El secreto de la felicidad
R¨ªo de Janeiro parece una ciudad inventada por un ni?o. Un cr¨ªo que hubiese imaginado un lugar lleno de monta?as verdes que se metieran en la playa por aqu¨ª y por all¨¢, como refugios donde esconderse por si viniesen los malos. Unas playas donde hombres y mujeres juegan al f¨²tbol d¨ªa y noche. Un paseo mar¨ªtimo lleno de bicicletas y quioscos donde por menos de un euro le pegan tres machetazos a un coco y te lo bebes con tu pajita. En las zonas m¨¢s altas de la ciudad se ven monos en los ¨¢rboles y los taxistas improvisan barbacoas mientras aguardan a los clientes. Por tener, la ciudad tiene hasta un tranv¨ªa al que te puedes subir en marcha, no es obligatorio pagar si vas de pie apoyado en los barandales, y al bajar renqueando por el acueducto de Carioca el trenecito provoca la risa en los viajeros porque se mueve como si la gente hiciera el amor.
Miras la ciudad desde lo alto del Pan de Az¨²car y es de una belleza que asusta
R¨ªo es un lugar donde hasta las favelas, las casas ilegales que la gente m¨¢s pobre ha ido construyendo a menudo sobre cerros, llamados morros, junto a las mansiones de los millonarios, tienen nombres preciosos: Morro de los Placeres, Ciudad de Dios, Rosi?a, Mangueira, Yacar¨¦, Pan de Az¨²car, Bella Flor... En esas monta?as la frontera entre lo bueno y lo malo se vuelve difusa y la polic¨ªa no siempre lleva la raz¨®n ni las de ganar. Y adem¨¢s de todo eso...
La ciudad cre¨® el carnaval m¨¢s famoso del mundo, una de las m¨¢ximas expresiones de alegr¨ªa y de las ganas de vivir. La actriz brasile?a Fernanda Montenegro, protagonista de la pel¨ªcula Estaci¨®n Central de Brasil le dijo al corresponsal de El PA?S en R¨ªo de Janeiro, Juan Arias, que la diferencia entre un brasile?o y un europeo es que el brasile?o no se averg¨¹enza de decir que es feliz. Hagan la prueba. Lleguen a R¨ªo de Janeiro en cualquier ¨¦poca del a?o. Preg¨²ntenselo al taxista, a las chicas de la playa de Ipanema, a los habitantes de las favelas, a los alba?iles...
-?Es usted feliz?
Lo asombroso no es que tantas personas afirmen que s¨ª, sino la rapidez con que lo hacen. Y c¨®mo sonr¨ªen. Las respuestas no ser¨¢n muy originales: "Si el pa¨ªs ya est¨¢ mal, ?qu¨¦ se adelanta estando triste?", dir¨¢ Giselle, de 18 a?os. "Tengo una mujer buena, un hijo que no bebe, no fuma y me respeta", contestar¨¢ el camarero Juar¨¦s, de 72 a?os. Al mulato que corre por la arena y lleva sobre su cabeza una bandeja como un gorro mexicano inmenso puesto al rev¨¦s y cargado de pi?as, a ese mulato que asusta a las chavalas de Ipanema toc¨¢ndoles el hombro de sopet¨®n y peg¨¢ndoles un grito -?Eo!-, para pelarles despu¨¦s una pi?a mientras se van apagando las risas, a ¨¦se no hace falta pregunt¨¢rselo.
Pero ?c¨®mo se puede ser feliz en un pa¨ªs donde el 1% de la poblaci¨®n acapara una riqueza mayor que la que posee la mitad de los 186 millones de habitantes? ?Feliz en un pa¨ªs con 14,6 millones de analfabetos? ?En un pa¨ªs donde cada a?o son heridas 100.000 v¨ªctimas de la violencia de las grandes ciudades y donde las balas mataron el a?o pasado a 36.091 personas? ?En un sitio donde al menos el 25% de los ciudadanos no cuenta con servicios de agua potable ni con sistemas de alcantarillado y recolecci¨®n de basura? ?Feliz en un lugar donde 54 millones de personas viven con menos de 55 euros al mes? ?En un pa¨ªs que en 2003 se permiti¨® el lujo de talar en la Amazonia un ¨¢rea equivalente a Suiza y en 2004 una zona tan grande como Israel? ?Un Estado feliz donde el a?o pasado la direcci¨®n del Partido de los Trabajadores, en el Gobierno, tuvo que renunciar a su cargo por sobornar a miembros de otros partidos para conseguir la mayor¨ªa parlamentaria del presidente Luiz In¨¢cio Lula da Silva? A causa de ese soborno fueron procesados 19 diputados y tres de ellos perdieron sus esca?os y sus derechos pol¨ªticos durante los pr¨®ximos ocho a?os. ?Feliz en un pa¨ªs donde este mismo mes una comisi¨®n del Congreso abri¨® procesos contra 69 diputados y tres senadores pertenecientes a 10 partidos distintos, de izquierdas y de derechas, del Gobierno y de la oposici¨®n, por fraudes en la compra de unas mil ambulancias para peque?os municipios?
Nada de todo eso ha impedido que el brasile?o siga levantando el pulgar cuando saluda. ?Todo bien, amigo? Todo bien. El profesor Yvo Pitanguy, cirujano pl¨¢stico de 80 a?os, una celebridad dentro y fuera de su pa¨ªs, cree que el secreto de la felicidad radica en la b¨²squeda de ella, en tener siempre un proyecto, una cosa para hacer, no estar parado nunca. "Y Brasil no para. Estamos creciendo, ocupando un pa¨ªs, y eso nos convierte en ni?os. Cuando ves a un chiquillo, casi siempre est¨¢ feliz. Nosotros tenemos un sentido muy amplio de alegr¨ªa de vivir que viene condicionado por la geograf¨ªa y el origen. Yo he aprendido mucho de mi pa¨ªs pronunciando conferencias por todas las ciudades. Cuando lo miro como un todo, siento la necesidad de entenderlo. La misi¨®n de unir este pa¨ªs es mesi¨¢nica. Pero cuando se consiga, ser¨¢ un pa¨ªs muy importante. Uno puede ser feliz porque feliz o infeliz se sobrevive de la misma forma, pero es mejor vivir siendo feliz. Creo que Brasil no s¨®lo es el pa¨ªs m¨¢s feliz del mundo, sino que merece serlo. Yo no he encontrado ning¨²n pa¨ªs que tenga nuestro sentido de la cordialidad". ?Y no piensa el doctor que el culto a la felicidad puede generar frustraci¨®n? "No. El culto a la felicidad es siempre menor del que deber¨ªa serlo. El ser humano deber¨ªa buscarla constantemente".
Un buen lugar para buscarla puede ser R¨ªo, una ciudad de seis millones de habitantes con alma de barrio. La gente baja con sus hamacas por la tarde a la playa como el que acude al bar de la esquina. Y eso, por la tarde, cuando el agua de Copacabana se va plateando, es uno de los espect¨¢culos m¨¢s bonitos del mundo. Pero al d¨ªa siguiente lees el peri¨®dico y te enteras de que el turista portugu¨¦s de 19 a?os Andr¨¦ Costa Ramos Bordalo hab¨ªa sido asesinado con un cuchillo ah¨ª en esa misma playa de Copacabana, a las nueve de la ma?ana, frente a tu hotel, tras intentar impedir que lo atracasen, a 50 metros de una cabina de la polic¨ªa militar, cuando "observaba a su madre, que entraba en el mar, y a su padre, que sal¨ªa del agua para caminar". Y otra ma?ana aparece en la portada del peri¨®dico local la foto de un grupo especial de polic¨ªas posando como los hombres de Harrelson. Acaban de matar esa misma noche, ah¨ª al lado, a unos pocos metros del hotel Sheraton, de cinco estrellas, en la favela de Vidigal, a ocho narcotraficantes. Y la vida sigue.
Miras la ciudad desde lo alto del Pan de Az¨²car o desde el Cristo del Corcovado y es de una belleza que asusta. Cada d¨ªa los cariocas m¨¢s pobres le pegan un nuevo bocado a los morros y se tragan otro pedacito de selva atl¨¢ntica. Las chabolas trepan y arrasan con todo lo verde. Por la noche es cuando se ve con mayor claridad el atentado ecol¨®gico. Las luces de las favelas cada vez ocupan m¨¢s espacio en las monta?as, cada vez suben m¨¢s alto. Pero los morros parecen impasibles, como enormes ballenas varadas o gigantes recostados que charlasen sin ninguna prisa.
-Tudo bem?
-Tudo bem.
-Beleza?
-Beleza.
Para encontrar alg¨²n sentido a tanta capacidad de sobreponerse a las desgracias hay que visitar la favela de la Mangueira, la m¨¢s legendaria de las 14 grandes escuelas de R¨ªo, con 18 premios en los carnavales desde que fuera fundada en 1928. "En este barrio, cuando se mata a alguien se le suele tirar desde la monta?a que ve usted ah¨ª, hacia las v¨ªas del tren", se?ala el taxista Telmo, de origen portugu¨¦s. Y sin embargo desde esas chabolas se viene bombeando alegr¨ªa al resto del mundo desde hace muchos lustros. Escribi¨® el poeta y letrista Vinicius de Moraes que la tristeza no tiene fin, pero la felicidad, s¨ª. En la Mangueira, sin embargo, se ven muchas caras viejas, y sobre todo negras, que parecen desmentir al poeta. Por la noche hay cientos de personas charlando al fresco, la m¨²sica suena en las terrazas, las mulatas se pasean en pantalones cortos ajustados, con chanclas o tacones, y la gente va comiendo por la calle.
"Cuando concedieron la libertad a los esclavos, en 1888, ellos no ten¨ªan nada. Ni tierra, ni dinero, ni casa, ni trabajo. Pero eran libres. Y se sent¨ªan felices. Tal vez ese recuerdo a¨²n permanece entre la gente m¨¢s pobre. Y se contagia al resto de la poblaci¨®n", indica Ronaldo Bonturi, de 48 a?os, bater¨ªa de la Mangueira. No es ¨¦poca de carnaval en R¨ªo. Pero Mangueira aprovecha la fama de su nombre para recaudar dinero. Cada s¨¢bado por la noche organiza ensayos. Madres, nietas, abuelas y hasta bisabuelas comparten pista con los turistas de bracillos hinchados por las pesas, gorra y camiseta Nike. Mucha gente del lugar antes de darse la mano, abrazarse o besarse, se marca a modo de saludo unos pasitos de samba menudos y vertiginosos.
Queda claro que la samba no es un baile cualquiera. Debe haber un complejo mecanismo invisible que une la mano del bater¨ªa con la boca y los ojos de quien baila. Es como si se le diera cuerda a una manecilla y mientras se va desenroscando el invento es imposible dejar de sonre¨ªr. Est¨¢s perdido, amigo; 50, 70, 100, 300 tambores llegan hacia ti, por debajo de tus pies, mante¨¢ndote hacia el cielo. La sonrisa sube culebreando por el cuerpo, pasa por la barbilla, las cejas y llega hasta la punta de los cabellos. Vale que puede confundirse la alegr¨ªa con la felicidad. ?Pero a cu¨¢nta gente no le gustar¨ªa tener al menos una vez a la semana un momento tan alegre como el de estas abuelas con sus nietas?
La Mangueira es "una naci¨®n dentro de otra naci¨®n", explica su presidente, Percival Pires, de 65 a?os. "La samba da alegr¨ªa. Sin alegr¨ªa no se hace un gran carnaval como el R¨ªo, que es la mayor fiesta popular del mundo", a?ade. La samba naci¨® en las favelas, a principios del siglo XX, cuando las autoridades prohib¨ªan esa m¨²sica y deten¨ªan a cualquier negro por el mero hecho de bailarla. "Sin los negros, ni habr¨ªa Brasil", ha comentado el cantante Caetano Veloso.
Su amigo, el escritor carioca y colaborador de este peri¨®dico Eric Nepomuceno cree que en el fondo de tanta alegr¨ªa, en Brasil hay un poso de tristeza. Y ah¨ª radica, seg¨²n ¨¦l, el misterio de la felicidad. "Es curioso c¨®mo de la mezcla de tres razas de gente que lleg¨® bien triste naci¨® algo tan alegre. Los africanos ven¨ªan como esclavos; los portugueses, expulsados de sus pa¨ªses con la prohibici¨®n de volver, y los indios, exterminados por los blancos. Y de todos ellos naci¨® la samba, cuyo ritmo se compone siempre, a pesar de la aparente alegr¨ªa, en tono menor, que es el tono de las composiciones tristes".
Claudia Mattos, de 39 a?os, doctora negra, compositora y miembro de La Mangueira, se declara feliz, bien feliz, cuando mira el presente de ella y de su pa¨ªs. "Mis antepasados eran esclavos y yo soy doctora. En mi clase hab¨ªa m¨¢s de 100 alumnos y s¨®lo dos ¨¦ramos negros. Con el tiempo, habr¨¢ m¨¢s. Hemos caminado mucho en este pa¨ªs. La corrupci¨®n no puede empa?ar el progreso. Era anterior a Lula. La diferencia es que hoy podemos hablar de ese problema como nunca lo hab¨ªamos hecho antes. Para los que pertenecemos a la clase media la econom¨ªa no ha mejorado mucho, pero para los que no ten¨ªan nada, s¨ª".
-?Y usted, es feliz?
Adelmo ha llegado sin camiseta al bar de Juar¨¦s y se ha pedido una cerveza.
-S¨ª. Porque yo me adapto como el barco a las olas. Si hay corrupci¨®n es por culpa de los pol¨ªticos. Pero yo me adapto. A m¨ª no me van a enga?ar ni me van a dejar triste.
El 1 de octubre en Brasil se celebrar¨¢n elecciones generales. Las calles ya llevan tiempo llenas de banderas y carteles de pol¨ªticos. En una de esas entrevistas que se hac¨ªan en la Espa?a de 1982 cuando algunos candidatos a la presidencia no ten¨ªan miedo de encerrarse en un estudio de televisi¨®n frente a un pelot¨®n de cinco periodistas que disparaban preguntas en directo... en uno de esos programas, Lula quiso decir que hay que combatir la corrupci¨®n y en lugar de eso declar¨® que hay que combatir la ¨¦tica. Tambi¨¦n pretend¨ªa decir que la econom¨ªa iba estupendamente y que lo ¨²nico que no hab¨ªa subido en Brasil era la inflaci¨®n, pero dijo que lo ¨²nico que no ha subido son los salarios.
A pesar de sus tropiezos, Lula sigue barriendo en las encuestas. El antrop¨®logo Antonio de Jes¨²s Silva cree que las denuncias de los partidos de la oposici¨®n a Lula por corrupto no funcionan. "La gente se cans¨® de o¨ªr hablar de corrupci¨®n".
En la confiter¨ªa Colombo, de R¨ªo de Janeiro, conocida en todo Brasil por sus pasteles y por su mobiliario antiqu¨ªsimo, hay una peque?a habitaci¨®n en un segundo piso. All¨ª, Joao Lopes, encargado de la m¨²sica de ambiente en el local, vende discos de m¨²sica cl¨¢sica importados de Europa. Mel¨®mano de 44 a?os, casado y con una hija a la que le encanta la m¨²sica, Joao cree que no se puede ni se debe ser feliz. En esa peque?a habitaci¨®n Joao lee a Virgilio, a Baudelaire y al ensayista estadounidense John Perkins (Autor de Confesiones de un asesino econ¨®mico, libro que versa sobre el comportamiento de Estados Unidos en el Tercer Mundo). "Soy carioca y s¨¦ que la mayor¨ªa de los cariocas se declaran felices. Pero el carioca es un poco inconsciente, vive siempre un poco ajeno a la realidad. Yo aspiro por lo menos a vivir en un pa¨ªs con pobreza pero sin miseria".
"A m¨ª me gusta la samba", dice mientras mueve los brazos y ladea la cintura como un futbolista haciendo ejercicios de calentamiento, "y me gustan las mujeres. Pero no se puede ser feliz leyendo estas cosas sobre el Tercer Mundo o viendo lo que pasa en L¨ªbano". Joao va a votar a Lula en las elecciones de octubre. A pesar de los casos de corrupci¨®n que se han llevado por delante a los hombres de confianza del presidente. "Los partidos de oposici¨®n en este pa¨ªs son como putas viejas pidiendo castidad. Han gobernado este pa¨ªs durante 500 a?os, son doctores del fino embuste. Y es verdad que el Partido de los Trabajadores hizo mal en comprar a los diputados de derecha con dinero p¨²blico. Y tal vez Lula lo sab¨ªa. Pero yo no quiero que gobiernen Brasil las prostitutas de siempre".
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