Claves de una ira
La primera vez que conoc¨ª a G¨¹nter Grass, nos peleamos furiosamente. Fue en marzo de 1975, si no recuerdo mal, que lo visit¨¦ en su hogar cerca de Hamburgo, una amplia casa rural que daba a un r¨ªo m¨¢s pl¨¢cido de lo que iba a ser, por cierto, nuestra relaci¨®n tormentosa.
Al principio, todo anduvo sobre ruedas. Me hab¨ªa tra¨ªdo a ese lugar su gran amigo Freimut Duve, eminente editor, defensor de los derechos humanos y diputado alem¨¢n socialdem¨®crata por aquel distrito. Mientras Grass cocinaba una suculenta sopa de pescado -?ya me hab¨ªan advertido que era un gran cocinero!-, hablamos sobre su obra y la influencia descomunal que hab¨ªa tenido su Trilog¨ªa de Danzig en mi propia producci¨®n. De a poco, fui deslizando la raz¨®n, menos literaria, por la cual yo hab¨ªa buscado este encuentro. Hab¨ªa viajado desde el Par¨ªs de mi exilio -providencialmente, como se ver¨¢, con mi mujer Ang¨¦lica- para proponerle a Grass que prestara su firma a una campa?a en defensa de una cultura chilena amenazada por Pinochet que hab¨ªamos armado con Garc¨ªa M¨¢rquez, Cort¨¢zar, Rafael Aberti y Matta, entre muchos otros artistas e intelectuales. Ya se hab¨ªa sumado Heinrich Boll y pensaba que no ser¨ªa dif¨ªcil convencer a este otro Premio Nobel alem¨¢n de que nos diera su entusiasta adhesi¨®n.
Cuando termin¨¦ mi exposici¨®n, sin embargo, se qued¨® callado un largo rato. Enseguida, le puso una tapa a la olla, baj¨® el gas para que se fuera guisando aquel bouillabaise tedesco con toda la lentitud que se merec¨ªa, y se fue a contemplar unos hermosos dibujos en que estaba trabajando.
Al levantar la vista, not¨¦ en sus ojos un sorprendente resplandor de c¨®lera. Y dijo: "?Por qu¨¦ no quieren asistir los compa?eros socialistas chilenos a la reuni¨®n en defensa de los patriotas checos que se har¨¢ en Francia este verano?".
Yo le expliqu¨¦ que, por mucha simpat¨ªa que tuvi¨¦ramos muchos dem¨®cratas chilenos por la primavera de Praga y la lucha de los disidentes checos, era pol¨ªticamente inviable manifestar tal predilecci¨®n en forma p¨²blica. Hubiera significado una ruptura con los comunistas chilenos en un momento en que ellos formaban parte -m¨¢s a¨²n, eran la espina dorsal- de la resistencia a la dictadura, tal como hab¨ªan sido pieza clave y leal durante el Gobierno de Salvador Allende.
Mi aclaraci¨®n no logr¨® aplacar a G¨¹nter Grass. Para ¨¦l, los sovi¨¦ticos hab¨ªan intervenido en Checoslovaquia con la misma arrogancia imperial que los norteamericanos en Chile, y era crucial denunciar simult¨¢neamente a los dos superpoderes, unirse en la defensa del socialismo democr¨¢tico, seguir buscando un modelo econ¨®mico y social que rompiera con los grandes bloques hegem¨®nicos. Y cuando yo respond¨ª que para sacarnos a Pinochet de encima no pod¨ªamos perjudicar el indispensable apoyo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, junto al de sus aliados, el autor de El tambor de hojalata, no quiso dirigirme m¨¢s la palabra. Por suerte, hab¨ªa quedado seducido con el encanto de mi mujer y dedic¨® el resto de nuestra visita a conversar animadamente con ella. Coment¨¦ m¨¢s tarde con mi amigo Freimut que, de no haber estado Ang¨¦lica presente, Grass seguramente me hubiera expulsado de su hogar. Al despedirse, eso s¨ª, me lanz¨® algunas palabras finales: "Cuando algo es moralmente correcto", dijo, "hay que defenderlo sin preocuparse de las consecuencias pol¨ªticas o personales que vamos a pagar".
Pienso ahora, treinta a?os m¨¢s tarde, en esa admonici¨®n perentoria que me espet¨®. Ser¨ªa f¨¢cil devolv¨¦rsela con altivez, echarle en cara sus propias fallas ¨¦ticas a ese hombre que me hab¨ªa exigido rectitud insobornable, preguntarle hoy con qu¨¦ derecho trataba de darme lecciones de honradez alguien que escond¨ªa en ese mismo momento su propio pasado nazi. Esa ha sido, por lo dem¨¢s, la reacci¨®n de la mayor¨ªa de los comentaristas.
Aunque tal indignaci¨®n me parece comprensible, sospecho que es tambi¨¦n intelectualmente peligrosa y hasta un poco holgazana. Porque no creo que el hecho de que G¨¹nter Grass haya ocultado durante casi toda su vida su participaci¨®n en las SS de Hitler invalide sus posteriores posturas morales o pol¨ªticas. Ten¨ªa raz¨®n en sus juicios sobre Alemania y la amnesia que la aquejaba. Ten¨ªa raz¨®n en su defensa de la revoluci¨®n sandinista. Ten¨ªa raz¨®n en que la reunificaci¨®n de su pa¨ªs debi¨® haberse llevado a cabo de otra manera. Ten¨ªa raz¨®n en que es necesario recordar a las v¨ªctimas alemanas de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Y ten¨ªa raz¨®n tambi¨¦n en el caso particular que llev¨® a que nuestro primer encuentro fuera tan desafortunado. Yo mismo se lo hice saber unos a?os m¨¢s tarde, cuando coincidimos en La Haya para una conferencia literaria, y se lo reiter¨¦ en varias ocasiones en las d¨¦cadas siguientes: los socialistas chilenos deber¨ªamos haber abrazado la causa de los disidentes de los pa¨ªses comunistas con mayor arrojo e integridad y yo mismo, como escritor, ten¨ªa una obligaci¨®n adicional de plantearme a favor de la libertad, dondequiera que se viese vulnerada.
Ten¨ªa raz¨®n G¨¹nter Grass, s¨ª, pero todos estos a?os me qued¨® dando vuelta otra pregunta m¨¢s enigm¨¢tica: ?por qu¨¦ tanta furia frente a lo que era, despu¨¦s de todo, una leg¨ªtima diferencia de opiniones? ?Por qu¨¦ tanta c¨®lera?
?se es el misterio que las revelaciones sobre el pasado de Grass permiten ahora ir -tal vez, tal vez- develando. ?No es posible que fuera precisamente ese joven nazi, ese culpable alter ego adolescente, el que demandaba a su encarnaci¨®n adulta que nunca m¨¢s se permitiera una posici¨®n que no fuera transparente, definitiva, ¨¦ticamente tajante? ?No explica eso tanto arrebato, tanta efervescencia?
Claro que hay que tener cuidado. Si algo nos ense?a la obra literaria de este autor gigante es que somos seres complejos y contradictorios y probablemente indescifrables. No ser¨ªa justo que termin¨¢ramos reduciendo toda la vida de un escritor tan magn¨ªficamente m¨²ltiple a los mensajes que sin duda le fue susurrando a lo largo de su existencia aquel ser pret¨¦rito, maligno e inocente, que segu¨ªa pernoctando en su oscuro interior, ese pasado suyo que G¨¹nter Grass nunca pudo, creo yo, perdonar.
Ariel Dorfman es escritor chileno.
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