El bien nombrado
He vuelto a buscar de nuevo entre las abundantes fotograf¨ªas que conservo de Naguib Mahfuz. Buscaba una en concreto, que hace unos a?os recort¨¦ de un peri¨®dico ¨¢rabe. Aparentemente, era de una fecha cualquiera, pero de hecho no. Naguib Mahfuz, el un¨¢nimemente reconocido como padre de la novela ¨¢rabe moderna, el ¨²nico escritor en esa lengua galardonado hasta ahora con el Premio Nobel de Literatura -aunque la literatura ¨¢rabe viene mereciendo desde hace tiempo bastante m¨¢s que esa singular distinci¨®n-. Cumpl¨ªa 91 a?os. Era un 11 de diciembre. Advert¨ª entonces algo que para muchos no pasa de ser un dato, un detalle anecd¨®tico, pero que para otros es m¨¢s: un signo, un emblema. Es sagitario.
Aquella foto suya me sorprendi¨® desde el primer momento que la vi. Me asust¨® tambi¨¦n un poco, y sobre todo me reafirm¨® en algunas de mis ideas y convicciones sobre este hombre excepcional. Excepcional en lo que es y todo lo que representa. Es una fotograf¨ªa prodigiosa, porque Mahfuz, decr¨¦pito ya, huesudo y perfilado, con incipiente barba semidescuidada (yo creo que era la primera vez que lo ve¨ªa con barba), parece estar a punto de ser vencido por el tiempo, pero tambi¨¦n parece dominarlo.
Es una impresi¨®n enga?osa. En realidad, todo el tiempo est¨¢ en ¨¦l, en las manos mimbrosas que siguen aferr¨¢ndose al objeto, en los ojos cansados y semiciegos que siguen viendo, sin embargo, todo. Esa lengua tan hermosa y tan sabia en la que t¨² escribes, que te ha valido para que recrearas su prosa en tu escritura, tiene dos verbos para expresar el hecho de ver, el ver f¨ªsico y el ver mental. ?Con cu¨¢nta maestr¨ªa empleas los dos y los sit¨²as, t¨², absolutamente l¨²cido en los dos caminos de visi¨®n! Todo el tiempo est¨¢ en tu boca firmemente apretada, en la espaciosa frente limpia.
Se ha dicho siempre que Mahfuz representa ejemplarmente a Egipto. En esa imagen se consigue de manera asombrosa y excepcional. Todo parece eterno, intemporal. Como en realidad no es, pero que s¨ª lo parece, y lo creemos firmemente en Egipto. Es la magia prodigiosa del s¨ªmbolo. Y poco nos importa al final que sea enga?o, o sea verdad. El Mahfuz de esa foto es el Mahfuz m¨¢s aut¨¦ntico y entero.
Casi todo el mundo est¨¢ de acuerdo en que Naguib Mahfuz tiene un valor y un significado ejemplares, incomparables. Yo no quiero sugerir explicaciones m¨¢s o menos imaginarias, evasivas, indemostrables. Prefiero en este punto entrar en la pulpa y en la materia de la lengua. Quiz¨¢ podamos explic¨¢rnoslo, al menos parcialmente, a partir de su propio nombre, a partir de c¨®mo se llama y c¨®mo le identificamos y conocemos. Hagamos caso tambi¨¦n en esto a los poetas, porque los grandes poetas nos recuerdan que los nombres, que las palabras, "significan". Y tu nombre, Naguib Mahfuz, constituye un ejemplo y una demostraci¨®n cabales de esa creencia. Por partido doble adem¨¢s: los dos, y no uno solamente.
Porque no se puede ser naguib -modalidad fon¨¦tica egipcia, propiamente cair¨ª, del ¨¢rabe com¨²n nayib- sin ser de noble condici¨®n, magn¨¢nimo, desprendido; sin ser tambi¨¦n fecundo, porque no por casualidad la ra¨ªz de la que ese nombre deriva significa tambi¨¦n procrear. ?Cu¨¢ntos hijos literarios has tenido, padre eminente y generoso! Mahfuz es lo que se guarda, lo que se conserva, lo que se atesora en la memoria, porque es digno de que as¨ª se haga y as¨ª lo merece. Una especie de patrimonio, de legado, de herencia. Y para todos, sin distinci¨®n. Justamente lo que Mahfuz es.
Por ello, t¨², el bien nombrado, ten¨ªas que ser la voz, el int¨¦rprete, de algo bien nombrado tambi¨¦n, cabalmente nombrado, intencionadamente nombrado como es. Ese algo es El Cairo. Resulta una l¨¢stima y una irreparable devaluaci¨®n que a esta prodigiosa ciudad se d¨¦ en lengua espa?ola el nombre en masculino. ?Cuant¨ªsimo pierde con ello! Tu hermosa y sabia lengua se lo da en femenino, que es lo que le corresponde por alcurnia y por naturaleza: Al-Q¨¢hira, que significa literalmente La Triunfadora.
Si Naguib Mahfuz es el bien nombrado, desde el mismo tu¨¦tano nominal, El Cairo no le va en absoluto a la zaga. Estaban destinados a entenderse, a fundirse, a dar a la Humanidad y al mundo entero un mensaje com¨²n, un mensaje que conjuntamente crean y que conjuntamente mantienen, porque creen en ¨¦l. Quiz¨¢ por ello, El Cairo es menos sin Naguib Mahfuz y Naguib Mahfuz es menos sin El Cairo. Los dos son definitivamente ellos, una unidad, una totalidad plena. Por ello este hombre ha sabido ver, comprender, interpretar, penetrar, sentir y amar a la ciudad por entero, en cada uno de sus detalles, rasgos, secretos, enigmas, insinuaciones, gestos.
No se puede conocer plenamente al uno sin conocer al otro. Si su uni¨®n es perfecta y hermosa es porque es entra?able, al tiempo carnal y espiritual. Constituye el caso infrecuente de dos seres surgidos para encontrarse y para fundirse, en c¨®pula neta e intacta, totalmente sincera y mutuamente entregada. Por eso han estado unidos y seguir¨¢n est¨¢ndolo. Todos los vencejos que cruzan y pueblan los cielos de El Cairo, desde Fustat hasta Zamalek, desde Roda hasta la Ciudadela, desde Sayyeda Zenab hasta Ben el-Qasr¨¦n, cantar¨¢n siempre el nombre de Naguib Mahfuz, y Naguib Mahfuz ir¨¢ con ellos en su vuelo eterno y final. Volando hasta un lugar m¨¢s profundo y extenso que el firmamento. Hasta la entra?a de la tierra de tu pa¨ªs, de Egipto. Todos los p¨¢jaros aprender¨¢n el camino que t¨² les ense?ar¨¢s.
Pedro Mart¨ªnez Mont¨¢vez es arabista y profesor em¨¦rito de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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