El verano m¨¢s triste de L¨ªbano
Cuando se despert¨® una ma?ana con Israel bombardeando el aeropuerto de Beirut, L¨ªbano se preparaba para el verano del siglo, para recibir a dos millones de turistas (una barbaridad para un pa¨ªs de cuatro millones de habitantes). El Time Out Beirut de julio, que los hoteles todav¨ªa conservan promet¨ªa conciertos, festivales de verano, las mejores playas... Ahora, cuando parece que por fin llegan los prometidos cascos azules, el pa¨ªs se despierta de la pesadilla de la guerra en su verano m¨¢s triste.
Todos los d¨ªas L'Orient-Le jour, el excelente peri¨®dico franc¨®fono de Beirut, lleva en su primera p¨¢gina publicidad de restaurantes que anuncian su reapertura. Desde las joyer¨ªas hasta las franquicias de las grandes cadenas internacionales, han vuelto a abrir, igual que los comercios del centro hist¨®rico, machacado durante la guerra civil y convertido ahora en una especie de centro comercial al aire libre, kitsch pero con cierta gracia. En los barrios cristianos, como Ashrafieh, las tiendas nunca cerraron. Cuando todav¨ªa ca¨ªan bombas sobre los suburbios chi¨ªes del sur, era posible tomarse una cerveza en algunos garitos de la calle Monot.
Hasta los taxis, que cobraban precios desorbitados durante los bombardeos, han rebajado sus tarifas
Una vez m¨¢s los libaneses han demostrado que tienen una capacidad incre¨ªble para recuperarse del desastre. Incluso en los pueblos arrasados del sur, como Bint Jbeil o Jiam, es casi imposible que el extranjero no sea invitado a un vaso de agua, un bien muy preciado, en una casa reventada. En Tiro, una de las ciudades del Mediterr¨¢neo que m¨¢s historia cl¨¢sica concentra, los libaneses han vuelto a lanzarse a las playas y al paseo mar¨ªtimo. En las carreteras se puede circular con cierta normalidad. Hasta los taxis, que cobraban precios desorbitados durante el conflicto, han rebajado sus tarifas.
En todas partes falta algo: los turistas. Los grandes hoteles de Beirut, desiertos, ofrecen descuentos sustanciales a periodistas y trabajadores de ONG. Las tiendas de lujo, preparadas para recibir a los millonarios turistas del golfo P¨¦rsico o a los emigrantes libaneses de vacaciones, ofrecen un aspecto desolador. Los grandes restaurantes no tienen clientes y, lo que es peor, tampoco los esperan.
En un chiringuito que ofrece bebidas y una carne dura, situado en Naqura, frente al cuartel general de los cascos azules, a unos cientos de metros de la frontera con Israel, la due?a rememora como tuvo que salir de su pueblo a causa de la guerra, en los a?os ochenta, y como mont¨® su restaurante. No hace falta que explique que su negocio vivi¨® tiempos mejores. Su esperanza se basa en la llegada de los refuerzos de tropas internacionales. Casi nadie conf¨ªa en que vuelvan los turistas, en que L¨ªbano sea un pa¨ªs "normal", sin guerras, ni bombardeos, ni desplazados. Pero, como si ignorasen su propia historia, lo que quiere decir sus propias vidas, los libaneses siguen adelante. Si hay un pa¨ªs que merezca un verano del siglo es sin duda ¨¦ste.
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