Un adi¨®s de sangre
James Ellroy dedic¨® La dalia negra a su madre, Geneva Hilliker Ellroy (1915-1958): "Madre, 29 a?os despu¨¦s, este adi¨®s de sangre". En Los ?ngeles, ciudad del cine negro, un d¨ªa de enero de 1947, La dalia negra aparece cortada en dos en un descampado, desnuda, "biseccionada a la altura del ombligo", dice el forense. El peor crimen de mi vida, jura un polic¨ªa veterano. La madre de Ellroy apareci¨® estrangulada en un callej¨®n de Los ?ngeles el 22 de junio de 1958, y nunca se detuvo al criminal. La muerta de 1947 ser¨¢ La Desconocida 31 hasta que los peri¨®dicos la llamen dalia negra por sus trajes de raso. Es lo m¨¢s explosivo desde la bomba at¨®mica, sentencia un periodista, mientras en los cines triunfa La dalia azul, de George Marshall, con Alan Ladd y gui¨®n de Raymond Chandler. El mito de la novela negra es una invenci¨®n del cine negro.
El polic¨ªa se llama Blanchard, que tuvo una hermana, perdida a los nueve a?os y no encontrada jam¨¢s, quiz¨¢ martirizada como La dalia. James Ellroy demuestra que la literatura criminal vive de los resplandores de las salas de cine y de la memoria de las sombras personales. La dalia, Elizabeth Ann Short, de 23 a?os, ni?a fatal, novia de soldados y aviadores, actriz aspirante, embustera, loca por el cine, puta, d¨¦bil estrella de una pel¨ªcula pornogr¨¢fica, ser¨¢ la obsesi¨®n de dos polic¨ªas fraternales. Los dos, Blanchard y Bleichert, fueron boxeadores, un demoledor carnicero pesado y un peso medio de poca densidad muscular y buen juego de piernas, bestialidad y estilo, dos caras de una moneda mani¨¢tica. Polic¨ªas y asesinos respiran el mismo ambiente criminal, cine negro puro.
Ellroy trabaja casos sin resolver, vidas sin resolver. Sus polic¨ªas, de una capacidad criminal verdaderamente atl¨¦tica, torturan con pu?os de hierro y pentotal, atracan bancos, extorsionan y matan. Los hombres, en general, suelen ser crueles, pero sensibleros. La sexualidad manda, corrompida, de una religiosidad fan¨¢tica y sin Dios, s¨®lo culpable. ?ste es el mundo de Ellroy, su Hollywood inmoral de chantajes y asesinatos misteriosos como el pasado, los a?os cuarenta y cincuenta. Las mujeres son vulnerables, y fuertes. Kay Lake, la hero¨ªna de La dalia..., aparece en escena lanzando aros de humo y apoyada en un coche de la polic¨ªa, amiga de ladrones y detectives, belleza de largo cuello y facciones inarm¨®nicas. Es m¨¢s inteligente que los hombres. Mira las cosas desde un punto de vista est¨¦tico, moral y financiero. Supera a sus enamorados en buen gusto, es decir, en juicio.
Se quieren los dos polic¨ªas y Kay Lake, ahora Scarlett Johansson en La dalia negra, de Brian de Palma. Viven juntos, van juntos al cine, y un d¨ªa Kay coge las manos de los dos en una escena de miedo. Baila con los dos en las salas de fiesta. Es maestra y subraya libros raros con l¨¢piz amarillo. Viendo a sus dos polic¨ªas pose¨ªdos por La dalia, sugiere soluciones al caso: hay dos asesinos, o eso se?ala la existencia de heridas sucias y heridas limpias en el cad¨¢ver. Ellroy es experto en esos detalles que filtran los peri¨®dicos, como si recordara a aquel Edgar Allan Poe que resolvi¨® el asesinato de una mujer en Nueva York por lo le¨ªdo en la prensa. La atenci¨®n al clima hist¨®rico y moral de 1947 coincide con la fascinaci¨®n por las pel¨ªculas de la ¨¦poca. Errol Flynn, vestido de h¨¦roe de guerra, se cruza en las p¨¢ginas de Ellroy con la familia terror¨ªfica de un magnate inmobiliario de Hollywood.
"Mi muerte te ha dado una voz", oy¨® una vez Ellroy al fantasma de su madre, y escribi¨® Mis rincones oscuros, la reconstrucci¨®n del asesinato de la se?ora Ellroy. Escribir historias de cr¨ªmenes es desandar malos pasos, adivinaci¨®n del pasado, como andar hacia atr¨¢s. La repetici¨®n es el secreto de la pornograf¨ªa, pero tambi¨¦n de la culpa y los remordimientos. Las novelas del Cuarteto de Los ?ngeles de James Ellroy tienen mucho de tardes y tardes en cines a oscuras, como cuando uno cierra los ojos y les da vueltas a las cosas y a la imaginaci¨®n. La luz de cine negro difumina la separaci¨®n entre el bien y el mal: la indefinici¨®n moral concluye en gestos terminantes, rituales, cada vez m¨¢s rituales, par¨®dicos, de las pel¨ªculas de 1940 a las pel¨ªculas del siglo XXI. El pasado, espectacular e ¨ªntimo, imaginario o real, es una cantera de culpas y draumas, esa palabra que invent¨® James Joyce cruzando trauma y drama.
Las fantas¨ªas criminales acumulan en poco tiempo y poco espacio una imposible cantidad de maldades, como en una comisar¨ªa durante una jornada desastrosa. ?Imaginar un perverso 1947 vale para ver m¨¢s claro en 2006? Los polic¨ªas ben¨¦fico-malvados de Ellroy, en pareja, como Bleichert y Blanchard, son dos caras de una sola personalidad esquizofr¨¦nica, dijo una vez Jean-Patrick Manchette.
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