Afganist¨¢n se hunde en la violencia y la corrupci¨®n
El fracaso de la reconstrucci¨®n sume al pa¨ªs en un c¨ªrculo vicioso de droga e insurrecci¨®n
Nunca, desde que Estados Unidos, al frente de una coalici¨®n internacional, derroc¨® al r¨¦gimen talib¨¢n en noviembre de 2001, fueron tan fieros los combates que enfrentan a la insurgencia con las tropas extranjeras. Nunca hasta la pasada primavera se palp¨® tan f¨¢cilmente el cansancio de la poblaci¨®n con la corrupci¨®n rampante y la ineficacia del Gobierno democr¨¢ticamente electo y apoyado por Washington de Hamid Karzai. Nunca hasta este a?o se ha hecho tan evidente el fracaso de la comunidad internacional en la restauraci¨®n de la vida civil en Afganist¨¢n, y nunca en la turbulenta historia del pa¨ªs se multiplic¨® con tanta rapidez el cultivo de las opi¨¢ceas.
George W. Bush decidi¨®, nada m¨¢s producirse los atentados del 11-S acabar con sus inspiradores: Bin Laden y Al Qaeda. En menos de un mes, los bombarderos norteamericanos atacaban su guarida en el sur de Afganist¨¢n y tres semanas m¨¢s tarde ampliaban su ofensiva para derrocar al r¨¦gimen talib¨¢n que les cobijaba.
La insurgencia se nutre del descontento y la falta de expectativas de los j¨®venes, sobre todo pastunes, la etnia mayoritaria
Cinco a?os despu¨¦s, la sombra de Irak planea sobre los sufridos afganos y rompe su confianza en el futuro
Cinco a?os despu¨¦s de que los sufridos afganos recibieran como una bocanada de aire fresco el acuerdo entre Estados Unidos y la Alianza del Norte para echar de Kabul a uno de los reg¨ªmenes m¨¢s represivos del planeta, la sombra de Irak planea sobre Afganist¨¢n y rompe su confianza en el futuro.
Violencia, droga e ilegalidad
Como una pel¨ªcula ya vista, el tel¨®n afgano se levanta lentamente sobre el escenario de caos, sangre, horror y muerte que se repite en Irak desde la invasi¨®n norteamericana. Con los ojos cerrados ante la repulsi¨®n que los atentados suicidas generan en los afganos, el pa¨ªs se hunde hora tras hora en el c¨ªrculo vicioso de la violencia, la droga y la ilegalidad.
?D¨®nde est¨¢n las f¨¢bricas, las carreteras, las escuelas, la electricidad, el agua, el trabajo? ?D¨®nde las promesas de una vida mejor?, se preguntan los civiles.
Mientras, en el sur, las operaciones militares se multiplican alentadas por el hostigamiento de los rebeldes. Estados Unidos, que hasta este a?o prosegu¨ªa en solitario su campa?a contra los restos de Al Qaeda y del r¨¦gimen talib¨¢n, decidi¨® pasar la patata caliente de la pacificaci¨®n de Afganist¨¢n a la OTAN, que desde 2003 tiene el mando de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad en Afganist¨¢n (ISAF). Para ello, la Alianza Atl¨¢ntica aument¨® el n¨²mero de sus efectivos desde los 6.000 que ten¨ªa a principios de 2006 a los 9.500 actuales, que para finales de a?o llegar¨¢n a 13.000 o incluso a 30.000 si se confirmara la unificaci¨®n bajo bandera de la OTAN de las tropas que a¨²n mantiene en pie de guerra Washington en el sureste de Afganist¨¢n. Espa?a tambi¨¦n ha aumentado su contribuci¨®n militar y ahora tiene unos 700 soldados.
Frente a ellos, la insurgencia nutre sus filas en el descontento y la falta de expectativas de los j¨®venes, sobre todo pastunes, la etnia mayoritaria en Afganist¨¢n (40% de la poblaci¨®n), castigada hasta ahora por ser cuna del r¨¦gimen talib¨¢n (1996-2001). Washington se apoy¨® para invadir el pa¨ªs en las minor¨ªas tayika y uzbeka, que son las que se han hecho con buena parte de los puestos de la Administraci¨®n. Los funcionarios no s¨®lo tienen acceso a casi los ¨²nicos sueldos estables y legales que hay en el pa¨ªs, sino tambi¨¦n a todo un abanico de influencias en una sociedad en la que las lealtades tribales tienen m¨¢s importancia que las obligaciones legales.
M¨¢s de 2.000 soldados de la OTAN, en su mayor¨ªa canadienses, y del Ej¨¦rcito Nacional Afgano participan estos d¨ªas en la llamada operaci¨®n Medusa, la m¨¢s sangrienta desde que se dio por acabada la guerra, a finales de 2001. La Alianza Atl¨¢ntica lanz¨® esta ofensiva apenas un mes despu¨¦s de tomar el relevo del Pent¨¢gono en la provincia de Kandahar el 31 de julio
. Con ella pretende limpiar de rebeldes el distrito de Panjwayi, unos 30 kil¨®metros al oeste de la ciudad de Kandahar, antiguo feudo del mul¨¢ Omar, la m¨¢xima autoridad talib¨¢n, quien, al igual que Bin Laden, es uno de los enemigos m¨¢s buscados por EE UU.
Los portavoces de la OTAN informaron a mediados de esta semana de que en los combates han muerto una veintena de soldados de la Alianza y m¨¢s de 250 talibanes. Adem¨¢s, alrededor de 200 rebeldes huyeron y otro centenar fue capturado. No hay ninguna confirmaci¨®n independiente de estos hechos. Por el contrario, las autoridades locales han protestado por la muerte de civiles, y el mul¨¢ Dadul¨¢, uno de los m¨¢s poderosos comandantes talibanes, calific¨® estos datos de "falsos".
La ofensiva rebelde de este a?o se inici¨® tan pronto como el deshielo facilit¨® los movimientos de los insurgentes. Los aviones de EE UU y de la OTAN se han empe?ado a fondo en bombardear caminos, supuestas grutas de los talibanes y aldeas, pero cuanto m¨¢s duro han golpeado las fuerzas de la coalici¨®n internacional, m¨¢s fuerte, decidida y arriesgada se ha hecho la resistencia, que encuentra en el vecino Pakist¨¢n abrigo y cobijo.
Las relaciones entre los dos vecinos, tradicionalmente privilegiadas, atraviesan por uno de sus momentos m¨¢s bajos. Esta semana, el presidente paquistan¨ª, Pervez Musharraf, viaj¨® a Kabul, no s¨®lo para tratar de frenar el deterioro de las relaciones, sino, sobre todo, para explicar a su anfitri¨®n, Hamid Karzai, el acuerdo firmado el martes con las milicias protalibanes del distrito fronterizo de Wazirist¨¢n Norte. Musharraf pretende que Karzai comprenda que necesita paz en esa zona para hacer frente a los independentistas del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n de Baluchist¨¢n (suroeste del Pakist¨¢n).
La violencia que azota los dos pa¨ªses debilita a Karzai y Musharraf, que, como grandes aliados de EE UU en su lucha contra el terror, se han colocado en el punto de mira de los muchos radicales que habitan en sus respectivos pa¨ªses. Karzai especialmente teme que las operaciones militares tiren por la borda los magros esfuerzos de reconstrucci¨®n emprendidos por la comunidad internacional y sus d¨¦biles intentos de reformar y modernizar Afganist¨¢n.
El 92% de la producci¨®n de opio del mundo
EL OPIO ES, con enorme diferencia, la principal fuente de recursos de Afganist¨¢n y la droga que envenena el futuro del pa¨ªs. El informe anual del Organismo de Naciones Unidas para la Lucha contra la Droga y las Mafias (UNODC), hecho p¨²blico el 2 de septiembre, se?ala que en 2006 Afganist¨¢n producir¨¢ el 92% del opio mundial. El informe destaca que este a?o ha crecido un 49% la producci¨®n de amapolas opi¨¢ceas y la superficie dedicada a este cultivo ha aumentado en un 59%. Todo esto pese a que la comunidad internacional ha gastado m¨¢s de 2.000 millones de d¨®lares en la lucha contra la adormidera, de la que tambi¨¦n se saca la hero¨ªna, consumida principalmente en Occidente.
Antonio Mar¨ªa Costa, director del UNODC, dej¨® clara la frustraci¨®n de este organimo al declarar que en las provincias del sur de Afganist¨¢n, y sobre todo en la de Helmand, "la situaci¨®n est¨¢ fuera de control". En Helmand, donde se han desplegado esta primavera 3.000 soldados brit¨¢nicos para luchar contra la poderosa alianza de rebeldes y narcotraficantes, las tierras dedicadas a cultivar opio aumentaron en un 162%.
Los especialistas se?alan que los rebeldes han encontrado en el opio su fuente de financiaci¨®n, y en el narcotr¨¢fico, las v¨ªas de aprovisionamiento de armas y municiones. La cosecha de amapolas de 2006 asciende a 6.100 toneladas, frente al m¨¢ximo de 4.565 toneladas que se recogieron en 1999, a?o en que los talibanes emprendieron una efectiva lucha contra los opi¨¢ceos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.