Novelas con aroma a tr¨¢fico
En pleno furor de 'Alatriste', un paseo por el otro Madrid literario que narra la fisonom¨ªa y las pasiones de la ciudad de hoy
Ni espadachines ni corralas. Estas novelas ponen negro sobre blanco (y seis de ellas, tambi¨¦n en celuloide) la transici¨®n, la movida, los atascos, la inmigraci¨®n o el desencanto juvenil del final del milenio. Alatriste, la pel¨ªcula, vuelve a poner de moda las rutas guiadas por lo que queda de la Corte del siglo XVII, como ya hicieron las novelas de P¨¦rez-Reverte. Pero hay vida despu¨¦s de Quevedo y el Madrid contempor¨¢neo tambi¨¦n se cuela en los libros.
La ciudad se planta en el t¨ªtulo de La calle Valverde (Max Aub), que recoge el inicio de la modernidad, los a?os veinte, cuando se erigi¨® la torre de Telef¨®nica, un rascacielos que parec¨ªa tra¨ªdo de Nueva York, seg¨²n cuentan los personajes. En los vanguardistas experimentos de Camilo Jos¨¦ Cela y Luis Mart¨ªn Santos, San Camilo, 1936 (un mon¨®logo que increpa en segunda persona), y Tiempo de silencio (que emplea tres personas narrativas), Madrid es una ciudad ideol¨®gica como Dubl¨ªn en el Ulises de James Joyce, un v¨¦rtice que resume la historia de Espa?a.
Hay libros que describen un lugar concreto de tal forma que lo fijan en la memoria del lector. Atocha es esa ballena varada acosada por par¨¢sitos de la detectivesca Beltenebros. Existe una casa en Ventas que siempre ser¨¢ el hogar del paranoico obsesionado por los basureros de Ventajas de viajar en tren; como el chal¨¦ de Zurbano, que nunca dejar¨¢ de ser el hogar de los abuelos burgueses de la rebelde Malena es nombre de tango.
La inspiraci¨®n puede estar en cualquier sitio, en los entornos cultos y sofisticados de las novelas de Javier Mar¨ªas, o en insospechados rincones como Mercamadrid donde un taxista seduce a Patty Diphusa, musa de la movida, con un kilo de langostinos.
Bajo la mirada de Manolito Gafotas, Carabanchel es un universo m¨¢gico donde todo el mundo tiene un mote porque Elvira Lindo, que creci¨® en Moratalaz, reivindica la periferia como lugar literario. Tambi¨¦n Lorenzo Silva, vecino de Getafe, tiene una trilog¨ªa de novelas juveniles sobre su municipio. En La flaqueza del bolchevique, el autor monta en cuanto puede a su yuppie enamorado de una ni?a en el coche. Con Judas Priest en la radio, cualquier madrile?o se siente identificado: "Es lunes (un puto lunes), temprano (la puta de temprano), estoy en el coche (el puto coche), en un atasco (puto atasco) [...] y ahora va el guardia y corta la Cibeles".
Los barrios de la ciudad moderna viven en constante transformaci¨®n. En su nueva novela, Mario Vargas Llosa refleja la metamorfosis de Lavapi¨¦s en una Babilonia urbana poblada por inmigrantes en busca de un sue?o. Hay barrios, sin embargo, que cambian m¨¢s despacio. Manuel Longares disecciona en Romanticismo el de Salamanca desde la muerte del Caudillo a 1996. Su retrato de c¨®mo se adapta la alta burgues¨ªa es inseparable de ese "cogollito" de calles nacionales.
Hay veces que una ciudad no es m¨¢s que un bar. "No te enga?es", dice uno de los parroquianos de el Limbo, en El cielo de Madrid, "todo lo que puedas ver por ah¨ª est¨¢ aqu¨ª. No en Madrid; en este bar, en la esquina de esta calle... Y lo que no, est¨¢ en el Museo del Prado". En el Kronen, los ni?atos de Jos¨¦ ?ngel Ma?as se re¨²nen por las tardes para tomar minis y bravas y pillar antes de salir. Los pijos de las urbanizaciones de principios de los noventa dejaban all¨ª los WV Golf para montarse en un solo coche y recorrer la ciudad colocados, molestando a los "travelos" de Capit¨¢n Haya o conduciendo en sentido contrario por la "Emetreinta". Aventuras de una generaci¨®n X sobre el eje de la Castellana. Quiz¨¢ de haber nacido ahora, al Capit¨¢n Alatriste, m¨¢s que por poner una pica en Flandes, le dar¨ªa "por perseguir el mar dentro de un vaso de ginebra", como cantaba Sabina en Pongamos que hablo de Madrid.
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