La sombra de Alatriste
Cuando salga usted del cine despu¨¦s de ver Alatriste, esa variaci¨®n de los m¨¢s sentidos sonetos quevedescos que se invent¨® Arturo P¨¦rez-Reverte para la literatura de hoy y que Agust¨ªn D¨ªaz Yanes acaba de reforzar como leyenda con una emocionante pel¨ªcula, sentir¨¢ ganas de envolverse en el Madrid que retrata. Pero casi no le ser¨¢ posible. Apenas podr¨¢ seguir el rastro de una sombra huidiza, como es la carne y la fascinante estampa que le ha plantado encima Viggo Mortensen a este personaje tan noble como desenga?ado, tan altivo como rom¨¢ntico bajo el manto de sus cicatrices. Aunque le costar¨¢ adentrarse en los callejones donde ¨¦l se bate en duelo por unos doblones, en las tabernas en las que se emborracha sin perder el sentido cerca de la calle de Toledo y se lamenta del mal car¨¢cter de la Espa?a m¨¢s envilecida junto a su amigo don Francisco de Quevedo.
Cuesta bajar el brazo de algunos personajes que lo poblaron y que parecen reproducirse sin soluci¨®n
Alatriste es el certero espejo donde buena parte de la historia de este pa¨ªs har¨ªa bien en mirarse
Le resultar¨¢ complicado imaginar el olor de los mercados, la tosca sensaci¨®n que desprend¨ªa el barro de los alfareros, casi le ser¨¢ imposible sentir el fr¨ªo que espantan estos personajes de la Espa?a dorada en miseria con calzas remendadas y la ayuda de alg¨²n guiso en caldero, y qu¨¦ decir tiene que no apreciar¨¢ el entonces estruendoso y solemne silencio de los conventos. Si viviera en Toledo, en Segovia, en ?vila, en Cuenca, le iba a ser mucho m¨¢s f¨¢cil reconocer todos esos escenarios entre l¨²gubres y vitales, recubiertos de las piedras blandas que se han ido desmoronando como el imperio que todos los Alatristes a duras penas pudieron defender con el coste de muchas picas en Flandes. Aunque sienta en el cogote el aliento y la amenaza infame de los Pacos y los Poceros que pretenden engullir todos nuestros paisajes patrimoniales a cambio de engordar sus cuentas corrientes y de paso las de algunos mercenarios de la pol¨ªtica sin principios que no entienden una sencilla idea demasiado abstracta para ellos: que hay cosas que no se venden ni tienen precio.
En esas miserias s¨ª que reconocer¨¢n algunos vicios que sobreviven al tiempo y a las modas. Pero en Madrid, poco m¨¢s queda. La metr¨®poli ha ido engullendo a la villa con car¨¢cter y le obliga a reinventarse casi a diario. Aunque algunas cosas sobreviven como pueden, como las Huertas, la calle Mayor y su Plaza, los lugares por donde pasaba la r¨²a, el paseo tradicional que recorr¨ªa el rey en carroza o a caballo entre Santa Mar¨ªa de La Almudena -no la actual, claro est¨¢, porque probablemente hubiese espantado el ojo genial de Vel¨¢zquez, que ten¨ªa el taller enfrente- y los Jer¨®nimos.
Ese Madrid eterno, donde pod¨ªas toparte a Felipe IV con su cara de zangolotino saltando de la cama de cualquier actriz o a psic¨®patas de capa negra como Gualterio Malatesta, llegados de todas partes del imperio y dispuestos a rajarte el gaznate por encargo, ya apenas sobrevive, aunque en algunas cosas es dif¨ªcil de doblegar. Como tambi¨¦n cuesta bajar el brazo de algunos personajes que lo poblaron y que parecen reproducirse sin soluci¨®n en todas las ¨¦pocas de nuestra historia como una maldici¨®n.
P¨¦rez-Reverte los retrat¨® en tinta y D¨ªaz Yanes ha elegido a varios entre toda esa fauna. Luego los ha clavado en pantalla como crucifijos de mal ag¨¹ero para retratar una Espa?a que sigue sin noticias de Dios y repleta de h¨¦roes y villanos de los que nadie hablar¨ªa despu¨¦s de muertos si no fuera porque algunos siguen preocup¨¢ndose por ellos. Junto a los m¨¢s gloriosos, como el cojitranco Quevedo o el misterioso Vel¨¢zquez, que aparece retratado en Alatriste sutil y fantasmalmente a trav¨¦s de sus cuadros, est¨¢n los m¨¢s p¨¦rfidos, como el siniestro fraile inquisidor Emilio Bocanegra o el Conde Duque de Olivares, reinventados por Juan Echanove, Blanca Portillo y Javier C¨¢mara con el poco com¨²n toque de la genialidad. Todos quedan reflejados como vaho de los dioses y del demonio entre la sombra de Alatriste, que con sus botas desgastadas, su capa de vuelo digno y su amplio sombrero de ala ancha es el certero espejo donde buena parte de la historia de este pa¨ªs har¨ªa bien en mirarse.
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