Perico Pereiro en Tierra de Campos
El ciclista gallego ser¨¢ el gregario de lujo de Alejando Valverde hoy en El Morredero
Un cuento, una metamorfosis. Una llamada telef¨®nica una noche de Tour -?scar, soy Perico- inici¨® la transformaci¨®n. Una jornada de piernas de reques¨®n, de pulmones de fuego, subiendo La Covatilla, completada con un relajado rasgueo a la Fender Stratocaster del Cadillac solitario de Loquillo que tanto le gusta, aceler¨® el proceso. La hermosa y veloz, 42 por hora, viento de espaldas, traves¨ªa de Tierra de Campos -tierra de espejismos, palomares como pagodas, rectas de asfalto en un mar amarillo, rastrojos y barbechos, ocres negros, girasoles abrasados, encinas despistadas, cunetas en las que estoicos aficionados persiguen las m¨ªnimas sombras-, ayer, lo complet¨®. El estreno p¨²blico, hoy, en El Morredero. Ante todos ustedes, surgido de las contingencias que impone el ciclismo a sus practicantes, el nuevo, el ¨²nico, el inigualable, Perico Pereiro.
Hushovd, tras vestir unos d¨ªas de amarillo, logr¨® al fin levantar los brazos en se?al de victoria
Pereiro, ?scar, fue Perico aquel d¨ªa del Tour, etapa de la Toussuire, en que, aconsejado por el mism¨ªsimo Delgado la noche anterior, tendi¨® a Floyd Landis una emboscada de sed y privaciones que dej¨® al americano perdido y exhausto y a ¨¦l con, de nuevo, el maillot amarillo. Despu¨¦s de aquel d¨ªa, Pereiro, que termin¨® su f¨¢bula del Tour de Francia como vencedor virtual a la espera de la descalificaci¨®n por dopaje de Landis, continu¨® asumiendo rasgos de la personalidad aparente del escalador segoviano, simpat¨ªa, don de gentes, accesibilidad, caracteres que le vinieron muy bien en agosto para fomentar su cota popular, para sobrevivir el asalto medi¨¢tico, para convertirse en estrella y no romper la armon¨ªa, el equilibrio de poderes con Alejandro Valverde en su equipo, en el Caisse d'?pargne. Y despu¨¦s de lo que pas¨® el mi¨¦rcoles en La Covatilla, la esperada confirmaci¨®n de Valverde, el esperado desfallecimiento de Pereiro, un nuevo aspecto de la carrera de Perico est¨¢ preparado para ser vampirizado por el inteligente gallego: el talante de currante generoso, de hombre de equipo, de trabajador devoto de su l¨ªder.
Un periodista amigo se le acerc¨® a Pereiro en la salida de Zamora, donde los aficionados jugaban al escondite con la polic¨ªa, y le coment¨® lo espectacular que ser¨ªa que ¨¦l, todo un ganador del Tour, se remangara en la Vuelta, se olvidara de la victoria y, como Perico, otro hombre Tour, hiciera en los ¨²ltimos a?os de su carrera con Indurain, el mito, dejara todas sus fuerzas en la tarea de ayudar a Valverde a ganar la Vuelta. "Ser¨¢s a¨²n m¨¢s idolatrado por la afici¨®n", le prometi¨® el periodista. "Pero eso est¨¢ fuera de toda duda", le respondi¨® el gallego, ajust¨¢ndose con cuidado las patillas de las Oakley sobre las orejas. "Ya pensaba hacerlo, y no como maniobra de cara a la galer¨ªa, sino porque as¨ª, sinceramente, lo pienso". Metamorfosis absoluta. Prueba conseguida.
El toque de proclamarse sincero seguramente termin¨® de fraguarse ayer, en el austero paisaje de Tierra de Campos, en el aire seco en el que Pereiro ya ansiaba sentir alguna brizna de brisa marina, alg¨²n olor de su Galicia, a donde la Vuelta llegar¨¢ ma?ana. Pero antes, punto intermedio, moj¨®n de paso, en el coraz¨®n del Bierzo, dando sombra a Ponferrada, El Morredero, la segunda llegada en alto de la Vuelta, el segundo duelo Sastre-Valverde, la segunda oportunidad para Di Luca, el l¨ªder bul¨ªmico, el que dice que s¨®lo le gusta ganar, sean etapas, sea la Vuelta, pero que en esto no cree tanto, tan dif¨ªcil le parece.
Pero antes, ayer, el aire castellano-leon¨¦s, a favor, ardiente, instal¨® en algunos corredores, en los sprinters que quedan -todos menos McEwen, el australiano loco que lleg¨® fuera de control la v¨ªspera- tal fuerza, un optimismo tal que todos entraron con ganas en la llegada, ocupando el ancho de la calle para pasmo y pavor de los fot¨®grafos. Si hasta Alessandro Petacchi, el deseado, por fin encontr¨® energ¨ªas para llegar delante. Fue el suyo, el del italiano que se rompi¨® la rodilla en mayo, un sprint puramente individual, solitario, lejano y paralelo al que por el centro de la recta lanzaba su compa?ero Zabel, el alem¨¢n a quien el subid¨®n de adrenalina volvi¨® a consolar un d¨ªa m¨¢s tras ser superado en los ¨²ltimos metros por su joven compatriota Greipel y por el coloso noruego Hushovd, quien finalmente, tras vestir unos d¨ªas de amarillo, logr¨® levantar los brazos en se?al de victoria.
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