ?has pensado en dimitir despu¨¦s de esto? Y, una vez m¨¢s, D¨ªaz Miguel, uno de los grandes art¨ªfices de la modernizaci¨®n del baloncesto espa?ol, neg¨® la evidencia. Incluso para sus detractores, aquello fue una imagen trist¨ªsima. Era un le¨®n herido, atacado por todos, pero que se resist¨ªa a su suerte.
Ante el clamor popular, la federaci¨®n decidi¨® cambiar y Lolo S¨¢inz se convirti¨® en el nuevo seleccionador.
Afortunadamente, en 1999 aparecieron en escena unos chavales dotados para este deporte como pocos. De su mano, el baloncesto espa?ol ha recuperado definitivamente su autoestima. Una autoestima que qued¨® da?ada durante una d¨¦cada por un d¨ªa para la historia. El d¨ªa del angolazo.
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