Un sectarismo que acabar¨¢ mat¨¢ndonos
Debo el t¨ªtulo de este art¨ªculo a la generosidad de mi amiga Rosa Montero, que con esa frase terminaba hace poco una de sus estupendas columnas de EL PA?S. Lo ¨²nico que no puede permitirse la democracia espa?ola es la demagogia y el sectarismo. Conviene reparar en el sentido hondo de la palabra sectarismo para comprender toda su extensi¨®n. El sectarismo es conducta, o palabra, propia de los sectarios; es decir, de aquellos que profesan y siguen a una secta, sus secuaces, los fan¨¢ticos e intransigentes, normalmente energ¨²menos, que se dan tanto en la derecha como en la izquierda espa?ola. Y no s¨®lo en nuestras organizaciones pol¨ªticas, lo cual es muy grave, sino en la actitud incivil por excelencia que consiste en enfrentar, dividir, romper, coaccionar y sentenciar la voluntad de vivir juntos; esto es, el ejercicio pol¨ªtico esencial de la democracia: la inquebrantable voluntad de no romper por nada, ni por nadie, la concordia civil.
Entend¨¢monos: podemos no estar de acuerdo, en todo, menos en la indome?able determinaci¨®n de seguir juntos. Porque ¨¦sa es la esencia democr¨¢tica de la naci¨®n: la permanencia buscada, querida, amparada y practicada de la concordia pol¨ªtica. Concordia es la inquebrantable voluntad de vivir juntos los espa?oles. Con independencia de no estar de acuerdo, o precisamente por ello, porque hay cuestiones en la vida p¨²blica, pol¨ªtica, intelectual, etc¨¦tera, en la que no es posible estar de acuerdo, es el desacuerdo democr¨¢tico el basti¨®n que hace posible que, pese a disentir, no exista entre nosotros, los ciudadanos espa?oles, enfrentamiento alguno que perjudique y ponga en jaque la concordia de la polis, el arte delicado, inteligente y culto de la convivencia en com¨²n; o sea, de la democracia misma.
Todo lo dicho, naturalmente, implica en la actual hora de Espa?a, el ejercicio de una a?eja virtud: la finura de esp¨ªritu. No es planta que crezca muy espont¨¢nea entre los linderos de nuestra historia. Pero la ha habido, ha crecido alguna vez, y con ella se ha hecho posible lo mejor de nuestro presente: el establecimiento, tras la dictadura de Franco, de un r¨¦gimen democr¨¢tico para todos los espa?oles, amparado por la Constituci¨®n.
Creo que hoy d¨ªa la pol¨ªtica espa?ola est¨¢ sufriendo un grave ataque de sectarismo, como si fuese la gota, imputable a quienes as¨ª se comportan, s¨®lo a ellos, y en absoluto aplicable, como cr¨ªtica, a toda nuestra clase pol¨ªtica y mucho menos a la ciudadan¨ªa. En otras palabras: no todo lo que dice el Partido Popular es absolutamente retr¨®grado, reprobable, apocal¨ªptico, fuera de control, exento de sentido, cruel, signo inequ¨ªvoco de la bestia y la maldad de los tiempos. Ni, naturalmente, todo lo que propone el Partido Socialista sirve ¨²nicamente al cultivo morboso de la herej¨ªa, ni a los intereses inconfesables y malolientes de las cloacas.
No todo es horrible. No todo arrasa con todo en este momento de la hora de Espa?a. No todo sirve para tir¨¢rselo a la cabeza en cada sesi¨®n del Parlamento, y no estar¨ªa nada mal pensarlo ahora -a la sombra si es posible-, precisamente que hemos concluido el actual periodo de sesiones.
No todo sirve para convertir el Parlamente en circo, esc¨¢ndalo o espect¨¢culo escasamente edificante. No, el Parlamento espa?ol, el Congreso de los Diputados y el Senado, las Cortes Generales de Espa?a, son algo muy serio, tanto para el Gobierno como para lo oposici¨®n, que debe ser en democracia un contrapoder del Estado. Son la sede de la soberan¨ªa nacional de los espa?oles, de todos ellos, incluso de los que no quieren serlo pero tienen en ellas su representaci¨®n parlamentaria perfectamente leg¨ªtima y digna; y guardarles al Congreso y al Senado el debido respeto y la compostura como instituciones claves de la representaci¨®n democr¨¢tica del pueblo espa?ol, es hacerlo de modo directo con los sujetos de la soberan¨ªa de la que emana su representaci¨®n; es decir, todos los espa?oles.
No es posible seguir por la senda seg¨²n la cual cada sesi¨®n de nuestro Parlamento ahonda en la herida de vencedores y vencidos, fusilados y exiliados, represaliados y difuntos nacionales o republicanos (lo he dicho muchas veces: rep¨¢rese lo que sea preciso, imprescindible y de justicia a todos los injustamente tratados por una larga dictadura que secuestr¨® las libertades de los espa?oles durante 40 a?os), pero no sigamos haciendo del fantasma cruento de la Guerra Civil el soporte del incivil comportamiento parlamentario de algunos, o de muchos en demasiados momentos. De aquellos a los que no importa denigrarse y denigrar la instituci¨®n parlamentaria ni instar a la ruptura de la concordia civil entre los espa?oles.
Hay ya demasiados ofendidos en Espa?a. Hay demasiada intransigencia en el aire, demasiado malas formas, demasiado grito, demasiado exabrupto, demasiado todo. Y falta claridad en las ideas, en la exposici¨®n argumentada de los principios, en la exigencia de claridad en las pol¨ªticas, de determinaci¨®n en el cumplimiento de los objetivos y en la mejora, imprescindible, de las relaciones entre el principal partido de la oposici¨®n y el Gobierno de Espa?a, del Gobierno de Espa?a con el principal partido de la oposici¨®n. Para ello es necesaria la recuperaci¨®n de la confianza y la sinceridad en el tratamiento de los grandes asuntos del Estado: la lucha democr¨¢tica para vencer definitivamente al terrorismo y asistir a su desaparici¨®n en Espa?a, cuya iniciativa corresponde l¨®gicamente al Gobierno a la vez que ¨¦ste debe practicar el mayor ah¨ªnco en dialogar y hablar tambi¨¦n de este important¨ªsimo asunto con la oposici¨®n. Y ¨¦sta hacer un esfuerzo, tambi¨¦n, para dialogar con el Gobierno hasta donde sea democr¨¢ticamente posible. As¨ª como la inmigraci¨®n, la seguridad, la pol¨ªtica exterior, la pol¨ªtica educativa, el modelo auton¨®mico, los problemas demogr¨¢ficos, la extensi¨®n justa y positiva de las libertades civiles, la dependencia familiar, la sanidad universal, el mantenimiento de nuestro Estado europeo del bienestar, la pervivencia de los valores constitucionales, del entramado de instituciones que vertebran la democracia, del constante mimo para hacerlas entre todos m¨¢s de todos y mejores, en lo que respecta a su excelencia y continuidad democr¨¢ticas.
Y todo este sectarismo (que tiene tantas caras y tantos int¨¦rpretes) que nos lleva a no o¨ªr, a descalificar cualquier opini¨®n antes de que ¨¦sta sea emitida, a que todo sea prejuzgado a gritos extempor¨¢neos y absurdos, a que los adversarios pol¨ªticos se miren m¨¢s cada d¨ªa como enemigos de guerra y no como cuerdos contrincantes dem¨®cratas; todo esto nos va limando, nos va matando poco a poco como sociedad libre que debiera serlo cada vez mejor y m¨¢s civilizadamente democr¨¢tica.
Joaqu¨ªn Calomarde es diputado del PP al Congreso por Valencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.